EL NONO

 

            Un iris se entrecruza en la vieja galería que da al patio. Un ojo de luz penetra por el astillado vidrio del rincón que interrumpe la sinfonía establecida. El viejo sillón de cuero negro, con las huellas de las nalgas del abuelo, repite su historia de atardeceres compartidos con el mate y el ajenjo.

            El brasero de tres patas inicia su gemido cada día de carbón y espera. Una pava silbadora juega al escondite con la olla del guisado, o la escudilla de la sopa de verduras.

            Cada mañana, siesta, tarde y cada noche su ritmo temporal anuncia la leyenda del tano de mirar azulado develando la tragedia del Adriático guerrero, emparentado con la muerte historiada tantas veces.

            Faja negra, prieta, enamorada del contorno italiano afincado en la villa de costumbres argentinas. Bombacha blanca, casi al filo del tobillo flaco, don Teresio, el nono gringo, cruza como un dios vikingo la corona de luces bordada en la galería de Ramiro Suárez al 1.200. Lector de historias, oidor de violines cantándole al silencio, de manos agrietadas por la chuza o la azadilla, el anciano dejaba caer su estampa en el hueco amoldado, mientras María, la mujer, mezclaba su tinte oscuro en genética procesión con el latinazgo. Rodete blanco, analfabeta de letras y sabia de amores, doña María apuntala la historia familiar con energía, tortas fritas, arrope de tuna y cuentos a los nietos que hormigueaban de tarde en tarde.

            El sabor del ajenjo en el vasito grueso, como los gruesos dedos de don Teresio repiten el camino siempre definido.

            Un ¡basta viejo¡ burbujea en la garganta de la abuela, mientras él, por siempre, repite el gesto. Y el ¡basta viejo¡ asombra a los nietos y a los hijos intranquilos, al gato aletargado en la alfombra de tiritas, o al loro quieto de tan viejo, desplumándose en el aro oxidado que armó el abuelo.

            El  ¡basta viejo¡ se escucha desmayado, igual que la locomotora pasando lista al viejo ferroviario desalentado, que busca su Piamonte tan lejano en el fondo de la copa verdosa de su ajenjo.

¿Hay algo más en la pena que dibuja la piel? ¿En el agobio que curva en ese la espalda?¿En el suspiro entrecortado con que cuchichea el corazón? La mano del nono resbala por las trenzas rubias de su nieta preferida que con apenas 10 años le trae el recuerdo de aquel día de espanto.

Corro por el sendero bordeado de árboles con los brazos abiertos como las alas de un halcón. Mi sombra se alarga para unirse al punto de coincidencia de los mismos. Debajo de las suelas crujen – lamentándose – las ocres formas desprendidas en la mañana fría de otoño. Río. Río. Río. A carcajadas. Giro haciendo trompos, levantando sueños, arracimando recuerdos de la infancia.

Siento algo que me aprieta el pecho. Una catarata de angustia gime en las entrañas. El duro esfuerzo por recordar solo acomoda difusas formas en medio de la mente inquieta. Ella no comprende que le pasa pues como en una fantasía onírica los símbolos, los colores, los sonidos, los olores se entremezclan. De pronto se detiene, a lo lejos oye el silbato estridente de la locomotora. La mirada le devuelve en grises el humo de la máquina salpicando el atardecer. Reinicia la carrera.

- Quiero llegar a tiempo. La Trochita no espera. Y no quiero perder mi viaje en el tren igualito al que viajaba el nono, en el tren rescatado de su letargo repitiendo historias en el sur frío y brillante. Ay, estoy casi sin aliento. No doy más.

- “Un boleto por favor

Camina por el andén con el asombro pintado en el gesto repetido. Percibe los matices y los signos en la estación. Y las resonancias iguales a las escuchadas en aquella otra, adónde la llevaba el nono gringo, para recorrer la distancia que la separaba de la abuela María.

¡Qué distintas son las personas! Hablan en idiomas extraños. No las comprendo. Así debe ser la torre de Babel, con palabras sin sentido para los demás. Sólo las palabras porque seguramente se parecen en la sonrisa y la esperanza, en las extrañezas y los desaires.

¡Qué escalón tan alto! Me treparé como a los 10.

Busca un lugar al lado de la ventanilla y lo encuentra rápidamente. A la izquierda una aristocrática inglesa tiene la mirada perdida y no toma en cuenta su presencia. Al frente dos rubicundos jóvenes hablan con sonidos guturales, con vozarrones que le impiden escuchar el silencio. Se acurruca. Enrosca la bufanda para evitar el aire frío. Deja vagar la mirada. Experimenta extrañas sensaciones. En su interior los interrogantes se suceden uno tras otro.

- ¿Por qué me siento así?¿Por qué escapé del hotel y vine aquí?¿Qué me impulsa?

No puede responder. Como no puede dejar de sentir extrañeza. Y mientras busca en vano en su interior un sonido largo anuncia la partida. Uno, dos, tres tirones y se inicia la marcha. La cadencia y el penetrante olor del humo, el traqueteo familiar la empujan en un túnel de repliegues, hacia atrás, a su infancia. Y brotan las lágrimas que bañan el rostro. El recuerdo le estalla dentro del pecho. Después de toda una vida las puertas se abren para entender lo que nunca pudo entender.

Nono.... nono.... la bebé se golpeó la cabecita en la ventana. Pero no lloró nada, ni un poquito. Nono... Nono...se quedó dormidita, quietita. Mirala, aún duerme. Levantala vos que estoy cansada. Es muy pesada la bebé.

Se fue corriendo a jugar con las amigas del barrio que la esperaban como todos los viernes en la estación La Francesa. Y el nono se quedó allí, con su nietita en los brazos.

 

De "Nueve y diez... el que no se escondió se embromó". Editorial Eduvim

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Respuestas a esta discusión

¡¡¡¡  BRAVOOOOOOOOOOOOOOOO   GRI !!!!!!!!!!!!!!!!!!!

GRAN ESCRITO. TE FELÑICITO. SALUDOS.

AMIGA GRISELDA

POR ESTE BIEN MERECIDO GALARDON

 

Bendiciones incesantes

FELICIDADES AMIGA GRISELDA POR ESTE BIEN MERECIDO RECONOCIMIENTO...

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Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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