El gato feliz
Anita recibió para su cumpleaños un hermoso cuaderno de tapas duras y azules. Grande, de páginas blanquísimas y rugosas, sin líneas, que invitaban a dibujar.
Cuando todos sus amigos se fueron, tomó el lápiz rojo que le había regalado su abuelo y dibujó un gato que se veía muy contento, tanto, que casi podía oír su ronroneo de felicidad.
La niña se fue a dormir satisfecha, pensando en su gato rojo y feliz.
Pero al otro día, cuando después del desayuno abrió el cuaderno, el gato había perdido la sonrisa.
La niña se preocupó por Sonyi, así le había puesto de nombre al gato, y pensó que tal vez no se veía feliz porque tendría hambre. Entonces le dibujó un plato amarillo con leche espumante y tibiecita, luego, cerró el cuaderno de tapas duras, porque era hora de ir al jardín.
Al otro día, muy temprano, hizo lo que hacía todos los días desde su cumpleaños: abrir el cuaderno para ver como seguía el gato.
No tenía mal semblante, sus bigotes lucían derechitos y tupidos, pero igual no parecía muy feliz.
Anita pensó qué más necesitaría su gato rojo ¿qué le faltaba para que estuviera feliz, feliz de verdad?
Pensó, pensó y pensó y luego dibujó un almohadón mullido y aterciopelado para que no tuviera frío, lo puso al costado del plato de leche.
Después le dibujó un ovillo de lana peludita color marrón y una pelota saltarina de color violeta, para que jugara y se divirtiera. Pero no dio resultado, al otro día Sonyi, parecía muy, muy triste, tenía una lágrima suspendida en su ojo izquierdo y eso la preocupó muchísimo. Debía de hacer algo para que su gato rojo se sintiera feliz
Decidió no esperar hasta el otro día y a la noche, después de cenar, le pidió permiso a su mamá para dibujar. Se le había ocurrido una gran idea y deseaba ponerla en práctica de inmediato.
Tomó el cuaderno, pintó un ratón blanco con manchitas negras, de orejas grandes y rosadas, patas cortitas y una larga cola puntiaguda. Ah, y se ocupó especialmente de dibujarle una enorme sonrisa a Sonyi. Después se fue a dormir satisfecha, estaba segura que daría resultado.
En medio de su sueño una preocupación la sobresaltó. Saltó de su cama y abrió el cuaderno que tenía muy cerca de ella. Buscó la hoja y le agregó un cartel que decía: “Por favor, no me comas Sonyi” firmado: Lilo, el ratón., También dibujó un pedazo de queso, por si a Lilo le daba hambre.
Ahora si, podía irse a dormir tranquila, estaba convencida que los dos se harían compañía, y eso la puso muy contenta.
A veces, cuando abre su cuaderno para hacer otros dibujos, encuentra al ratón durmiendo en el lomo del gato o al gato lamiendo al ratón acostados muy cómodos en el almohadón., sin importarles los prejuicios que la mayoría tiene a cerca de que un gato y un ratón no pueden convivir juntos. Anita ya no tiene dudas, que Sonyi, su gato rojo se ha convertido en un gato realmente feliz.
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Los invito a leer mi relato, lo colgué hace varios días y no he tenido ningún comentario BUUUUUUUUAAAAAAAAAAAAA
JAJAJAJ
Lily Savoia
AMARANRTA
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