Por Benjamín Millán
Esa fue la acusación de todos los vecinos del barrio “El Berrinche” y el estigma que pesaba sobre él. Osvaldito, de padre desconocido, vino al mundo como una producción independiente. La madre que lo parió, después de amamantarlo se largó del pueblo sin previo aviso y para siempre, transfiriéndole a su propia madre y abuela del niño, el papel de mamá
La pobre señora, de pocos recursos, y menos luces, viuda, en lo adelante sin otra compañía que Osvaldito hasta su temprana e inesperada muerte, no tuvo descanso ni paz desde el día en que el niño aprendió a caminar y salió a la calle, alejándose de ella cada vez por más tiempo y distancia.
A la edad de siete años, cuando Osvaldito regresaba del colegio, tiraba las libretas a un lado y se le escapaba a la abuela. Entonces podría vérsele deambular descalzo y con un ripio de pantalón corto por los patios del vecindario. Un año más tarde el niño podría ser visto indistintamente en el Cementerio, sobre el Puente de Hierro, el Monte de las Damas (Palmar) o en el “Barrio del Mango”, los cuatro puntos cardinales del pueblo más alejados del entorno de su casa y de su abuela. Allá iría la buena señora, bajo la lluvia o el resistero del Sol, para regresarlo de la mano cuando alguien le daba la posible ubicación del nieto, a quien todos conocían desde temprano por su increíble vocación de tenaz caminante sin propósito aparente. Porque cosa curiosa, Osvaldito nunca se detuvo en maldades ni se entretuvo a jugar con otros niños, y en honor a la verdad, tampoco fue irrespetuoso con las personas mayores cuando alguno lo requirió; aunque no obediente, sencillamente ignoraba a todos, y caminaba.
¿Qué motivó a Osvaldito a tan temprana edad y hasta la adolescencia, a huir alejándose - su casa y de su abuela desde los primeros claros del día hasta bien entrada la tarde? Lo descubriremos más delante.
Lo cierto es que la noble, ocupada y amorosa abuela de Osvaldito, largó las patas detrás del nieto; perdió la voz gritando su nombre por todas las esquinas, por todos los patios ajenos y por todos los parajes del pueblo, hasta la tarde en que le faltaron las fuerzas y la encontraron en el Barrio de “La Planta” de pie, rígida, recostada al almacigo, con la boca abierta, como si hubiera dispuesto de su último aliento para clamar por el nieto.
Desde entonces la difunta abuela, supuesta víctima de su propio nieto, quedó en la memoria colectiva de los hijos del pueblo de San Cristóbal como infeliz y sufrida mujer, mientras que su nieto sería recordado con el mote de “Osvaldo Matagüela”. ¡Hasta gracioso resulta! Pero las medallas tienen dos caras.
Es cierto que la muerte de su abuela Julia lo aplastó, (a Osvaldito) pero en su justa defensa apareció su abogado defensor: El viejo Faustino, barbero desacreditado por alcohólico y filántropo “sin arrepentimientos” quien acostumbraba a pedir una telera de pan, siempre a pagar después, o nunca, (Siempre obtenida) e irse a orillas del rio a leerse el libro prestado que prometió devolver al oscurecer. Sí, fue Faustino quien se interesó por el joven Osvaldito, arrinconado, estigmatizado, recibiendo las miradas que lo acribillaban por su aparente desamor. Faustino se acercó a Osvaldito, a su dolor, y le habló de una manera que ayudaría a enrumbar el derrotero de su vida.
- “Muchacho, no te atormentes, no escuches comentarios; el arrepentimiento no es divisa. Lo que no te enseñaron o no aprendiste, lo traes en vena, y aunque toques fondo, un día te saldrá, serás tú, podrás mostrar tu personalidad, tus buenos sentimientos. Si mañana te aburren los demás, ¡al cargo! y lee libros, que todos aclararán la mente, y el corazón”. Faustino dio la espalda al joven, se alejó del lugar, y nunca más hubo otro encuentro entre ellos.
Osvaldo maduró. Una mujer del pueblo de nombre Amada conquistó su amor. Se casaron. Fue buen esposo, trabajador, paciente, generoso, enamorado. Solo salía de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. El dinerito que destinaba para sus caprichos los empleaba en la compra de libros. En varios años amontonó libros que leyó en todos los momentos disponibles del día y de la noche. Osvaldito se hizo invisible, a tal punto, que cierto día su propia mujer, preocupada, le sugirió que saliera a caminar, como lo hacía antes, bueno no tanto, pero que no permaneciera tantas horas encerrado, leyendo, que podía enloquecer. A lo que él respondió:
-No; no necesito salir por salir. Tampoco voy a enloquecer. Eso fue antes, pudo ser antes. Aquello fue una empecinada búsqueda que duro quince años que se desvaneció con la muerte física de abuela; además, la única persona amable que conocí, quizás el fantasma de mi padre biológico, también se fue. Ahora prefiero estar en casa, junto a ti, sentirte cerca…Y para acompañarla y conversar con ella. Sí, en serio, para conversar con mi abuela JULIA, que siempre fue y será mi verdadera madre, y yo buscándola por años, trastornado, sin darme cuenta que la tenía corriendo detrás de mí todos los días, a toda hora, persiguiéndome, llamándome a su lado. Donde estoy ahora, y no deseo alejarme.
FIN
Epílogo: Amada y Osvaldo tuvieron dos hijos: Nombraron JULIA a la hembra y FAUSTINO al varón.
Comentario
Disfrute de tu hermosa narrativa. Un bello cuento.
Felicitaciones.
Rafael.
Estimado Andres: Me encantó el texto, muy bien narrado, no sé si parte de la realidad o de la ficción, pero te felicito por autoría. Con aprecio, Chente.
Bellísimo y tierno relato. También con cierto contenido didascálico. Mis congratulaciones Andrés.
Bello escrito con un final hermoso y prometedor para Osvaldito y su familia.
El saberse abandonado por su madre lo destrozó
pero en medio de su dolor y caminar como nómada encontró un alma que lo enrumbó por el sendero del bien.
Justo llega el momento que se da cuenta que su abuela después de muerta era la mejor madre que tuvo y no pudo apreciar hasta llegar a madurar y ahora solo desea vivir con su familia sin tener que seguir caminando ni desapareciendo de la vida de ellos.
Gracias por compartir su obra y buenas noches.
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