UNA OSCURA NAVIDAD
Hace algunos años había un hombre elaborando en un oscuro rincón, tarjetas navideñas con papel crepé. En su rostro había tristeza, y cada vez que terminaba de hacer una postal, la iba pegando en una alta y gastada muralla.
Había mucho bullicio en aquel lugar, un gran patio lleno de voces y rechinar de sombrías rejas. Se trataba de un penal.
De pronto hizo su aparición otro hombre, que se diferenciaba de los demás: Venía disfrazado de "Papá Noel", y aunque a carcajadas se reía, tenía la mirada lejana y muy triste.
Afuera de la atestada cárcel, aunque lloviera o el sol castigara con inclemencia, formaban largas filas las mujeres. Eran esposas, hijas y madres, y casi todas llevaban un niño lloroso en los brazos; otras tenían a inquietos chiquillos tomados de la mano. Había fatiga en sus pequeños rostros, había hambre y sed.
Al día siguiente sería la nochebuena para muchos presos injustamente encarcelados. Estarían en penumbra, lejos del hogar. Pero ese día era tarde de fiesta; habría chocolatada y panetón en el penal.
De pronto se inició un show navideño, y un ambiente de villancicos nostálgicos, flotaba en derredor. Los niños que iban llegando se ilusionaban y formaban rueda a un árbol de pino, que los presos días antes se habían afanado en armar. Alegrías inventadas por las manos laboriosas y cansadas de esperar.
Se sirvieron de pronto en bandejas de plástico, vasos llenos de chocolate tibio, y una tajada de bizcochuelo para todas las madres y niños. La tarde iba transcurriendo con tranquilidad.
Al día siguiente correrían lágrimas de ancianas madres, y jóvenes esposas, por aquel asiento que estaría vacío un año más. Había terminado la tarde, y el tiempo de visita se iba acabando.
Luego un ministro de Dios en el centro del patio elevó una oración. Todos inclinaron la cabeza y se santiguaron en silencio. Después vino el momento más doloroso: La despedida tras las rejas, y los últimos besos con sabor a sal, y un ¡Feliz Navidad, mi amor! Y unas manitos pequeñas que querían asirse de papá, y es que los niños no entendían porque su padre se quedaba y ellos llorando se iban.
Después, ni un susurro invadió el penal. Solamente el acostumbrado sonido de los gruesos llaveros en las oxidadas cerraduras. Pronto anocheció, y a lo largo de los corredores a veces un sollozo ahogado de algún presidiario, llenaba el silencio...
INGRID ZETTERBERG
Lima - Perú
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Estimada poeta Ingrid Zetterberg, gracias por compartir este cuento que despierta la ternura y hace reflexionar.
Felicitaciones.
Un fraternal saludo.
Gracias Jesús Ibarra por estar presente entre mis letras y dejarme tan hermoso comentario. Un saludo fraterno.
Muy buena tu narrativa compuesta sobre una historia pragmática y dolorosa. Me ha encantado. Gracias por participar.
Gracias mi estimada Milagros por gustar de mi cuento y dejarme tan bella respuesta. Un abrazo y feliz año 2.022.
Agregado por Nilo 0 Comentarios 1 Me gusta
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