Serie:                                     ESCENAS DE CIUDAD

Ciudad Escenario:              Hialeah, Florida

Era el final del milenio, y como siempre ha sucedido, según los historiadores, emergían toda clase de teorías apocalípticas y conspirativas que aseguraban que el mundo se acabaría ese 31 de diciembre de 1999.

Yo los escuchaba y leía a todos los que las difundían y me divertía inmarcesiblemente con sus comentarios alarmistas y su narrativa de vieja chismosa. Algunos hasta mezclaban lo bíblico con lo esotérico o pasaban de un libro sagrado a otro con olímpica facilidad. Todos eran teólogos expertos o aprendices de profeta. En todos los idiomas que hablo, todos coincidían en las mismas sandeces.

Por esos días estaba trabajando en Fort Lauderdale como intérprete y a diario tenía que hablar por lo menos en tres idiomas diferentes por razones de trabajo. Hasta los haitianos que viven en la Florida me decían que tenía que hacerme un ritual de vudú para hacer el paso hacia el otro mundo menos doloroso.

Yo seguía trabajando y divirtiéndome porque el mundo se iba a acabar y había que follar, decían los españoles. Dado que me había aburrido soberanamente celebrando navidad con los gringos en sus fiestas que no son fiestas sino comilonas bestiales y charlas interminables alrededor de una piscina donde nadie se baña, decidí pasar el 31 con mis amigos latinos.

Un par de años atrás me había hecho amigo epistolar de un cubano de Hialeah a través del ICQ, la primitiva red social de aquellos años en los que todavía no existían como tal las redes sociales. Estaba casado con una colombiana de Pereira y desde antes de viajar, me había invitado a pasar navidad con ellos, pero yo estaba recién llegado y no podía rechazar la invitación de los gringos. Quedamos que pasaría con ellos el 31 y me imaginé que la celebración sería muy distinta.

Me fui desde la tarde para evitar problemas con el transporte. Preferí tomar el Tri-Rail, un tren que conecta los tres condados del sur de la Florida, para evitar el tráfico creciente de la autopista I-95.  Era lento pero seguro. No llevaba tanta gente ese día. Uno de mis compañeros de trabajo me llevó hasta la estación y me aseguró que, si me aburría, iría a recogerme a Hialeah para pasar el fin de año con su familia en Weston.

Al llegar a casa de Aydé y José, mis nuevos amigos, me recibieron con mucho afecto y cordialidad. Hicimos clic como si nos conociéramos en persona de vieja data. No nos habíamos visto en persona antes, pero habíamos tenido muchas conversaciones por internet. Estaba saltando al mar desde un acantilado, lo sabía. Pero era preferible correr ese riesgo que pasar otra “fiesta” bostezando y mirando el reloj. Con Aydé tenía mucho en común, pues al ser paisa, compartíamos todos los elementos culturales y de origen. Con José la relación era muy estrecha, pues era un tipo muy abierto y conversaba de todo. No me aburría con él y estábamos acostumbrados a pasar hasta tres horas conversando o chateando antes de vernos en vivo. Bromeábamos que ya se nos habían acabado los temas. Pero no, todavía quedaban muchos.

Conversamos de todo y lo hacíamos como dos excompañeros de colegio cuando se vuelven a encontrar después de muchos años. Nos contábamos todo sin tapujos y nos divertíamos con las particularidades de los distintos conglomerados latinos. Hialeah por aquel entonces era habitada mayoritariamente por cubanos de primera y segunda generación, es decir, los que ya habían nacido en la Florida.

Entre ellos se encontraba Amalia, una evangeloca de las más divertidas que he conocido. Era imposible hablar con ella más de cinco minutos sin que te hubiera mencionado la biblia o uno de sus versículos en varias ocasiones. Estaba completamente obsesionada y enajenada. Ella creía ciegamente en lo que decía el pastor y se autoproclamaba teóloga porque leía la biblia todos los días.  

Antes de hablar con ella, ya había oído mucho de ella porque era la comidilla de todo el barrio y diría que de toda la ciudad. Los rumores se riegan como pólvora. Todo Hialeah comentaba que andaba regalando todos sus bienes y enseres a quien se los quisiera recibir. Argüía que Cristo vendría a rescatarla del pecado ese día y que no necesitaba apegos materiales ni posesiones que mancharan la pureza de su espíritu. Vestía una túnica blanca amarrada en la cintura con una especie de cinto morado y de su cuello colgaba un crucifijo gigantesco que casi le abarcaba la mitad de su pecho.

Hasta a mí me ofreció regalarme su atril con base, uno de sus mayores tesoros. Le dije que eso no me cabía en la maleta y que no podía llevar exceso de equipaje. Ella insistía y ofrecía soluciones insólitas. Le desvié el tema de conversación remándole el bote, porque los sabios dicen que a un loco es mejor llevarle la cuerda para que no te muerda. Le hablé de Nostradamus y empezó a mirarme con fascinación, como cuando le hablás a un niño de una recompensa por portarse bien. Escuchaba, refutaba y contraargumentaba con sus locas teorías sacadas de la verborrea de un pastor manipulador que usa las enseñanzas de la biblia para enseñarles a los más incautos a ser borregos generosos. Y los ripean por completo, como dicen los miamitas. Porque la fe mueve montañas, de dinero.

Le ofrecimos algo de beber porque creímos que se nos iba a deshidratar por su forma apasionada de hablar del apocalipsis y de cómo su versión del Dios castigador nos iba a abrasar a todos los pecadores que no renunciáramos a todo lo material ese día. Sus ojos parecían querer salirse de sus órbitas y su cara de susto nos recordaba que el mundo se iba a acabar. Su pelo descuidado era el marco perfecto del drama que habitaba su rostro. Parecía tener vida propia, como el de Medusa. Manoteaba y nos apuntaba con sus dedos acusadores, tal como lo hacen los pastores en los cultos de adeptos lavapelotas. Si no diezmás, pecás, porque el pastor es el iluminado y vos naciste para vivir en las tinieblas y moverte en un carro aporreado para que él pueda comprar camionetas de lujo. ¡Obvio! No importa si vos andás escachalandrado, mientras el pastor esté bien acomodado.

Aydé ya se estaba cansando de su cháchara apocalíptica y la quería despachar rapidito. Pero yo estaba fascinado con su locura y seguí haciéndole preguntas tratando de descifrar de dónde provenía su narrativa catastrófica. Me enteré entonces de que había leído también el Corán y los textos de los mormones. Los mezclaba como frutas en licuadora y me aseguraba que en todos los libros sagrados las profecías coincidían. Y que ese día o ardíamos en el fuego del juicio final o nos salvábamos si nos encomendábamos a la misericordia infinita del señor. Sus labios parecían incendiados. Parecía poseída. Su pinta febril y desgreñada no colaboraba para disuadirnos.

Finalmente se cansó de tratar de empacarnos sus muebles viejos y sus profecías trasnochadas. Se marchó como se marchan los vendedores que no consolidan una venta, refunfuñando y asegurando que sos vos, impío y descreído, el culpable de que el mundo se vaya a acabar mañana. Nos reímos y divertimos como una hora entera después de que se fue. Aydé imitaba sus gestos y hasta se puso una peluca que tenía desde Halloween para imitar su outfit apocalíptico. José la aplaudía muerto de la risa. Si era nuestro último día en la tierra, nos teníamos que divertir como pastor en puticlub.

En la noche nos fuimos a hacer ronda de rumbas latinas. Visitábamos casas de cubanos, dominicanos, colombianos y venezolanos amigos de ellos y en todas bailábamos desde salsa hasta cumbia real (la colombiana) y cantábamos “faltan cinco pa’ las doce” evitando llorar como lo hacían los espaldas mojadas que habían llegado a Gringolandia por El Hueco y no podían volver a sus países de origen a celebrar el fin de año con sus familias. Todos me recibían como si me conocieran de siempre. Me abrazaban como al primo platudo que llega cargado de regalos. Las mujeres me sacaban a bailar y me recordaban cómo sufrían los “dos pies izquierdos” de los gringos que las cortejaban. Bebían más que sus padres y sus tíos juntos. Algunas se abrazaban a botellas de aguardiente colombiano que habían atesorado durante todo el mes mientras sus familiares les recordaban que mujer borracha, pierde la cucaracha.

Eran casi las tres de la mañana cuando regresamos a la casa de mis amigos. El mundo no se había acabado. El cielo no estaba rojo ni olía a azufre. Dormimos la pea unas cuantas horas y nos levantamos como a las nueve porque habíamos quedado de ir a Key West ese primero de enero. Alquilamos un carro y le pedimos al hijo de Aydé que manejara porque era el único sobrio de los tres. Su novia no lo dejaba beber porque se ponía agresivo. José no pudo acompañarnos porque la resaca lo tenía agarrado y no lo soltaba. La belleza de los cayos de la Florida y el rodar literalmente sobre el mar, a través de los puentes que conectan los cayos, nos devolvía a la noción de un Dios premiador y no castigador como el de Amalia. Me descrestó la casa de Hemingway. Aproveché para hablar con los locales que nos contaban toda clase de historias. Al atardecer regresamos a Miami porque queríamos entregar el carro antes que anocheciera. Luego seguimos a Hialeah en el carro viejo que habíamos dejado en el parqueadero.

Ya era de noche cuando nos adentramos en las calles tradicionales de Hialeah. Para nuestra sorpresa, nos encontramos con Amalia, que timbraba de casa en casa, pidiéndoles a sus vecinos que le devolvieran lo que les había regalado el día anterior. La saludamos y esta vez nos respondió mandibulando. Andaba más achantada que marido infiel cuando lo pillan. Sus ojos denotaban que había llorado. Nos alejamos lentamente para no ahondar en su tragedia que ya era apocalíptica. El mundo se le había acabado. Su discurso se había derrumbado. Su alma de culipronta quizás se nutriría con nuevas profecías. Su corazón de idiota útil albergaría la narrativa de un nuevo pastor, de un nuevo salvador que hiciera nido de su ignorancia. Nada qué hacer. El fervor y la idiotez son el coctel perfecto para la malparidez. 

 

 

GLOSARIO

Gringolandia:  forma coloquial en la que muchos latinos se refieren a los Estados Unidos de América.

Espaldas Mojadas: inmigrantes ilegales que llegan por El Hueco.

El Hueco:  paso ilegal entre México y los Estados Unidos de América, que a veces incluye a las Bahamas, dada la enorme cantidad de pateras llenas de ilegales que a diario zarpan desde esas islas.

“Dos pies izquierdos”:  dícese de aquel que no tiene ritmo alguno para bailar y es más tieso que un tronco.

Miamitas:  habitantes de la ciudad de Miami.

Ripear:  Saquear, explotar, dejar en la ruina. Proviene del verbo inglés Rip Off.

Mandibular:  hablar sin ganas, moviendo la mandíbula, pero no los labios.

 

COLOMBIANISMOS

Culipronto (a):  dícese de aquel que se lanza a hacer cosas sin medir las consecuencias. No tiene nada qué ver con algo sexual. Al parecer surgió del acto irresponsable de tirarse de culo en una piscina o en un río sin ser un buen nadador.

Cháchara:  charla interminable.

“¡Mujer borracha, pierde la cucaracha!”:  expresión que se utiliza para referirse a las mujeres que cuando se emborrachan pierden la voluntad y dicen a todo que sí.

Paisa:  habitante de la región andina noroccidental de Colombia, de ascendencia judía y cultura cafetera.

“Remarle el bote a alguien”:  seguirle la corriente, adularle, escucharle con atención para obtener beneficios laborales.

Adeptos lavapelotas:  dícese de aquellos que siguen al pie de la letra todo lo que les dice un pastor “cristiano” o evangélico. Surgió del rumor de que, en semana santa, en vez de lavarles los pies, les lavan las pelotas para que puedan penetrarlos limpiamente y purificarlos para el señor. El señor pastor, obviamente.

Escachalandrado:  desarreglado, descuidado, mal vestido.

La pea:  la borrachera.

Achantada:  avergonzada.

 

© 2022, Malcolm Peñaranda.

 

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Comentario

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PLUMA ÁUREA
Comentario de Benjamín Adolfo Araujo Mondragón el abril 2, 2022 a las 9:09pm

¡Muy buena anécdota del cambio de siglo, Malcolm!


PLUMA ÁUREA
Comentario de Maria Beatriz Vicentelo Cayo el marzo 29, 2022 a las 10:36am

Bueno, yo no tanto me fijé en tu viaje o disfrute por invitaciones en Miami; sino en la señora evangélica que decía que se acababa el mundo ese fin de año.

De hecho esta señora no supo interpretar nada de nada y mucho menos  lo que le dijo el Pastor de la Iglesia Evangélica; y por su mala interpretación,  la sociedad  suele generalizar que todos los evangélicos somos iguales, porque la MISMA SOCIEDAD TAMPOCO SABE MUCHO AL RESPECTO, entonces  como no sabe interpretar tan igual al que se equivoca, es que recurre a LA BURLA, porque la BURLA es uno de los disfraces de la limitación e ignorancia.  No es un proceder dable, ni culto, ni elegante porque  nada tiene que ver el grado cognitivo místico de una persona con la religión en sí.

Vamos a ver.  Nosotros somos un mundo, un universo.  Estamos hechos de carne y espíritu.  La carne ya sabemos, se pudre,  se acaba.  Si bien es cierto la Biblia y Jesús mismo habló de un fin del mundo, debemos darnos cuenta  que la referencia es simbólica.

Por otro lado, en nosotros está el principio y el final, el cielo y el infierno, la guerra y la paz,  el llanto y el dolor.  Y para cambiar de una posición a otra tiene que haber un CAMBIO.  Al darse un CAMBIO, en otras palabras TIENE QUE SALIR,  MORIR lo que queremos desechar.   En eso radica EL FIN de un mundo de costumbre, de comportamiento 

Pero bueno, fue una experiencia tuya con esta bendita señora que llevó a "pie juntillas"  las palabras del predicador y lastimosamente entendió como su grado de cultura se lo permitió.

Pero vamos, que dentro de esa "ignorancia"  ella  tenía el noble gesto, de advertir y QUERER que otros también se salvaran, significando que la señora podía estar medio "descabellada"  pero no era MALA...  Yo creo que "equivocada o no" ello se debe agradecer!

¡Muy interesante mi querido Malcolm!  Nos has mostrado con este entretenido relato, muchos aspectos y conocimientos como modismos lingüísticos que de hecho ampliarán nuestro grado cultural.

Felicitaciones por el escrito, por el viaje, la experiencia y tu gesto tan noble de compartir con nosotros!

Un beso


PLUMA ÁUREA
Comentario de Beto Brom el marzo 29, 2022 a las 4:29am

He disfrutado tu vivencia de fin de año.

Todos los detalles dan un interesante panorama de tu formidable experiencia.

Gracias por compartirla.

Shalom desde Isreal, colega de la pluma

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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