(Tumulto junto al mar / Caspar Friedrich)

DE LA GRACIA COMO ATRIBUTO DEL ALMA
(REFLEXIÓN -ENSAYO)

La gracia es elegancia y distinción en todo. Nace del sosiego -que no es sólo serenidad, y sabemos que admite también las tensiones de la pasión. Se tiende a confundirla con el refinamiento mundano o cultural; basta ver, en uno u otro sentido, los modales de los seres refinados para no caer en tan flagrante confusión.

La elegancia tiene que ver con el alma y más que con la inteligencia. Aun brillante, ingeniosa, o astuta, la ronda siempre el peligro al que finalmente parece rendirse: la fascina el “virtuosismo”. Sólo que el “virtuosismo” resulta reñido con la elegancia de la gracia: no pierde ni desperdicia la ocasión de exhibirse e imponerse, con frecuencia que es la virtud desvirtuada o degradada.

Cuánta vulgaridad, en efecto, cuánto mezquino cálculo, cuánta mediocridad de sentimientos llega a esconderse en esas inteligencias virtuosas. En nuestro tiempo ya hay “virtuosos” de todo y para todo: No practican o predican el bien sino para ser recompensados y reconocidos. El alma, en cambio, puede ser torpe pero tiene el don de convertir su propia torpeza en una relación diáfana o entrañable con el mundo. “Soy esa torpe intensidad que es un alma”, escribía Borges.

El que goza de la gracia no desdeña el brillo, tampoco lo propicia ni se ampara en él; es muy raro que la mueva el prestigio o la figuración: el alma no busca deslumbrar a nadie, prefiere pasar bajo la mesa mientras se luce la inteligencia. Que los demás devoren y se entre devoren por ganar su sitio bajo el sol o en la pantalla: nada de eso cuenta para el alma, que se rige, aún en su torpeza, por una sabiduría secreta y conoce la primordial justicia del mundo. No hay alma sin inteligencia; no siempre es posible decir lo contrario.

“Cuanto más estúpidos son, más duros tienen los dientes”, decía Goethe de sus críticos en una de las novelas de Thomas Mann: Carlota en Weimar. Seres que pasan por el mundo solo buscando a otros que sean peores que ellos. Para personas así es difícil aceptar lo que proponía el mismo Goethe: “lo que importa no es destruir sino edificar algo que sea un goce puro para los hombres”. El goce puro del alma, no el goce puritano de las inteligencias desalmadas.

Los dominios del alma -su casa y su suelo, su memoria y sus muertos- son así: se asientan en la lealtad a la vez consigo misma y con las leyes del mundo. Y si se asienta en esa lealtad es porque sabe que no hay pasión sin compasión. Ya en su época, Montaigne se alarmaba que se admirara el saber, aun la fútil erudición, más que la pura bondad humana. Sabía que el alma no sólo es sino que debe ser la generosa: no se aviene a cambiar la naturaleza humana por la veleidad de los llamados principios, ni se somete a la temeridad del lenguaje insolente. Se nace o no con la virtud de la elegancia, esa amplitud que hizo posible a un Montaigne.
Todo supone un aprendizaje interior. Se aprende de la dicha o de la desdicha, de la aventura o de la desventura, aun de la posesión o de la desposesión. Pero el verdadero aprendizaje sólo empieza después de un ejercicio del alma: la lucidez, la transparencia, la purga de los rencores. Aprendemos depurándonos. No sólo no saber más sino más profunda o humanamente; saber también que no se es dueño de la verdad o que ésta no es más que la vida misma. Es lo que quizá hace de la gracia un sosiego, esté marcado por la felicidad o por el sufrimiento. No hay verdadera felicidad que no sea elegante, pues rehúye la prepotencia; no hay verdadero dolor que igualmente no lo sea, pues rehúye el patetismo.

¿No son los prepotentes los que luego, en la adversidad, pierden la entereza y se vuelven quejumbrosos?

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Respuestas a esta discusión

Sí, amigo, todo supone un aprendizaje interior .

Felicitaciones, Alejo.

HERMOSAS REFLEXIONES, gracias por compartir querido Alejo. 

¡Brillantes reflexiones, Alejo; demuestras que en un pequeño espacio se puede hacer un ensayo con todo su bigote!

En mi humilde opinión, la gracia es un bien esencial y abundante en la Naturaleza, aunque, hallarla en nuestra especie no es tarea fácil, pues, requiere, tal vez, de cierto equilibrio emocional que no siempre se logra. La ausencia de compasión, como bien expresas, Alejo, neutraliza la gracia y exhibe la debilidad humana de modo evidente. La fortaleza proviene de la más profunda sensibilidad. 

P.S.: lo que asevero es solo una opinión personal, rebatible, por cierto, querido Amigo. Admiro tu lucidez y me siento honrado de compartir un espacio de expresión como lo es la OME contigo. Abrazo sureño y mis buenas energías para ti. 

Todo supone un aprendizaje interior. Se aprende de la dicha o de la desdicha, de la aventura o de la desventura, aun de la posesión o de la desposesión. Pero el verdadero aprendizaje sólo empieza después de un ejercicio del alma: la lucidez, la transparencia, la purga de los rencores. Aprendemos depurándonos. No sólo no saber más sino más profunda o humanamente; saber también que no se es dueño de la verdad o que ésta no es más que la vida misma. Es lo que quizá hace de la gracia un sosiego, esté marcado por la felicidad o por el sufrimiento.

Quizás nacemos en estado de gracia, pero la vida nos va alejando de esa esencia con sus vaivenes. Quien esté alerta y desee conservar el estado de paz y armonía que esa gracia nos proporciona, deberá trabajar mucho. Aunque valdrá la pena. Al final del camino nuestra esencia reflejara su luz.

Siempre es un placer leerte querido amigo Alejo

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Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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