Nocturno de pescadores
Están los dos en la cama y aunque ya han pasado las 11 p. m, él prosigue leyendo a la luz de su velador el quinto capítulo de una novela de Cobrad; una historia no demasiado atragante que sin embargo logra mantenerlo interesado cada noche que vuelve a sumergirse en las turbulentas pasiones de un ser que lucha contra la soledad y el recuerdo que lo atormenta hasta precipitarlo hacia las orillas de la locura. Cada página es un peldaño de descenso del personaje que parece perderse en una melancolía sin fondo ni final.
Indiferente a la luz del velador vecino, ella ya se ha hundido en un sueño pesado; se nota por sus ronquidos, que no se conoce, y aunque el, divertido, se los reproche durante el día ella insistirá en negar, tal si fuese impropio de una dama roncar por la noche.
Pero ella despierta de repente con una inhalación súbita como si recuperara el oxigeno luego de un acceso de asfixia. Él se vuelve y la observa unos instantes. Cuando nota que esta mas tranquila aunque ya bien despierta, retorna a su lectura.
Ella se arrellana a su lado y se aferra a su brazo tibio y apoya la cabeza en el hombro de el; “he tenido otro sueño…”
¿Qué soñabas? Ha preguntado el después de un rato, absorto en el final de un capitulo (pareciera que el comentario de la mujer o sus palabras le van llegando de a retrasos noctámbulos); “Era un pescador”…comienza ella arrastrando las vocales con voz somnolienta. “Pescaba cangrejos. Sólo; en un bote en medio del mar. Usaba redes… mientras pescaba, lloraba. El cielo estaba oscuro; y el estaba triste y quería morir…”
El la mira. En la orilla de los párpados asoman lágrimas. Deja al libro caerse de sus manos.
- Santo cielo, Vilma. Es casi demasiado triste hasta para ser un sueño. Es realmente deprimente.
Ella, que parecía haberse vuelto a dormir, empieza a hablar.
- Terrible ¿verdad? Tanta tristeza parece irreal…
- Esas imágenes. Debieron ser tan nítidas.
- Ahà.
Al fin se decide a cerrar el libro y dejarlo sobre la mesa de luz. Queda pensativo unos instantes. Hace pasar entre sus dedos el cable del velador, jugueteando distraídamente. “Sin embargo es real” suelta de repente. “Era un sueño…” responderá ella que está evidentemente despierta pese a permanecer inmóvil a su lado; arrellanada, con los párpados cerrados.
“No, es real” insiste él dispuesto a reflexionar. Mira si no -le dice- ¿cuántos pescadores puede haber ahora mismo haciendo su pesca en medio del mar?
- ¿Dónde? –preguntará ella.
- ¿qué importa dónde? En cualquier lugar; en todos los mares del mundo en este preciso instante.
Vilma murmurará algo como “pescador de cangrejos” aún en un hilo de voz apagada como bajo un lecho de arena, brota refutando la proposición insólita, que no obstante parece dispuesto a defender…
- Es lo mismo, mujer. Cuántos pescadores de cangrejos puede haber ahora en todo el mundo echando sus redes…y no me digas que la mitad del planeta duerme porque hay pescadores que trabajan de noche. Y no te hagas la dormida porque sé que me estás escuchando, Vilma querida; te conozco: cuando te despertàs así de noche siempre te quedàs como despabilada.
Ella no se inmuta. Al rato responde:
- qué se yo. Docenas. Cientos.
“Cientos” repetirá él como una revelación ¿te das cuenta, no? “cientos…”
“¿y qué?” parecerá que ella dice frunciendo el ceño; apretujándose mas al cuerpo de su hombre; deseando que apague la luz del velador de una vez.
El, que conoce todos sus gestos y lo que significan, la apaga. La oscuridad propicia una lasitud en los movimientos. Se acomodan bajo las sábanas seducidos por la calidez que emana de la proximidad de sus cuerpos, de la tibieza que producen al abrazarse. Las manos de él buscarán su cintura y ella suspirará, complacida.
Pero el hombre no duerme. Sigue pensando en lo mismo; aunque sus reflexiones se vayan espaciando; aunque pausas cada vez más dilatadas presuman la inminencia del sueño, prosigue el diálogo en susurros, ya sin abrir los ojos y en la orilla del duermevela.
“¿Cómo, y qué?” quiere decir que tu sueño está sucediendo. Que es real; que está pasando ahora mismo. En algún lugar, un pescador estará ahora echando sus redes y llorando bajo un cielo oscuro y vos acá lo estás soñando…”
Ella comienza a comprender algo del punto de vista de él. Alguna vez le apasionó la geografía. Mar de Bering, mar Rojo, Mediterráneo… ¿cuántos mares ha de haber en el mundo? Y aunque sòlo en la mitad hubiera pescadores de cangrejos; y si sòlo una tercera parte de todos aquellos pescadores pudieran estar sufriendo esa angustia, esa agonía de tristeza que ella, Vilma, esposa de un marido que no sabía de geografía pero en cambio estaba dotado de una sensibilidad fuera de lo común para percibir en el hálito de angustia de la mujer una gran carga de emociones ya imposibles de ignorar, aún a esas horas. A la hora en que pescadores de cangrejos echan sus redes bajo un sol tropical o mejor, bajo la luna de noches frías, sobre mares oscuros o bahías igual de oscuras o heladas donde la tristeza cuaja mejor que en otros climas.
El es contador. Entiende mucho de números, de variables, de probabilidades. Sòlo a veces, como en esta noche, se siente muy triste. Suspirando, sale de la cama. Descalzo camina hasta la cocina y enciende una luz. Cierra la puerta para no molestar a Vilma que parece se ha dormido. Se sienta ante la mesa donde reposan todavía los restos de la cena. Podría enjuagar todo; secar y guardarlo. Podría. Amodorrado contempla los platos con espinas de pescado. En uno de los vasos queda un poco de vino. Sin pensarlo se lo bebe y vuelve a suspirar. Está triste. Ella suele contagiarle sus melancolías que le enturbian los ánimos más de lo que debieran; propenso como es a deprimirse por las causas más nimias.
Eso lo irrita. Es ella la melancólica; la que llora por cualquier cosa y está sujeta a debilidades femeninas. Como hombre, él no puede dejarse llevar por cosas sin explicación pero no consigue evitarlo tanto como quisiera. Porque la ama. Y porque ella lo subyuga con cada cosa que dice o hace. Es el amor y es la derrota del amor en que se arroja al vacío lo que se ha dejado de ser por la otra persona.
Se sirve otro vaso de vino negro y lo bebe hasta el fondo. Exhala pesadamente el aire viciado de pesadumbres y sin saber porqué, en la torpe sinrazón propia de un bebedor -y él no lo es, pero un trago ha bastado para embriagarlo- sube a una silla y se pone de pie sobre la mesa. Un viejo rencor hacia sí mismo sube hasta la superficie; Vilma no es culpable de nada y sabe bien cuánto la ama… una indefinida sensación de asco hacia la debilidad humana, hacia el dolor de no ser mas fuerte que la realidad que nos golpea como la ola al arrecife. Mareado, tropieza con los utensilios sobre la mesa. Un cuchillo cae al piso con estrépito. Una voz desde el dormitorio que es un quejido apenas. Es tan débil esa voz; tan desconocido su idioma que se hace imposible no desfallecer de tristeza esa misma noche. Mareado mira el piso de azulejos deslumbrantes bajo la luz eléctrica. El cuchillo sangrando todavía…las lágrimas salobres.
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Fue un brusco chapuzón. Y el gorgoteo corto y apagado de las aguas al tragar el cuerpo inerte, condenado al olvido. Luego, el silencio infinito. La barca aquietándose como si nada hubiera ocurrido. La bolsa de redes flotando a la deriva. Sobre la cubierta el cordaje enredado. Desde el fondo del baldón de madera un par de cangrejos andando a tientas, buscando retornar a otro tipo de olvido como el que yace en el fondo de las aguas, esa eternidad oscura y siempre ondulante que la luna mira con el rostro lívido.
De pie en el borde, divisó la luna a través de una ventana. Sin dudas era un rostro. Lívido, tal vez muerto. Hundido en la oscuridad.
Comentario
decir gracias me parece poco...pero GRACIAS.
muy bueno,me encanto leerte disfrute cada detalle de tú escrito ...un abrazo
GRACIAS!
Agregado por Nilo 0 Comentarios 1 Me gusta
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