El tiempo que se fue.
Sentado, solo, en el olvido;
imagen fantasmal en el espejo.
Mis ojos dejan caer alguna lágrima,
de mis labios se escapan, lentamente,
los suspiros.
En el baúl de mi vida
quedaron bajo llave los placeres,
las sonrisas, los amores… las caricias.
Las horas se hacen largas,
yo las desgrano con desgana.
Minutos lentos, minutos idos,
memoria adormecida
que confunde los caminos.
Recuerdo, olvido, me enojo, me río.
No sé donde han quedado mis historias;
aquellas de cuando mi cuerpo no era frío,
cuando vivía en la primavera;
cuando mis ojos miraban la luz,
mis pies caminaban las veredas.
No sé cuando quede solo
ni desde cuando tengo frío;
si fue ayer o fue en alguna eternidad.
Las arrugas infinitas de mi rostro
son como aquellas heridas infringidas
a mi loco corazón.
No duelen ya,
pero están presentes
como fiel recordatorio
de lo que fui, de lo que fue,
lo que reí, lo que lloré;
de aquellos tiempos
cuando había nubes de colores
y en mis labios se podía probar la miel;
aquél tiempo de mi vida,
que hace mucho que se fue.
Carlos Eduardo Lamas Cardoso.
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