CON LOS OJOS BIEN ABIERTOS

Flaquita, tan flaquita que daba pena. Y no porque no tuviera más que suficiente alimento en su hogar, era que era muy remilgosa. Eran muy pocas las cosas que le gustaba comer, por ejemplo arroz blanco, eso, cosas así.
Eran tan flaquita que creo que inspiraba pena. La salvaban sus ojos brillantes y grandes, abiertos a la vida. Se notaba que quería tragarse la sabiduría en sorbos grandes. Su vida era como una melodía de luz siempre con las manos en cuencos de amor.

La salvaba el fuerte lazo de afecto con sus padres, con su hermana, con la vida que le rodeaba. La salvaba su pasión por escrudiñar en las profundidades del universo que contemplaba en los amaneceres a media luz, cuando aún las estrellas titilaban en un manto claro y azul.

Rellenaba su alma con melodías con sabor a miel, con naranjos aromáticos y orquídeas de muchos colores. Esos colores que ponen trazos en los rincones ocultos del alma, y te hacen amar hasta lo no amable. Esos colores que enderezan los caminos torcidos de las incertidumbres.
Y se movió inquieta por los largos pasillos florecidos de ilusiones, con sus inmensos amores. Y le tocó vivir intensamente dejando los pedazos de esperanzas agarrados a su fe, acompañada de la silueta de su Ángel de la Guarda, que nunca le falló.

Carmen Amaralis Vega Olivencia

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