LA LECHUZA Y EL CUERVO

 

Territorios de Salisbury, Inglaterra. Año 639 D.C.

Eira era una bella doncella que trabajaba como dama de compañía de la Condesa Isolde. Era una joven hermosa, con cabellos largos de color dorado que cubrían la totalidad de su espalda. Sus bellos ojos eran grandes y expresivos, claros como el día e intensos como los vientos de mayo. Su piel era blanca como la leche fresca. Ella era una niña muy alegre y jovial, disfrutaba hacer sus labores diarias A sus diecisiete años, atraía ya la mirada de los jóvenes mayores que trabajaban en la comarca y sus alrededores, a pesar que pocas veces salía del castillo. Ella, como era de esperarse, había sido comprometida en matrimonio al Conde Ivo, 23 años mayor.

En las caballerizas del castillo, el joven Arné, de 21 años trabajaba con su padre como ayudante general, realizaba sus labores pacientemente. Era un joven apuesto, muy varonil, cuyo cuerpo comenzaba a desarrollar los músculos que por la naturaleza del trabajo iban apareciendo. Sus días los pasaba trabajando al lado de su padre y al caer la tarde, solía ir al campo a descansar y relajarse tocando el Laúd, instrumento de cuerdas que era tanto su pasión como su pasatiempo.

Cierta mañana, Eira bajó a las caballerizas, para entregar un recado de la Condesa al padre de Arné. Cuando sus miradas se cruzaron por un breve segundo, ambos sintieron algo extraño y hermoso en su interior. La llama del amor se había encendido.

Eira al retirarse, lo hizo con una graciosa reverencia dirigida al padre, pero sus ojos no se retiraron de Arné, que tampoco la perdió de vista.

Días después, nuevamente se presentó Eira en las caballerizas, llevando un nuevo encargo de la Condesa, pero el padre de Arné no se encontraba.

-Buenos días tenga usted caballero, dijo ella.

Él, al escuchar la dulce voz, enrojeció y con voz un poco entrecortada contestó:

-Ho…hola… muy buen día.

-¿Se encuentra su padre? traigo otro mensaje para él.

-No, el día de hoy se ha sentido un poco enfermo y se quedó en cama. Estoy encargado de cualquier cosa o asunto. ¿Cómo os puedo ayudar?

Ella, un poco turbada contestó:

-Sólo traigo esta noticia… de parte de la Condesa Isolda.

-Gracias, con gusto se la daré a mi padre.

Ambos se quedaron mirando unos momentos, hasta que ella tomó la palabra para decir:

- Ha sido un gusto verle nuevamente, y saludarle.

-Mi nombre es Arné…

-Yo soy Eira…

Ambos sonrieron abiertamente antes de que ella se retirara.

 

Cierta tarde, Arné se encontraba en un claro del bosque, recostado a los pies de un frondoso roble, con su Laúd entre las manos, haciendo melodías y tratando de poner algunos versos a la música, cuando de pronto escuchó unos pasos. De inmediato se puso en pie y al voltear vio a Eira acercarse alegremente. Verla llegar así, tan de repente y tan sonriente, alegró en demasía el corazón del joven, que se apresuró a recibirla con la mejor de sus sonrisas.

Al estar juntos, se saludaron y él la invitó a sentarse al pie del viejo árbol. Ahí, él volvió a tocar su Laúd y a cantar algunos versos. Ella lo miraba y escuchaba con fascinación. Así estuvieron un rato, hasta que el cielo comenzó a perder su color, y tuvieron que regresar. Casi al llegar al castillo, se separaron y siguieron rumbos diferentes.

Esa fue la primera de muchas tardes que pasaron juntos en el campo, platicando y cantando. La atracción entre ambos era ya evidente, y día a día iba creciendo.

 

Cada tarde, antes de regresar al castillo, Arné solía poner en manos de Eira, una flor amarilla que crecía únicamente en esa parte del bosque. Era una flor hermosa, de grato aroma y, color vivo y ocho pétalos.

Ella regresaba al castillo con mucha alegría y dejaba las flores sobre su cama, sobre el buró y eventualmente, en un recipiente de cristal con un poco de agua.

La Condesa, intrigada, preguntó el motivo de las flores, a lo que ella contestó que las cortaba porque le gustaban mucho, pero comenzó a inquietarse de que Eira fuera a estar enamorada de cualquier otro caballero, cuando ella la había comprometido en matrimonio a cambio de un título mobiliario de mayor altura. Se dijo a sí misma que estaría pendiente de su comportamiento.

 

Entre Arné y Eira, las cosas marchaban bastante bien, no tardó mucho en surgir el amor y la pasión entre ellos. El lajúd aquella tarde quedó mudo sobre la sombra del roble, mientras que los jóvenes amantes desataban sus instintos naturales con besos, miradas y caricias. Las promesas de amor eterno, aquí y en el más allá salían de la boca de los dos. Los besos se prodigaban con ansias y poco a poco las ropas fueron dando paso a la hermosa desnudez de dos jóvenes enamorados, que al arrullo del viento unieron sus cuerpos bajo un cielo que iniciaba a oscurecer y que era un presagio de lo que podría suceder.

Ambos sabían que su amor era algo prohibido y que Arné podría tener consecuencias funestas de ser descubiertos, por ello eran muy cuidadosos y decidieron ya no encontrarse en el claro del bosque, sino más adentro, en un lugar más discreto y oculto. Sin embargo, pocas tardes después, eso les costaría muy caro, ya que un cazador los descubrió a la distancia y de inmediato fue a contar la noticia a la Condesa, que lo recompensó con dos pequeñas monedas de poco valor.

Esa noche, cuando Eira regresó al castillo, al ingresar a su habitación encontró todas sus flores en el piso, completamente destruidas, y ahí, la esperaba una furiosa Condesa, que de inmediato la sujetó de los hombros y la sacudió con fuerza.

-¡Estúpida! sabes bien que tú estás comprometida para casarte con el Conde Ivo, y no voy a perder la oportunidad de salir de este castillo para obtener lo que me corresponde por culpa de tus tonterías. No volverás a ver a ese caballero muerto de hambre jamás, es más, él muy pronto será exiliado, de eso me encargo yo.

Con la fuerza del coraje que tenía, la condesa aventó a Eira sobre la cama y salío, cerrando con llave por fuera la puerta de la habitación.

Eira, se sentía adolorida y confundida. Lloró toda la noche pensando en su amado, pero sobre todo, preocupada por lo que la malvada Condesa pudiera hacer para lastimar a Arné ¿Qué otra cosa podía hacer?

 

Arné esperó muchas tardes en al bosque a que apareciera su amada. Regresaba a casa triste y cabizbajo.

Su padre al notar el extraño comportamiento de su hijo, comenzó a preguntar el motivo de sus lágrimas y su tristeza. Arné le contó sobre Eira y cómo de un momento a otro, había dejado de ir al bosque. El padre comprensivo, prometió indagar el paradero de Eira.

 

La Condesa seguía muy molesta por el comportamiento de Eira. El Conde Ivo fue a visitarla para asegurarse que todo estaba bien, y así se lo hizo saber ella, en cuanto cumpliera los 20 años, se la entregaría en matrimonio.

Pero en el fondo, la inquietud por el enamoramiento de Eira la tenía muy preocupada. No sabía exactamente qué hacer, así que decidió salir de la comarca para visitar a la hechicera.

Al llegar a la cabaña, la vieja hechicera salió a su encuentro. La Condesa Isolde le debía muchos favores y siempre que la visitaba le pagaba con pequeñas monedas de oro y de plata.

Al enterarse del motivo de la visita, la vieja río a carcajadas…

-¡Ja, ja, ja! lo que quieres es asegurar tu futuro a costa de la niña.

-Lo que quiero es que ese caballero no se vuelva a cruzar en su vida y que ella deje de pensar en él.

-Yo te daré algo para que termine tu problema y preocupación. Sólo tienes que ver la manera de dejar este frasco abierto junto a la cama del enamorado, y asunto resuelto.

Después de tomar el frasco y dejar unas pocas monedas de oro y plata en la mano de la hechicera, salió de la cabaña y sin voltear tomó su camino de regreso al castillo.

Ya un poco retirada, alcanzó a escuchar la voz de la vieja gritar:

-¡Miserable y tacaña! Lo que eres me lo debes a mí, y escatimas conmigo. Algún día me pagarás todo.

 

Para la condesa no fue nada difícil hacer llegar el frasco a un lado de la cama de Arné, que a los pocos minutos, llegó a su habitación y se acostó, sin saber lo que le esperaba.

 

A la mañana siguiente, el cielo amaneció muy oscuro, una pertinaz lluvia se había desatado por la madrugada y a la hora del inicio de las jornadas seguía cayendo con gran intensidad.

El padre de Arné, en las caballerizas, trataba de calmar a los equinos, que se encontraban muy inquietos por los constantes truenos que se desprendían del cielo. Se preguntaba que a qué hora se presentaría Arné, que en estos momentos tanto necesitaba.

Pasadas unas horas, ya su inquietud pasó a la preocupación, y decidió ir a buscarlo. Al ingresar a casa, no escuchó ruido alguno, le pareció muy extraño. Entró a la habitación de su hijo y no vio nada anormal, pero él no se encontraba. A punto de salir, escuchó un graznido, volteó hacía la ventana y vio a un hermoso cuervo, grande y con sus negras plumas tornasol en todo su esplendor.

Nunca en su vida había visto un cuervo tan grande, y desde luego, tampoco tan cerca, quedó tan sorprendido que de pronto se olvidó el motivo de su regreso a casa. Al reponerse de la sorpresa y reintentar salir, nuevamente el graznido llamó su atención. El cuervo en la ventana batía sus alas con cierta desesperación. El padre de Arné se apresuró a salir para retornar a sus labores.

Una vez de regreso en las caballerizas, nuevamente lo sorprendió la presencia y el graznido de aquel bello ejemplar alado, pero esta vez, debido a sus múltiples ocupaciones, no le hizo mayor caso.

Al caer la tarde y retornar a casa, al ingresar con toda la pesadez y preocupación al no encontrar a su hijo y sin saber nada de él, se encontró con el cuervo nuevamente, que parado sobre el respaldo de la silla donde solía sentarse Arné, esperaba pacientemente. Los graznidos del ave parecían querer decir algo con mucha desesperación, pero molestaron mucho al señor, que sin saber exactamente lo que hacía, tomo una escoba y espantó al cuervo, gritando: - ¡Animal del demonio! ¡Esto no es otra cosa que un mal augurio! ¡Largo de mi casa! El cuervo salió volando por la ventana y se alejó.

El padre de Arné entró a la habitación de su hijo y comenzó a llorar su pena. Se recostó en la cama y vio el extraño frasco; al olerlo, sintió náuseas y lo tapó intrigado. Comenzó a sospechar que a su hijo le habían hecho algún mal.

 

Eira se veía desmejorada, la luz de su mirada se había apagado y aquella alegría que tanto la caracterizaba se había perdido. Sus labores las hacía con desgana y terminando de inmediato se retiraba a su habitación y dormía profundamente. Su tristeza y melancolía contrastaba con la nueva alegría de la Condesa, que era feliz al saber por boca del padre de Arné que éste había desaparecido.

Eira lloraba constantemente, solía asomarse a la ventana para mirar el bosque y recordar los bellos momentos que pasaba en brazos de su joven amado. Lo extrañaba tanto y lo necesitaba aún más. Algunas veces, pensando en que pronto sería entregada a un hombre mayor, sentía ganas de lanzarse desde su ventana, pero la esperanza de volver a ver a Arné hacía que siguiera soportado su martirio diario.

Sucedió una tarde clara y de mucho sol, al regresar a su habitación, sobre la cama encontró una bella flor amarilla que regalaba al olfato un agradable aroma. Ella, al ver la flor sobre su cama, corrió a tomarla entre sus manos y la llevó directo a su pecho, suspirando y gritando a media voz… ¡Arné!

Desde ese día, cada tarde al regresar encontraba en su cuarto su flor amarilla. La esperanza renació en ella, pero ¿dónde se encontraba Arné? sin embargo, estaba completamente segura que en cualquier momento lo volvería a ver.

Una mañana, despertó inquieta, y al ver hacía la ventana, vio a un cuervo, grande y hermoso en su negrura, parado en el dintel y con una flor amarilla en el pico. Intrigada y sigilosa se fue acercando, con miedo, pero con firmeza. El cuervo dejó la flor en su mano, y se paró suavemente en el brazo de ella. Al sentir su contacto, una corriente eléctrica sacudió su cuerpo al igual que una avalancha de recuerdos. Tímidamente preguntó: -¿Arné?

El cuervo extendió sus alas y asintió con la cabeza.

Ella no daba crédito a lo que estaba viviendo. Se atrevió a preguntar nuevamente: - ¿Arné, eres tú mi amor?

El cuervo asintió nuevamente y voló dando vueltas en la habitación hasta posarse suavemente en los brazos de Eira.

Desde ese momento la vida volvió a ser de muchas alegrías y otras tantas preocupaciones.

El padre de Arné, al saber la noticia, un poco incrédulo al inicio pero ya convencido después, combinaba la alegría con la preocupación de saber cómo ayudar a su hijo. Fue entonces que recordó el frasco que encontró en la habitación y decidió encarar a la malvada Condesa Isolde, y así lo hizo con premura.

Al inicio, ella negó todo, pero con la presión y la filosa daga en manos del padre de Arné, terminó llorando y confesando toda su culpabilidad. Su llanto era tan falso como sus palabras. La punta de la daga sintió brevemente la piel del cuello de la Codesa, y dejó brotar una gota de sangre. El padre, dejó así las cosas y maldijo mil veces a la malvada Condesa, antes de pisar sobre sus pasos y emprender el regreso.

Pero la Condesa no estaba conforme con el giro que habían tomado las cosas, ya que Eira dejó su habitación en el castillo para ir a vivir a casa del padre de Arné. Entonces nuevamente acudió a la hechicera, que al verla llegar sonrió para sus adentros.

La Desesperada Condesa le contó toda la situación.  

-Te voy a ayudar… le dijo, pero esta vez tendrás que pagarme bien, muy bien.

-Lo que quieras, pero por favor, ¡Ayúdame!

-Cincuenta monedas de oro… ni más, ni menos.

Ella aceptó, pero por dentro se dijo que tendría que eliminar a la hechicera.

 

Después de la media noche, el cielo ennegreció como pocas veces se había visto. Los truenos retumbaban en toda la comarca y los rayos iluminaban macabramente la soledad de los callejones. La lluvia caía como grandes cascadas de agua que desde el cielo se dejaban caer sin piedad alguna. Algunas casas resintieron el efecto y sus techos colapsaron.

Al día siguiente, los alrededores del castillo se encontraban completamente encharcados y enlodados. Los aldeanos desde muy temprano trataban de sacar el agua y el lodo de sus propiedades.

En casa del padre de Arné, algo increíble había sucedido: La bella Eire se convirtió en lechuza, una bella lechuza blanca, con ojos grandes y expresivos y un plumaje inmaculado. Su graznido, grave en profundidad y corto en duración, despertó al padre de Arné, que sorprendido veía al cuervo y a la lechuza juntar sus cuerpos y como diciéndose algo con las alas y sus dulces graznidos. En su interior; juró matar a la Condesa.

Por otro lado, la casa se había convertido en un alboroto, con un cuervo y una lechuza volando y graznando todo el día, hasta que finalmente y muy a su pesar, el padre de Arné decidió abrir las ventanas… ambas aves volaron y retornaron varias veces, hasta que en cierto momento, dejaron de visitar la casa donde habían pasado los últimos días.

 

 La Condesa Isolde se convirtió en una mujer frustrada y malhumorada. Sus sueños de grandeza se habían esfumado, quizá también se convirtieron en aves y volaron lejos… el conde Ivo dejó de frecuentarla, y desde luego, brindarle ayuda.

 

Muy pronto corrió la noticia en toda la comarca, en el claro del bosque cercano al castillo, una lechuza y un cuervo siempre estaban juntos. Incluso algunos aseguraban que habían visto como el cuervo le llevaba una flor amarilla a la lechuza… los aldeanos visitaban el claro del bosque para comprobar con sus propios ojos, el amor que las aves se tenían, y se maravillaban al verlos siempre unidos. Esa combinación de negro y blanco en sus plumajes les hacía ver majestuosos y cuando volaban juntos, era algo simplemente fascinante, para ver y recordar.

La gente, sin saberlo bien a bien, comenzó a murmurar que eran amantes hechizados, y hacían planes y conjeturas para romper el cruel hechizo al que los enamorados habían sido condenados.

La hechicera, al enterarse, decidió alejarse de la comarca, pero antes de poder escapar, recibió una visita inesperada.

El Conde Ivo la cercó en su propia cabaña, y le exigió saber la verdad sobre la lechuza y el cuervo. La hechicera, sin nada que ganar pero al poder perder la vida, lo confeso todo. Una vez hecha su confesión y decir mucho más que eso, el Conde arremetió contra ella, enterando su puñal hasta desgarrar el centro mismo del corazón de la mujer, que al caer, se convirtió en humo y desapareció.

La lechuza y el cuervo se convirtieron en un símbolo de amor entre los habitantes de la comarca. Los veían con gran admiración y los respetaban. Se hizo costumbre verlos sin preocupación en la plaza principal del poblado, e incluso pobladores de comarcas lejanas, visitaban Salsbury para poder admirar a las aves enamoradas.

 

Tiempo despúes, cierta mañana, se armó un gran alboroto. El Conde Ivo acompañado de dos certeros cazadores, se presentaron con la firme idea de dar muerte a las aves. Los pobladores comenzaron a gritar y a aventar todo tipo de cosas al Conde y sus acompañantes, pero ellos siguieron firmes su camino hacia la plaza.

Al enterarse de ello, el padre de Arné corrió tratando de evitar una tragedia, pero cuando llegó, para él fue demasiado tarde. Sus ojos asombrados vieron como uno de los cazadores montaba una finísima flecha en su arco y lo tensaba, apuntando directamente a la lechuza… un segundo bastó para que la flecha volara a toda velocidad tratando de alcanzar su objetivo. El cuervo al ver lo que venía, interpuso su cuerpo entre la flecha y su amada. Su corazón dio un último latido antes de poder darse cuenta que la misma flecha había alcanzado también el corazón de su amada lechuza. Ambos, inertes y sangrantes, con alas extendidas, cayeron pesadamente ante los ojos llorosos de la gente. El Conde Ivo y los cazadores fueron capturados por los aldeanos, que enfurecidos querían lincharles y los tenían con la soga al cuello.

Con profunda voz, el Conde gritó: ¡Los he liberado… los he liberado!

Nadie entendía lo que decía… Él seguía gritando desesperadamente: ¡Los he liberado del hechizo!

El padre de Arné se acercó a las aves muertas, ahí lloró nuevamente su desgracia, más de pronto, una luz enceguecedora que salía del centro de los cuerpos lo deslumbró al igual que muchos otros pobladores que fueron testigos. Ante su asombro, Arné y Erie retomaron su forma humana, hombre y mujer nuevamente. El Conde Ivo los liberó de tan cruel hechizo. Ante ello, la gente los liberó y muchos le agradecieron su acto de honestidad y arrepentimiento.

El padre de Arné, al ver a su hijo levantarse, lo tomó de la mano y le ayudó a levantar a Eire, quién confundida, no sabía qué es lo que pasaba. Al ver a su amado, simplemente lo besó con mucha pasión y ternura.

La gente de la comarca gritaba de júbilo y alegría.

Tomados de la mano, Arné dijo a Eire: -esta vez sí, esta vez nuestro amor es para siempre.

La lechuza y el cuervo, se convirtieron en el símbolo de amor más venerado en todo el territorio de Inglaterra.

 Carlos Eduardo Lamas Cardoso.

México.

Derechos reservados.

 

 

 

 

 

 

 

 

Vistas: 19

Comentario

¡Tienes que ser miembro de ORGANIZACION MUNDIAL DE ESCRITORES. OME para agregar comentarios!

Únete a ORGANIZACION MUNDIAL DE ESCRITORES. OME


PLUMA MARFIL
Comentario de Carlos Eduardo LAmas Cardoso el septiembre 11, 2023 a las 10:25am

Críspulo,

Gracias por la lectura.

Saludos y bendiciones!

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

Your image is loading...

Insignia

Cargando…