Ver el fondo sin tocar la forma.

Jueves Santo, me recuerda a uno de aquellos Jueves Santos de antaño, en donde el día se mantenía nublado y triste como anunciando la desgracia y el dolor perenne de millones de cristianos en el mundo.
Día ideal y muy especial para salir temprano y despejar la mente, el pueblo aún está en penumbras pero muy pronto a iniciar su trajín habitual, lento y pausado como suele ser en aquellos típicos pueblos que se han quedado dormidos en el tiempo.
Mi caminar, también lento y reposado, como rumiando cada centímetro que avanzo, mis pies se mueven como invitando uno al otro a dar el siguiente paso, se mueven, por el arte que a ellos los convoca.
Camino sin rumbo fijo, nada programado, sin un itinerario determinado y analizo las noches posteriores al terremoto y la devastación que dejó en Chile; tantas familias llorando a sus muertos y tantas otras sin hogar en donde llorar.
Primera parada, la Plaza de Armas, lugar indicado para descansar unos instantes, observo la quietud de ella y la agitación de la noche perdida. Su equilibrio y simplicidad me aturde, me provoca tranquilidad y me invita al reposo, a la contemplación, un regreso a mi centro y gozar desde allí, lo que mis ojos saborean.

La plaza se asemeja a una composición artística, una obra de arte, en donde se puede dividir en cuatro partes por un eje vertical y otro horizontal, todo se encuentra en perfecta armonía. La parte superior más ligera, formada por aquellas ramas delgadas que se arrancan del follaje y por las nubes blancas y cándidas que cubren el cristalino cielo azul. La parte inferior, en donde se encuentra el mayor peso por la fuerza de gravedad que nos mantiene pegados a la tierra, está constituida por los troncos de los árboles, la tierra, los jardines y los prados, hacen en su conjunto, un perfecto equilibrio.
Retomando mi paso calmo, me encuentro de frente con un letrero que pende de un árbol en dónde se informa a los católicos que la iglesia se mantendrá cerrada por daños estructurales dejados por el pasado terremoto; grietas en sus murallas y campanario. Siguen las réplicas, la tierra insiste en recordarnos que algo estamos haciendo mal.
La celebración de Semana Santa se realizará en las inmediaciones de la plaza, a un costado de ella, como fue hace siglos en donde Jesús predicaba a orillas del mar, en jardines, montes y prados. Un regreso a la naturaleza, a lo natural, a lo simple y a lo básico, muy necesario en estos días en que el mundo se encuentra convulsionado, corrupto y alejado de prácticas humanitarias.

¡Qué importa dónde se celebre la liturgia!

Lo trascendental, es ser parte de ella, escuchar la palabra, envolverse con el Espíritu Santo y ser uno con él.
Una seguidilla de personas me sobrepasan, a pesar de ser un día festivo, transitan raudos para llegar a sus trabajos, el horario los alcanza, pero como dicen… “La procesión va por dentro”.
El día continúa nublado y frío, el comercio y los bancos cerrados como mis propios pasos, pues me he detenido a mirar un grupo de palomas que picotean sobre la tierra, que es donde pasan la mayor parte del tiempo, engullen la migajas de pan que les lanza un anciano sentado en uno de los escaños de la plaza. Unos cuantos gorriones hacen lo propio comiendo las semillas y los granos que sueltan los árboles.
Para mucha gente las palomas callejeras son muy importantes porque son de los pocos animales libres que se pueden observar en la ciudad. Traen vida a las calles y acercan un poco más el mundo animal a los niños, pero, otras personas tienen una opinión totalmente distinta. Para ellas, las palomas no son una riqueza, sino más bien una plaga. El dar de comer a las palomas atrae a más y más palomas y eso se puede convertir en un problema.
Pienso… Si este es un problema, que las autoridades se hagan cargo, en cuanto a mí, me sigue gustando ver volar libres a las palomas por mi verde valle.
Cruzando avenida Constitución, con dirección al Oriente me detengo en seco mirando un rótulo que se encuentra adentro de una casa, bastante humilde por lo demás. En él se indica la venta de quesos… “Llegaron quesos fresquitos del día” y pienso…Si son del día, es porque están frescos ¿O no?
Más abajo otro aviso breve, al leerlo arrancó una carcajada de mi garganta (y lo escribo textual)… “Cuidado con el perro, es pequeño…pero bravo”.
Creo que la forma quedó minimizada por el fondo, el contenido del mensaje quedó bastante claro y pensaré dos veces antes de entrar en aquella casa para comprar los quesos fresquitos del día por miedo a que el pequeño perro bravo me muerda.
La actividad en el pueblo ha aumentado y con ella llega el gentío y el movimiento habitual de cada día, es un buen momento para regresar a mi hogar y continuar con mis propias actividades. Comienzo a desandar el camino andado con la misma lentitud y calma que comencé mi paseo habitual.
Sentada frente al computador, intento recordar los detalles que alimentaron mi alma, no termina de atraparme la sencillez e ingenuidad de los habitantes de este pueblo, es tanta la naturalidad que sobrecoge. Todas y cada una de sus acciones, sus palabras, sus dichos, sus bromas, sus carcajadas y sus lágrimas tienen una forma determinada que está impresa en ellos, los distingue de muchos otros habitantes de este país y del mundo, pero en cada una de estas formas, que es la vía, la estructura y el método por el cual se ve el mensaje, está implícito el fondo, el contenido, la sustancia y la esencia del objeto en sí. Así como cada acción tiene una reacción, cada forma tiene un fondo que bueno o malo nos hace llegar a la raíz del contenido del mensaje.

Cecill Scott.

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