Parte (I) de (III)


Estuve tendido sobre ti, largas horas
acaricié tu cuerpo sideral,
con la palma de mis pálidas manos
sentí tus átomos vibrar
tú, en medio del pantano, inmóvil,
acaricié tu piel de musgo virginal,
coraza impenetrable, que
inclemente barbaries ha sufrido,
pero eres Deidad del Universo
primogénita sublimación de nuestros tiempos,
ninfa sidérea metería original
de eclosiones primarias del planeta.
De todas las formaciones primitivas
eres la más perfecta,
la más pura y sólida partícula,
cristalizada, en áureos diamantíferos
por la inclemencia de radiaciones cósmicas
y el lento transcurrir del Universo.

Estuve sentado sobre ti, largo tiempo
estabas taciturna, tal vez,
en los intrínsecos espacios de tu ser
tendrás mundos y espectros,
valles florecidos de gardenias
en traslúcidos destellos de carbono
cristales de alúmina, manantiales y océanos.
¡Ah! Cómo quisiera penetrar allá
en tu mundo de marmórea frialdad,
de eclosiones volcánicas y radiaciones cósmicas
vivir la quietud de tu eterna inmensidad,
refugio original de fósiles eximios,
litografía inicial, crisálida perpetua
del reino mineral
corazón diamantífero y piel de eternidad.

Estuve parado sobre ti, mucho tiempo
mientras te acariciaba, en mi ser
sentí tu palpitar,
tu fino palpitar de átomos vibrando,
tus infinitos ruidos, tu mundo celular
y tú, fría en el fango
las raíces te abrazan cual bella criatura
los árboles te cubren con sus hojas
desde inmensas alturas,
los helechos te envuelven y las calas
te bañan con el polen de sus flores,
perfumes, aromas y lluvias de colores.

© Cástor A. Olivier O.
El hijo del Cisne.
Venezuela.

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