MEMORIAS DE UN TRADUCTOR INSÓLITO
Por Malcolm Peñaranda, traductor en constante aprendizaje
CAPÍTULO 2 – EL PUTI-TOUR
Las clases en la universidad empezaron el lunes siguiente y obviamente, me encontré con Lina en los corredores de la facultad. Me contó con lujo de detalles su aventura con Ken, quien se quedaría una semana más en Colombia para poder ir con ella a Cartagena. En agradecimiento, me contactó de inmediato con Tatiana, su prima del Inter. La llamé al día siguiente y me invitó a que la visitara en el hotel esa misma tarde. Tatiana resultó tanto o más formal y dicharachera que su prima y sus atributos frontales eran un poco más grandes que los de Lina. “It runs in the family!”, pensé. Aunque sus lolas eran más notorias. En ella se cumplía aquel dicho español de que “teta que mano no cubre es porque debe ser una ubre!”
Tatiana se convirtió para mí en un contacto muy efectivo. Le ofrecí un 10% de comisión por cada trabajo que me remitiera. Era una cantidad mucho más alta de las propinas que le daban los otros intérpretes y tal vez por eso me refería más clientes. Además, mis “colegas” la habían bautizado “Tetiana” y ella terminó por enterarse. Al día siguiente, ya me tenía un cliente: un ejecutivo que venía a Medellín para cerrar un negocio de representación. La cosa fue medio fácil y yo juraba que traducir e interpretar era así de elemental. Estaba en los momentos gozosos, y a un novato ilusionado no lo aterriza ni un misíl. Lejos estaba de imaginar las aguas tan profundas en las que navegaba! No obstante, empecé a leer sobre diversos temas: administración, finanzas, mercadeo, derecho y hasta medicina. El segundo cliente llegó dos días después, y como era fin de semana, terminamos hacia las cuatro de la tarde. El trabajo fue un poco más complicado porque ese ejecutivo era más expositivo, y utilizaba un vocabulario más refinado. Al terminar, me invitó un trago en el bar del hotel y yo me debatía entre si sería correcto aceptarle su invitación o tirarme en la batica de cuadros y rechazarla quedando como un grosero. Acepté. Terminé en ese rol medio “cantinero confesor”, pues el tipo se desahogó contándome lo estresado que estaba y todo lo que había tenido que trabajar para ese informe. Me preguntó que opciones tenía la ciudad para desestresarse y cuáles eran los “wild spots” que teníamos. Le conté de algunos que conocía y de otros que simplemente me habían mencionado. Le indiqué igualmente que le dejaría una lista con los nombres y las direcciones para que cualquier taxista lo llevara. Me dijo que prefería ir conmigo, porque no hablaba nada de español y porque así se sentiría más seguro. Me pagó el trabajo del día y me ofreció casi el doble si lo acompañaba a divertirse. Cuando conoció las mujeres colombianas, se pegó una entusiasmada que de “tipsy” pasó a estar “happy happy”. Aprendía a bailar música tropical en minutos, recitaba con insistencia la frase de “pechito con pechito, cachete con cachete” y tomaba aguardiente como si fuera colombiano. Afortunadamente me pagó por adelantado, porque esa noche estuvo excesivamente generoso con taxistas, meseras, cantineros y con las “desestresadoras” de turno. Terminamos en un bar de mala muerte llamado “Oskar”, donde a las coperas se las podían llevar para cualquier parte siempre y cuando pagaran la multa en el bar. Era como un pase de salida, un impuesto para el dueño del local. Le dije que no era el tipo de mujer como para llevar a un hotel de cinco estrellas. Él lo entendió y acabamos en un motel, luego de negociarle la “fufa”, explicarle todos los gustos y antojos del gringo. Mientras ellos se entraron a lo suyo, el taxista y yo esperamos durante un buen rato en una salita extravagante que tenía el motel. Esa noche aprendí mi primera gran lección como traductor: “dale al cliente lo que necesite, siempre y cuando pague y sus necesidades no afecten a nadie”.
Luego de ese vinieron otros tantos y tuve que conseguirme un contestador en el que Tatiana me dejaba mensajes cada vez que resultaba algún cliente. Nos inventamos un sistema de códigos para que nadie sospechara nada: un trabajo de interpretación corriente lo llamábamos “regular”, al que incluía salida nocturna lo llamábamos “combo” y los que incluían peticiones inusuales los llamábamos “kinky”. En aquel entonces no existía el turismo sexual ni el canal E! promocionando su “Wild on Costa Rica”, por lo cual no teníamos mucha competencia en ese sentido. Mi quinto cliente me enseñó mi segunda lección fundamental como traductor: el valor agregado. Había otros que ofrecían servicios traductoriles, pero ninguno ofrecía “horas extra”. Tenía que capitalizar mis trasnochos y decidí entonces inventarme un servicio de guianza y traducción alternativo: el puti-tour, por aquello de que el city tour era un aburrido recorrido por museos, mientras que lo mío era menos artístico pero mucho más divertido. La publicidad “word of mouth” resultó más efectiva que la convencional y pronto los clientes se multiplicaron. La vida se me volvió un ocho, porque tenía que rendir en la facultad, en mi trabajo como corresponsal, dar unas cuantas clases particulares y encima, mi nuevo trabajo. Tuve que hacer cambios radicales en mi rutina, empezarme a vestir con ropa más formal y usar corbata casi a diario. No me gustaba mucho verme tan formal, así que cuando el negocito aumentó, tuve que comprar trajes en esos colores alternativos que puso de moda la serie televisiva “Miami Vice” y supongo que me dejé arrastrar por toda esa onda colorida y carente de estilo que tanto caracterizaba a los ochentas. Mandé imprimir unas tarjetas que me diseñaron un par de amigos que estudiaban diseño gráfico y me propuse hacerme una carrera como traductor e intérprete con preparación y dedicación. Me presenté a un programa llamado “profesional en idiomas” que tenían en otra universidad y aunque inicié con sólo tres materias porque me reconocieron todas las materias que tenían que ver con inglés, terminé durmiendo poco, comiendo mal y estudiando como loco. Pero entonces me creía inmortal e incansable. En la nueva carrera me sentía más cómodo en cuanto que estudiaba algo más acorde con lo que quería hacer. Empero, materias como Semántica y Lingüística I me resultaban aburridísimas y poco conexas con lenguas extranjeras, pues tenían más que ver con el español y sus jartísimas complicaciones. Aparte que ya tenía 22 años mientras que mis primíparos compañeros no pasaban de 19. No solo era yo el más viejo de la clase sino también el más recorrido. A Lingüística I le empecé a encontrar sentido cuando descubrí que todas las lenguas tenían aspectos comunes y era mejor conocerlos. Los compañeros con los que había empezado la ingeniería de petróleos ya estaban por graduarse y se burlaban de mí por estar haciendo dos carreras a la vez y no haberme decidido todavía por ninguna.
El trabajo mejoró sustancialmente, pero yo parecía ya un huésped en mi propia casa y empezaba a tener problemas por incumplimientos en el otro trabajo. Aprendí mi tercera gran lección como traductor: los traductores somos como las putas, tenemos que estar listos siempre que el cliente tenga necesidad o ganas. Nada de “estoy cansado”, “tengo que hacer una tarea de la universidad” ó “sabes qué?, es que tengo otro empleo!”. Acomodate la ropa, limpiate el polvo y aprovechá que todavía haya clientes con ganas.
Una de tantas noches en que volvía al hotel para recoger un cliente de puti-tour me llevé una sorpresa gigantesca. En el día había estado con un tipo de apellido Thorpe, al que había tenido que acompañar a varias empresas para concretar ventas de su compañía. Era un sujeto muy ejecutivo, de presentación impecable y finos modales. En la noche era alguien completamente diferente.
“Hi, Malky! I’m glad you’re finally here”, me saludó con marcado entusiasmo.
Mister Thorpe?”, pregunté un poco temeroso de que su respuesta fuese afirmativa. No podía dar crédito a mis ojos! Era ese mi cliente?
Continuará…
Comentario
Gracias por leerme, José García Álvarez y Liliana MarIza Gonzalez .
Ja, ja. Ese apellido es más común de lo que te imaginás, Hugo Mario Bertoldi Illesca!
Espero la continuacion
Gracias
mary
Sigue interesante la historia. Continúa.
¡Aijuna! Con un cliente de apellido Thorpe, un traductor no puede cometer ninguna "thorpeza", ¡canejo! Abrazo de mono virginiano que sigue esta historia hasta las últimas consecuencias...
Agregado por Nilo 0 Comentarios 1 Me gusta
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