Quiero tatuar mis piernas.
No de azul o de verde,
sino de negro.
Quiero sentarme frente al
tufuga
y saber que él desea mi dolor.
Quiero que saque su cincel
y su martillo
y golpee mis muslos,
su entera circunferencia
como si caminara alrededor del mundo
como si remara por todo el Pacífico en un tronco
sabiendo que una vez que te has soltado
y montado los perros a bordo
ya no hay vuelta atrás, Bingo.
Quiero mis piernas tan filosas como dientes de perro
perros salvajes
perros salvajes de Samoa
del tipo sarnoso que muerden a extraños.
Quiero mis piernas como pulpos,
pulpos negros
que cazan ratas y se las comen.
Incluso quiero mis piernas como ciempiés -
los negros
que pican y producen hinchazón por semanas.
Y cuando haya terminado,
quiero que el tufuga
se relaje y sepa que mis piernas no son suyas -
que nunca lo fueron.
Quiero asustar a mis amantes,
que se sienten frente a mí
y suspiren.
Animales sin control,
salvajes,
surgen de nuestro propio interior
y resulta difícil controlarlos.
A las mujeres
que las piernas
se les presentan
como tentación para los machos;
debe sucederles de vez en cuando
que quisieran convertir
sus extremidades
en perros salvajes;
entonces, ahora sí,
los machos las respetaríamos.
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