Serie: ESCENAS DE CIUDAD
Ciudades Escenario: Nueva York, Medellín y Buenos Aires.
ESCENA 1 – LA CABEZA
Una mañana fría de noviembre espero impaciente frente al Macy’s de Herald Square, muy cerca de Penn Station en Manhattan.
Es el punto de recogida que ha fijado la empresa de transporte china en la que voy a viajar a Newark, Delaware. Sospecho que es una empresa medio pirata o más bien, pirata y media.
Me arrepiento mil veces de no haber viajado por Greyhound o en tren, pero ya no hay nada qué hacer. Mis amigos me esperan en Delaware y ya pagué en línea los tiquetes de ida y vuelta. No hay nadie a quién preguntarle. Llamo a la línea telefónica y me contesta una china que no sabe más de cinco frases en inglés. Me dice en su inglés chumeco que el bus llegará pronto.
Hay una larga fila de gringos que espera conmigo y un par de mochileros me tranquiliza diciéndome que siempre llega tarde. Nada qué hacer. Esperamos como media hora más en medio del puto frio y refugiados en nuestros celulares.
Finalmente aparece una china histérica que nos despacha rápidamente, como si temiera que llegara alguien a multarlos. Es la única que habla algo de inglés en la empresa. Al estar todos a bordo, se despide recordándonos la línea de atención y repitiéndonos tres veces que el conductor no habla inglés.
Iniciamos el viaje a velocidad moderada, pero apenas cruza el túnel y entra en Nueva Jersey, el conductor parece relajarse y le mete la pata al pedal cuando llega a la interestatal. Empieza a hablar en mandarín por un celular que tiene empotrado en una base pegada al tablero de control. Usa manos libres para evitar que lo pillen.
Lo que parecía una conversación de rutina para averiguar sobre condiciones de la carretera, se convierte en una charla interminable como de esposos cornudos que comparten sus penas. La entonación monótona del mandarín me aburre y no da para parar oreja porque no recuerdo más de tres palabras de ese idioma. Me concentro en mi música y en los fantásticos paisajes y me olvido por un buen rato del ojirayado. Él sigue hablando sin parar. De vez en cuando mira el retrovisor y conduce de manera robótica sin mirar a nadie dentro del bus.
Las poco más de dos horas del viaje las pasa hablando como cotorra con el mismo interlocutor. Al descender del autobús nos dice algo parecido a Newark como queriendo decirnos: “bajate rápido que vienen los polochos!”. Cuando le reclamo mi equipaje observo que todavía sigue hablando. Esta vez carga su celular en un estuche adherible a su correa, de esos que uno ve en las canastas de las tiendas del barrio chino. Asumo que se siente muy solo en un país cuya lengua no habla y necesita hablar con sus amigos como el náufrago necesitaba hablar con la pelota de Wilson.
Mis amigos pasan a buscarme y se ríen cuando les cuento la anécdota del chino parlanchín. Al día siguiente, en el viaje de regreso, pienso si me tocara otro de los mismos. Esta vez me toca uno que no habla en absoluto y como voy en el puesto delantero, lo espío cada tres canciones a ver qué carajos hace en la soledad de su cabina. Me descubre ocasionalmente y me mira como Jacky Chan cuando se emputaba en sus películas. Pienso si terminaré en un basurero del barrio chino o con mis pelotas servidas como parte del menú en uno de sus restaurantes.
Llegamos a Nueva York y respiro profundo cuando entro a la estación del metro y dejo atrás mi aventura pirata en el bajo mundo chino. Recuerdo mis experiencias de mis dos viajes a China y una pequeña agriera me transporta nuevamente a esas náuseas que sentí en un mercado de Shanghai.
ESCENA 2 – LAS ENTRAÑAS
Una tarde de viernes me suena insistentemente el celular mientras almuerzo y me veo obligado a interrumpirlo y contestar la llamada al ver en la pantalla que es de mi cliente de Migración Colombia. Al contestar lo noto agitado y estresado.
“Venite ya para la terminal del norte que te necesitamos urgentemente, por favor! Capturamos unos malparidos chinos en Turbo y no se les entiende un culo. Vos sos el único que les entiende.”
Cuando llego veo una docena de chinos asustados que custodian unos policías novatos y los experimentados funcionarios de Migración Colombia que a diario capturan chinos, nepalíes, indios y africanos que se cruzan hasta tres continentes para llegar hasta nuestro Golfo de Urabá y de allí pasar el Océano Atlántico al otro extremo del golfo que tiene frontera con Panamá. Luego llegan por tierra hasta los Estados Unidos o caen víctimas de los coyotes traficantes en México, quienes los matan porque se sienten encartados con los espaldas mojadas que no hablan español.
Tengo que recurrir a mi experiencia como intérprete y a los diferentes idiomas que hablo para sacarles algo de información que ayude a devolverlos a sus países de origen o por lo menos hasta la frontera con Ecuador, pues todos llegan por la Panamericana y luego las autoridades se chutan el problema de un país a otro. Me cuentan que cuando tienen suerte llegan hasta un puerto brasilero desde donde los despachan de vuelta a Suráfrica en barcos de carga porque no hay presupuesto para devolverlos en avión.
Logro que uno de los chinos que se hace llamar Carlinhos, apodo que le dieron en Brasil para enmascarar su nombre chino, me cuente cómo llegó a Colombia. Habla un inglés precario que mezcla con vocablos portugueses y los nombres de los lugares por los que pasó en Perú, Ecuador y Colombia. Le cuesta pronunciarlos, pero los adivino porque los conozco. Luego me muestra un papel en el que tiene un mapa de Sur América dibujado a mano alzada con estrellas en los lugares que debía pasar para llegar hasta nuestra Costa Atlántica. Todos están etiquetados con caracteres chinos y me empieza a contar la historia aterradora de su travesía por tres continentes.
Escuchándolo me resisto a creer cómo alguien puede someterse a semejante viaje por llegar a una idea fabricada del sueño americano. Me cuenta que atraviesan China, India y Suráfrica en vuelos domésticos y barcos malolientes donde viajan en las bodegas de carga porque no pueden entrar legalmente a ningún puerto. Cargan pasaportes y documentos pero solamente se los muestran a los coyotes que los pasan de un continente a otro, de un mierdero a otro. Comen cuando pueden y les controlan las bebidas para que no tengan que orinar tanto. Al llegar al puerto de Santos en Brasil, los embarcan en camiones que atraviesan los estados más inhóspitos de Brasil hasta llegar a Rio Branco y cruzar por ahí al Perú.
Luego cruzan todo el Perú desde Cuzco hasta Tumbes en camiones y buses que toman carreteras alternas a la Panamericana para evitar los controles policiales. Me cuenta que el viaje dura varios días y algunos de ellos se deshidratan al llegar a Guayaquil. Los atienden en un puesto de salud clandestino y prosiguen su viaje hasta llegar hasta aquí. El tratamiento es totalmente inhumano y les impiden hasta hablar entre ellos para no llamar la atención.
A Carlinhos se le iluminan los ojos cuando le pregunto por qué se sometió a semejantes vejámenes. Me dice que en los Estados Unidos estaba su sueño de libertad y me muestra unas imágenes de San Francisco que descargó de internet e imprimió en un papel amarillento que guarda en su mochila. Luego estalla en llanto porque sabe que nunca llegará a California y que lo devolverán a las entrañas del dragón, a una ciudad de provincia donde será una pieza más del rompecabezas productivo de un país que se dice comunista pero es más que nada, el más vivo ejemplo del capitalismo salvaje.
ESCENA 3 – LA COLA
En una de mis tardes porteñas y luego de visitar a una traductora argentina que decía ser mi amiga, descubro que Buenos Aires tiene un barrio chino del que nadie me había hablado nunca. Allí me despido de ella porque tiene una entrega pendiente y me adentro por unos pasadizos llenos de tiendas que venden baratijas y donde los argentinos se antojan hasta de los gatos dorados de la suerte, quizás porque es año nuevo, quizás porque les llena un vacío agorero y bichero o quizás porque les ahuyenta a la suegra cuando va de visita.
El lugar está lleno pese a ser una calurosa tarde de verano porteño. Los clientes preguntan por un montón de cosas y los chinos a duras penas alcanzan a entenderles y responderles. Yo mismo no alcanzo a entenderle a una cliente histérica que protesta porque no tienen el color que ella busca en unos utensilios. Y eso que yo ya entiendo argentiñol a nivel intermedio. La pobre china que la atiende, que parece recién llegada de China, le dice a todo que sí y trata de calmarla en su incipiente español.
Cuando paso al siguiente almacén, encuentro unos turistas paulistas que curiosean como yo y no compran un carajo pero se divierten viendo a los locales comprar chucherías. Después del quinto almacén me aburro de ver más de lo mismo y pregunto si allí también tienen supermercados para ir a buscar mi antojo favorito argentino: los alfajores de arroz que siempre consigo más baratos y surtidos en los supermercados chinos. Me indican que hay uno cerca y al llegar allí, descubro un oasis de pocos clientes y silencio porque nadie habla ni reniega. Me muestran dónde están los alfajores y al buscarlos descubro al que parece ser el dueño del negocio, hablando animadamente con un gringo. Ni se inmutan por mi presencia y sin querer parar oreja escucho claramente cómo hablan mal de los argentinos en inglés. Se refieren a ellos como “cheap and loud customers” y me irrita escucharlos hablar así de quienes les abrieron las puertas de su país para que progresaran. Me siento tentado a responderles pero lo evito porque al estar allí de turista no puedo arriesgarme a tener líos por peleas callejeras.
Abandono el lugar y me voy caminando hasta la avenida Cabildo dándole unos mordiscos a un alfajor de arroz y pensando cómo los chinos también invadieron Argentina. Es el aliento del dragón, ese que te paraliza como los dientes del león en su presa que ya no se atreve a moverse porque sabe que está perdida. El más grande de los cinco imperios se propuso invadir Europa, África y América iniciando con restaurantes, supermercados y tiendas de descuento y pasando a financiar proyectos de infraestructura para terminar empeñando a Venezuela, Nicaragua, Argentina, Etiopía y Estados Unidos.
Nadie escapa de las garras del dragón. Al ser un animal mitológico penetra en tu casa y en tu país de las maneras más insospechadas, desde las zapatillas copiadas de las grandes marcas hasta los celulares de la más avanzada tecnología y los apartamentos que compran en España para obtener la ciudadanía de un país europeo. Se acomodan a todo y parecen tan adaptables que hasta aprenden tu idioma y fingen disfrutar tu comida cuando todos sabemos que se trastean con todas sus tradiciones milenarias de un continente a otro, de un gueto a un barrio fino. Como bien decían los persas, no hay imperio más peligroso que aquel que te invade desde la sala hasta la alcoba para venderte tu propia cama. Claramente se referían a sus vecinos, el dragón que no conquistó el desierto de su imperio rival pero cruzó los mares para llegar hasta el culo del mundo y batir allí su cola a la espera de sus presas.
© 2020, Malcolm Peñaranda.
Comentario
Ja, ja. Gracias por leerme, querido Hugo Mario Bertoldi Illesca. Y cuidado con las novias chinas, pueden tener el coronavirus. :)
Extrañaba tus relatos, mi estimado Malcolm. Este, como varios que te he leído, me dejó satisfecho. Tener la habilidad para crear imágenes mediante palabras no es tan fácil como pueda imaginarse quien no tiene, como nosotros, el raro oficio de escribir, sea como medio de vida o como pasatiempo y modo de compartir creaciones con otros aficionados.
Yo no vivo de esto, pero, vivo muy feliz por poder hacerlo, con el plus de utilizar para ello plumas que han tenido, en la mayoría de los casos, una historia previa a la que están protagonizando conmigo. Ya podrás imaginar, Amigo mío, lo que diría cada de estas joyas de la escritura si pudiesen expresar lo que sienten al ver lo que, juntos, ellas y yo, podemos plasmar sobre el papel. ¡No, mi querido Malcolm! Mejor no lo digas, pues, tal vez no es lo que deseo escuchar... Abrazonrisas y mis FELICITACIONES por este nuevo aporte que disfruté con mucho gusto.
P.S.: creo no haberte dicho que mucho me gustaría tener una novia china, ¡que sea muy cochina, of course!
Si, si me he dado cuenta, solo que lo considero injusto. Lo negativo casi nunca suelo recalcarlo, ni nombrarlo.
Todo el mundo es como Dios nos hizo, hasta donde tengo conocimiento, nadie escogió ser del Africa, de España, de EE.UU o de China y me disgusta muchísimo que alguien se crea superior a otro, es una pretensión sumamente ridícula y estúpida adjudicarse derechos o méritos que no nos corresponden.
Las palabras fuertes no me han ofendido Malcolm, solo creo que es... por falta de costumbre. Es como estar con un grupo de amistades y de pronto alguien dice algo, que no suena bien a los oídos; antes las damas no decían malas palabras, hoy estoy viendo que las dicen con mucha soltura y bien serias todavía. Eso me deja pensando nada más, no me ofendo solo me quedo pensando "indudablemente los tiempos han cambiado, así será ahora"
Mis hermanos decían palabras soeces entre ellos, pero cuando estaban delante de nosotras, eramos tres hermanas mi mami inmediatamente les decía: ¡Hey ¿qué pasa? Aquí hay hermanas presente! Esa es la costumbre que adquirí.
En España hay una muy corriente que la dicen de lo más normal; cuando la escuché la primera vez ahí si, casi muero de espanto jaja Pero fue como digo la primera vez, luego la escuché decir tanto, que ya me sonaba normal.
Gracias de nuevo amigo por tu agradecer y tus disculpas, pero creo que en este caso esas palabritas pueden ser aceptadas. Puede haber algún resquemor; y sería el hecho que todo miembro ahora, empiece a escribir de esa manera. Mucho influye cómo se dicen y en qué clase de escrito. TU ESCRITO es de nivel y didáctico y si, entiendo que es para darle mayor énfasis a tu expresión.
Un abrazo amigo, te he leído antes y convencida estoy que escribes muy bien.
Gracias por leerme y por destacar mi escrito, querida Maria Beatriz Vicentelo Cayo.
Ante todo te pido disculpas si algunas palabras soeces que utilicé en mi historia te ofendieron. No fue mi intención hacerlo. Pasa que había que darle realidad a los testimonios de terceros que usé para narrarla. Y me imagino que te habrás dado cuenta que la gente del común habla con bastante xenofobia cuando se refiere a la comunidad china.
Bueno, hay muchas verdades sobre el "soplo del dragón" porque sus productos y ellos mismos se han expandido por todo el mundo. Pero eso es muy natural hoy en día, hay peruanos en lugares lejanos de Europa y otros continentes que han puesto restaurantes vendiendo platillos con la sazón peruana, así como vestimenta de nuestra sierra.
Y sobre ese mal agradecimiento se da también en todos los lugares. Es el hombre amigo, no son los lugares ni los barcos, ni los puertos, ni nada más que el hombre con sus mezquindades o deseos de hacerse el importante. ¡Vaya a saber por qué seremos así!
Impecable gramática y excelente redacción. Para mi, hay palabritas chocantes, pero al parecer soy yo la obsoleta, bueno es falta de costumbre creo y cuestión de crianza. Y digo que es posible que sea yo la obsoleta porque estoy viendo últimamente novelas escritas con palabras para mi, soeces.
Pero si tenemos a un Vargas Llosa que ha obtenido el Premio Nobel cuya escritura encierra esta clase de términos ¿quién soy yo para espantarme y decir que no me parece necesario decirlas dado que el castellano es tan rico que bien podríamos suplirlo con sinónimos?
Además es un grandioso relato, que bien podríamos pasarlo por alto. Lo mio ya es subjetivo en reglas generales me pareció muy pero muy bueno.
Gracias Malcolm.
Felicitaciones, escribes excelente!
Agregado por Nilo 0 Comentarios 1 Me gusta
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