Llegó al pueblo en los momentos que la tarde terminaba su función y la noche ocupaba su lugar.
No restaba tiempo que perder, la hora fijada, las 21, estaba muy cerca.
Poca luz en las calles, alguno que otro perro aullaba sus quejas al mundo, era de suponer que todos los parroquianos, a estas horas, compartían sus alegrías o penas junto a sus familias dentro de aquellas precarias viviendas, apiladas a ambos lados de una calle larga y obscura, única del poblado, que con seguridad había quedado olvidado en cuanto mapa existiera de la zona, si es que hubiera.
Dudó unos segundos al percibir una sombra acercarse en su dirección, optó por aguardar.
Un hombre de altura considerable, caminaba a paso lento; a escasos metros se percató de su peculiar vestimenta, una capa inmensa negra, que inclusive arrastraba, cubría su cuerpo, sólo su cabeza, rapada, era posible distinguir. Interceptó su marcha y en voz cortante preguntó:
- ¿Quién se acerca?
-No interrumpa mi camino, forastero- dijo el hombre, sin siquiera detener sus pasos.
-Un segundo de su tiempo, requiero, buen hombre- Alcanzó a esclamar, consiguiendo que el interpelado detuviera su marcha.
- ¿Qué busca en este lugar que no es el suyo?
-La casa grande... me aguardan allí, ¿está lejos?
El hombre, levantó su mano, señaló una casa alta, a escasos metros, del lado de enfrente de la calle, y agregó:
-Apresuré, no falta mucho para que cierren el portón, después... será imposible entrar- y continuó caminando, sin esperar respuesta.
El forastero, como había sido catalogado, ni lerdo ni perezoso cruzó la calle encaminándose al lugar indicado.
Una luz mortecina se expandía como una nube desde el interior de la casa señalada. Al acercarse se detuvo frente a la entrada, quiso escuchar unos débiles acordes de un piano lejano; el portón empezó a cerrar el paso, miró el reloj, exactamente las 21, como fue anunciado por el hombre de la capa, inhaló una buena carga de oxígeno e inició su caminata hacia el interior.
Aparentemente todos habían llegado, nadie se atrevió a rehusar la invitación. Era éste un desconocido lugar, como era acostumbrado, cada ceremonia requería un predio distinto, así se evitaban presuntos espías o intrusos.
El alguacil de turno, (vestido de marrón), le entregó la capa (de color bermellón, décimo-tercer grado de jerarquía), la cadena con la medalla del triángulo, y la consabida cuchara de madera negra.
Segundos ocupó en colocarse el atavío, colgó en su cuello la insignia y con aquel estoque simbólico en su mano derecha, ocupó el espacio que le aguardaba, dentro del rectángulo interno.
Los reflectores aumentaron su luminosidad, era casi imposible distinguir, todo se convirtió en siluetas, el consabido tronar de la trompeta dio por iniciada la sesión de esa noche.
La luz menguó su poderío, el alguacil otorgó vida a los candelabros, las velas de colores envolvieron a todos los presentes en un arco iris. Como un relámpago, apareció en el centro, dentro del círculo rojo, el Adalid del actual lustro.
Con una medida inclinación de su cuerpo, detuvo su mirada, por segundos, en cada uno de los treinta y tres convocados. Tomó asiento, y todos, de acuerdo a su rango, se acercaron y tocaron con sus respectivas cucharas su mano extendida.
Terminada la parte primera del evento, uno a uno, fueron invitados a ocupar sus prefijados asientos en la inmensa mesa de deliberaciones.
Al terminar de ubicarse el último de los camaradas, el Hermano Mayor, tomó su puesto en el extremo izquierdo de la mesa rectangular, exactamente frente al candelabro de bronce, símbolo de la sociedad; con voz pausada, sin alti bajos, dio la bienvenida, auguró éxito en los diálogos, comprensión entre los participantes y prudencia en las conclusiones y agregó:
-Hoy debemos considerar a un iniciado, y para comenzar, deberá beber del cuenco con el vino sagrado.
La ceremonia continuó de acuerdo a la tradición llegada desde tiempos remotos.
-Pues entonces jura por tu honor de no traicionar alguna vez los secretos que se te revelarán -prosiguió el gran Hermano.
Cada uno de los Hermanos, ocupaban puestos importantes allí afuera en la vida real.
Un aro más se adhirió al gran círculo, un nuevo Hermano entró a una de las sectas más discutidas.
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Vivir en un mundo sin percatarse del significado del mismo es como deambular por una gran biblioteca sin tocar sus libros.
De: "Las enseñanzas secretas de todas las épocas"
(H. P. BLAVATSKY)
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*Registrado, Safecreative N° 1305075070811
*Imagen de la Web
Comentario
Contento con tu llegada, Normita, gracias por tu comentario y tu abrazo que lo sé sincero.
Van abrazotes amigaza
La última parte es poética y dice: “Vivir en un mundo sin percatarse del significado del mismo es como deambular por una gran biblioteca sin tocar sus libros.” nos Sugiere que debemos buscar significado y conocimiento en la vida.
Este pasaje nos sumerge en un mundo de misterio, rituales y dualidades.
Gracias Beto te abrazo desde la distancia.
Amigazo CARLOS, ha sido un placer recibir tus huellas.
Shalom colega de la pluma
Beto,
Un relato oscuro que nos mantiene atentos a su desarrollo. Felicidades!
Saludos y bendiciones!
Interesante bienvenida al nuevo miembro del grupo!
Cada cual tiene sus formas, sea mediante ritos, fiestas de gala, cenas, discursos para recibir a un nuevo miembro.
Muy interesante lo que en esta oportunidad hemos leído. Al principio parecía un relato tétrico en una ciudad semi abandonada, luego en forma bien descrita fue tomando cuerpo.
Gracias Beto por compartir tus inspiraciones!
Un abrazo mi buen amigo!
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