MEMORIAS DE UN TRADUCTOR INSÓLITO
Por Malcolm Peñaranda, traductor en constante aprendizaje
CAPÍTULO 3 – WHEN IN ROME, DO AS THE ROMANS DO
Mister Thorpe había sufrido una particular metamorfosis. Ya no era el ejecutivo bien puestecito del que me había despedido esa misma tarde. Ahora vestía pantalones y chaleco de cuero, una camiseta blanca con un estampado de las letras S & M y una estela de sangre que bajaba de cada letra. En sus brazos tenía tatuajes y había algo medio “evil” en su mirada. Un sadomasoquista? Y de dónde carajos me había resultado semejante personaje? Ya no podía devolverme, así que decidí seguirle el juego. Me pidió que lo llevara a un bondage place. Le tuve que decir que no conocía ninguno. No tenía NPI si existían en esta ciudad. Yo, el puti-tour guide, que conocía ya cuanto burdel, bar de cualquier orientación sexual y metedero que existía, no había oído nunca de ese tipo de sitios. Se me ocurrió que fuéramos entonces a una sex shop y allí podríamos averiguar si existían o no. En aquel entonces sólo teníamos dos sex shops en la ciudad: una en el centro y otra en El Poblado, el barrio de clase alta. Pensé que en la de El Poblado sería más fácil encontrar la información y menos boletosa la cosa. En efecto, allí nos informaron que no existían lugares abiertos, pero que sí había dos “mansiones” para iniciados. Una de ellas quedaba cerca y tenía el título más alucinante: “Master and Servant”. Imaginé entonces que se había inspirado en la famosa canción de Depeche Mode. Al llegar sentí un poco de desconfianza. Y no era para menos. Era una casona gigantesca, en medio de un barrio de clase alta, con vecinos muy prestantes, pero de fachada oscura. Tal vez no querían llamar la atención. Una vez entramos nos recibieron con mucha amabilidad y nos condujeron a una sala con muebles antiguos donde debíamos esperar a la “Ama Maruja”. La doña apareció vestida con un atuendo como de película: lazos de cuero que apenas si cubrían sus senos y partes nobles, entrelazados con cadenas. En el cuello tenía un collar de cuero con taches que la hacía parecer como un perro bravo. No alcanzamos a saludarla cuando nos propinó sonoras cachetadas. Traté de explicarle que yo no hacía parte del juego pero ella no escuchaba y nos ordenaba que nos arrodilláramos. Mister Thorpe lo hizo muy obedientemente. Yo me rebelé y fuí a sentarme al sofá mientras le explicaba a gritos cuál era mi rol específico en aquella situación tan bizarra. Ella siguió “in character” y me indicó con voz autoritaria todo lo que planeaba hacerle a su nuevo esclavo. Thorpe sonreía complacido mientras escuchaba mi traducción del “menú”. Le dije entonces que no lo acompañaría en toda su jornada, que me dijera exactamente qué quería y yo se lo escribiría en un papel o le indicaría a la Maruja Bruja esa, que me miraba como si me le hubiera comido la hija o algo así. El gringo aceptó mi oferta y me empezó a hablar de términos y cosas que yo nunca había oído. Me tuvo que explicar con lujo de detalles qué era cada cosa para podérselas traducir. Nunca he sido mojigato, pero el sadomasoquismo era algo que todavía no había explorado ni quería explorar. Los dos se perdieron luego hacia el segundo piso de la casa, mientras yo me quedé mirando una revistas de S&M que me dejaron por si me animaba a entrar en acción. No podía entender cómo alguien podía sentir placer con algo semejante. Pero ante todo, respetaba los gustos de cada persona y yo estaba allí para trabajar, no para juzgar. Thorpe volvió dos horas después, medio desnudo y con moretones. Me hice el Manuel y volví con el gringo al hotel, business as usual.
Siguieron otros clientes y con cada uno de ellos vivía a la expectativa de que me fuera a pasar algo igual de extremo. La semana siguiente me llegó un canadiense a quien habían invitado a una boda elegantísima en la ciudad. Su socio se casaba con una mujer de la alta sociedad medellinense y yo tenía que acompañarlo y traducirle todo lo que fuera relevante en la ceremonia, la comida y la fiesta. Nunca me han gustado los matrimonios, pero aquel lo detesté como ninguno. Para empezar, me presenté al hotel en las horas de la tarde y como era viernes, andaba de pantalón normal, camisa y una chaqueta medio “trendy” en azul caribe oscuro, sin corbata. Nada apropiado mi atuendo para una boda. Pero no había tiempo de cambiarse porque teníamos que estar en la iglesia en menos de una hora. El tipo no le paró muchas bolas al asunto, porque al parecer lo único que le importaba era que él estuviese impecable. La ceremonia en la iglesia fue larga y aburrida. La gente en nuestra banca criticaba a la novia y una señora hasta se atrevió a comentar que la novia por fin había atrapado “marrano”. El canadiense sentía curiosidad por los comentarios y me pidió que se los tradujera. Pero cómo diablos le traducía semejante expresión tan coloquial. Se me ocurrió que lo más apropiado sería “so she finally got her Sugar Daddy”. El canadiense se ruborizó y no entendía esa cultura de damas de clase alta, tan hipócritas y criticonas. Salimos de la iglesia y nos fuimos a la cena para la que optaron por el sitio más exclusivo de la ciudad: el club campestre. Nos ubicaron en una mesa cercana a la de los novios y cuando ví todo el instrumental de cubiertos, copas y platos que teníamos al frente me sentí aterrorizado. Cómo diablos iba a manipular todo eso? No tenía NPI. Habría que aplicar aquel refrán de “when in Rome, do as the Romans do”, o su versión española “a donde fuéreis, haced lo que viéreis”. Claro que las abuelas aquí no decían eso ni voseaban de esa manera, asi que se limitaban a utilizar la expresión criolla: “a donde vaya, cómase mijo lo que haya!”.
Mi salvación y la de un par de montañeros que estaban en la misma mesa, llegó unos minutos después cuando se sentó a nuestra mesa la Señorita Antioquia, que como cualquier reina de belleza de aquel entonces, era experta en etiqueta y glamour. Y entonces empezó la sinfonía de cubiertos y utensilios en la que todos seguíamos sincronizadamente los movimientos de la reina. Ella, medio achantada, sonreía y seguía con su ritual glamuroso. Hasta el canadiense la imitaba y todos nos tornamos esclavos de sus movimientos y delicados modales. Si la reina hubiera estornudado, todos habríamos estornudado al unísono con ella!
Continuará…
Comentario
Gracias a los dos por leerme!
¡Canejo! De Mister Thorpe a Ama Maruja y Señorita Antioquia, amigo Malcolm, tus desventuras como traductor insólito van ganando en atractivo para tus lectores, entre los que ya me cuento. Mis FELICITACIONES y espero por más capítulos de una historia que aún no acaba, aunque sí lo hagan algunos de sus personajes, como intuyo.
Agregado por Nilo 0 Comentarios 1 Me gusta
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