DETERIORO

Bastaba con verse en ese estado para tener pena de si mismo. Poco le duraba esa lucidez, pero con esos instantes de autocrítica tenía suficiente para buscar nuevos senderos vitales.

-Esto no es vida -se decía en voz alta-, esto es la muerte paulatina pero segura. -Y, ya en silencio-: Algo que desconozco debe haber habitado mi niñez para que busque el deterioro de manera tan violenta, de modo francamente autodestructivo.

Miró su entorno. Eso no era su casa. A aquello no se le podía llamar dormitorio. Era una pocilga. Un cuarto de cinco por cuatro metros con un baño aledaño de no más de un metro por metro y medio -con retrete y una regadera; ni lavabo tenía-; en aquello que hacía las veces de habitación, de estudio, de sala de estar, de comedor y de cocina, todo en uno, había un maloliente fregadero donde yacían apilados, desde quién sabe cuántos días todos sus escasos trastos, usados y algunos reusados sin mayor atención por la higiene. Falta de decoro en todo: un colchón viejo, a punto de deshacerse en pedazos; una mesa chueca mal facturada; dos sillas antiguas que fueron de la casa paterna; varias cajas de cartón llenas de libros, papeles y chucherías, muchas de las cuales no tenían causa sólida para su resguardo; en la pared, justo en lo que tendría que ser la cabecera del colchón, lo único digno: un retrato. A un lado, un chueco y desgastado espejo. Era todo su patrimonio. Un legado de mugre y desventura a lo que se sumaba un escaso guardarropa a la altura de esas paupérrimas circunstancias.

Ni pintor, ni escritor, ni dramaturgo, ni actor, ni músico, ni cineasta, ni bailarín, ni prestidigitador, ni payaso. Por todas esas latitudes de la actividad había experimentado. Todas. Un fracaso en todas ellas. Siempre que iniciaba el camino que le parecía, por el momento, el adecuado, terminaba con su desaparición. El escape. La fuga. Se angustiaba con el reto. Huía de donde andaba, se refugiaba en el alcohol o en las drogas, o en ambos vericuetos. Se olvidaba de si y, luego de semanas o meses, se descubría convertido en personaje de Beckett: en la miasma, en la depresión, en el abandono de su persona. Ahora era uno más de esos momentos. Su estado de ánimo, su desánimo, la falta de alma de su ser tenía un cabal equivalente en sus cosas, en el acomodo -desacomodo, desvarío- de su entorno inmediato. Como en ocasiones anteriores, Martín Agüero sintió que con la autocrítica retornaba a la lucidez. Tal vez, se dijo, es la lucidez la que promueve la autocrítica; pero fuera de saber qué es causa y qué efecto, a fin de cuentas, lo importante es dejar a un lado el enmohecimiento personal. Un deseo como flama al viento por recuperar el tiempo perdido se avivó hasta envolverlo. Decidió, luego de darse un baño, salir a la calle. Lo hizo como una vela que se hincha al viento e impele, dándole un cambio en su inercia, a la de ya, una ruta muy clara, diríase que anhelada, buscada.

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Rosa María había visto aquella tarde el cuadro. Era un retrato estupendo. No solo se sentía identificada, es decir se sentía ahí, sino que le gustaba ese gesto que Martín le había colocado. Se gustaba en aquella pintura. Era generosa. No ocultaba las virtudes plásticas del autor, ni tampoco, la admiración y el amor que él le profesaba.

-Martín se ha ganado mi amistad, pero nada más, -confió Rosa a Elena por el teléfono luego de ver el retrato-; pero este cuadro que no quise aceptarle como regalo ya va muy lejos...

-No más a tí se te ocurre ver compromisos forzados donde hay insinuaciones -le respondió la amiga-, yo lo hubiera aceptado, sobre todo si es una pintura tan buena, que te satisface, que te llena tanto, como me lo dijiste.

-Hice el intento por comprárselo y eso le molestó exageradamente. Se puso furioso. Nunca lo había visto tan bravo conmigo.

Rosa María, por más de media hora, contó a Elena todo. Aquella cita había sido un fracaso. Para ella, porque deseaba demostrarle a Martín simple amistad. Para él porque no le había aceptado el obsequio, demostrándole con ese gesto su repulsa a una relación afectiva sólida.

Nunca más se volvieron a ver. Él no insistió. Es más, salió de aquella ciudad al otro día. Se contrató en una compañía de teatro, en una población vecina, hizo amistad con sus colegas pero luego de un tiempo -acaso no más de un año-, según él dolido porque no le daban uno de los papeles importantes que ambicionaba para la obra que montaban, se encerró a beber en la casa de huéspedes donde estaba...hasta que lo echaron.

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Había regresado a la ciudad donde originalmente inició sus aventuras existenciales. Ahí, hacía más de tres décadas, comenzó pintando. Ahí siguió por las letras y el teatro. Incursionó después, ya en la capital del país por la música, el cine, el baile; pero fue el acabose cuando anduvo, por varios años -no sabía cuántos pues la cuenta estaba perdida-, ganándose la vida dedicado a la magia y la comicidad en sitios de quinta o en fiestas familiares. Eso le daba para comer y beber, pero le aplastó a lo ínfimo el aprecio de si mismo.

De regreso de una de sus crisis, ya instalado en la ciudad, le propusieron dar clases de inglés. No se manejaba mal porque siempre le gustaron los idiomas. Pero su inglés mejoró y en realidad ganó en perfección mucho, luego de aquellos años de vagancia por los Estados Unidos y Europa. Las clases las impartía a profesores de inglés del sistema educativo oficial, gentes que, en su inmensa mayoría conseguían sostener una conversación con grandes dificultades y que arrastraban una buena cantidad de vicios e imperfecciones. No le iba mal. Había aplazado buscar a las viejas amistades de otras épocas hasta conseguir levantar más su situación personal en todos los sentidos. Incluso consideraba una fortuna no haber topado con nadie conocido, mientras reconocía el desmesurado crecimiento de la ciudad y cierto cosmopolitismo adquirido por esas mismas circunstancias.

Ahora recordaba: dejó de ir a impartir sus clases por poco más de una semana porque se encontró entre sus alumnas nuevas, a Elena, la amiga de Rosa. El encuentro fue muy brusco. Fue un shock para Martín, sin duda alguna; como que logró concientizarse hasta ese momento de que habían pasado veintiséis años desde que dejó de pintar lo último, el retrato precisamente.

Además, recordó con desagrado, en la cara de Elena se dibujó el deterioro observado en la persona de él. Sus ojos negros, grandes y expresivos, nunca ocultaron una mezcla de sorpresa, rechazo y lástima que le raspó a Martín hasta lo último. De aquella clase salió atropellado y torpe, cuando iniciaba la noche, para dirigirse a su covacha, aquella deprimente buhardilla que le alquilaban en un barrio proletario por trescientos pesos al mes. Luego -siguió el recuerdo-, ingirió cervezas, alcohol y unas anfetaminas hasta danzar entre el sueño, el insomnio y la vigilia, sin claridad alguna.

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Salió del baño y terminó de acicalarse. Consultó el calendario; era viernes y no había prisa. ya no tendría caso proponer alguna excusa en la escuela donde lo ocupaban como profesor. Sería mejor pensar con toda calma, el fin de semana, algún pretexto creíble para retomar el trabajo. Ahora lo que resultaba imperativo era tomar aire, caminar tranquilo por calles y parques, comer algo con las últimas monedas que le quedaban en el bolsillo pues ni siquiera se acordaba si lo había hecho; eso, sobre todo tranquilizarse, principalmente volver a recobrar el brío y el equilibrio para preparse al encuentro de los demás.

¿Quiénes eran los demás?, -la pregunta bailoteó varias cuadras en su cabeza mientras se contestaba algunos nombres y rehuía, cada dos o tres de ellos, a Rosa María. El ejercicio mental resultó harto obsesivo; sin embargo, con la caminata, la oxigenación, logró que su respiración se calmara y dejaran de sudarle las manos.

Ya con el estómago semilleno, tras un par de tortas y un refresco, Martín solicitó su directorio a la encargada de la lonchería. No le importó, mientras se lo entregaba, que le advirtiera sobre la expresa prohibición de prestar o alquilar el teléfono.

No estaba molesto de encontrarse en esa colonia burguesa. Caminaba con una sonrisa de idiota que no podía impedir. Miró la servilleta donde anotó la dirección y confirmó que había llegado. Así pasó horas: conforme con intentar mirar al interior de la casa, ver con detenimiento a alguien e imaginar su parentesco o relación con Rosa María, hasta que se cansó y se retiró a su casa. Al otro día, muy temrano, reinició esa estúpida tarea. Se le veía alegre de hacer lo que estaba operando; ninguna recriminación personal cruzaba por su mente. Fueron dos horas por la mañana, otras tres por la tarde y noche; pero casi al final consiguió hacer algunas preguntas a quién se imaginó era parte de la servidumbre. El domingo se vió precisado a suspender su operativo porque una patrulla de vigilancia estuvo a punto de detenerlo. Tuvo suerte de que no le ocurriera.

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El lunes consiguió ser readmitido a trabajar. Todo transcurrió en la mediana normalidad, sin dejar de presentarse las consabidas preguntas de rigor de sus compañeras, no muy inquisitivas, no obstante, porque bien sabían de la fama bien ganada de misántropo que ornaba a Martín.

Declinaba la tarde cuando llegó a su cita con el próspero industrial Malaquías Alfaro. En su elegante oficina, después de leve antesala lo recibió y le vompró el cuadro. Del precio ni chistó. Tuvo todavía para el artista unas frases elogiosas y le encargó que, de ser posible, le visitara más seguido.

-Mucho gusto en conocerle, Martín. Me ha dado usted una satisfacción tan grande que solo se comparará con la alegría de mi esposa cuando vea su rostro en esta maravillosa obra de arte. Buenas noches.

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Comentario

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PLUMA ÁUREA
Comentario de Benjamín Adolfo Araujo Mondragón el marzo 24, 2020 a las 10:05am

¡Gracias estimada María Hortensia, espero que la salud sea abundante en tu entorno; buen martes!


PLUMA ZAFIRO
Comentario de MARÍA HORTENSIA AHUMADA BARRAZA el marzo 23, 2020 a las 4:28pm

FUE UN PLACER LEERTE AMIGO POETA... MUY BUENO TU ESCRITO.


PLUMA ÁUREA
Comentario de Benjamín Adolfo Araujo Mondragón el marzo 23, 2020 a las 12:57pm

¡Mil gracias querida María Mamihega; te deseo lo mejor en esta semana, comenzando por este saludable lunes primaveral...!

...bueno, otoñal para tí...


DIRECTORA ADMINIST.
Comentario de Maria Mamihega el marzo 22, 2020 a las 11:07pm

Muy bueno Benja, un  gusto leerte, besote.

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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