Con mis manos aún vivas,

llegué a rozar las puertas del cielo,

cuando su boca encendida,

me obsequiaba,

la miel celestial,

de sus paradisíacos besos.

Mi ser temporal,

se elevaba,

cual ligero vapor,

hacia la gloria divina,

donde el mismo Dios,

al advertir mi perfecta ventura,

“feliz sonreía”…

Autor: Marco A. González Almeida

 

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