Mi hermana gritó en la noche:
¡Llevadme a casa de mi hermano!
Y allí gritó la misma noche:
¡No, no, devolvedme a casa de mi padre!
La devolvieron
y, cuando estuvo a punto de gritar de nuevo,
la noche ya había pasado
y los hombres fueron al trabajo.
Mi hermana gritó en la noche:
¡Llevadme a casa de mi padre!
La llevaron
y allí gritó:
¡No, no, devolvedme a casa de mi marido!
La devolvieron
y, cuando estuvo a punto de gritar de nuevo,
la noche ya había pasado
y los hombres fueron al trabajo.
Mi hermana hace años que no grita ya.
Simplemente, camina por la calle,
echa un vistazo a cada casa que ve
y sueña que está gritando en la noche
que se la lleven y la devuelvan,
en un recorrido sin principio ni fin.
Por este camino anduvo,
y vio un cadáver tirado en la cuneta
con un agujero en el pecho por el que la sangre se escapaba a borbotones.
Rápidamente,
hizo una pasta con saliva y polvo
y tapó el agujero.
El cadáver respiró
y se puso de pie en forma de esqueleto,
le dio un beso y regresó a su lugar.
Mi hermana gritó en la noche:
¡Llevadme al camino!
Gritó, y la noche se estaba yendo,
y los hombres van al trabajo.
Un grito fraternal
puede mover al mundo
y poner a todos de cabeza.
Máxime si se trata de una hermana,
pero hay ocasiones en que
el grito, o los gritos,
se contradicen y ya no sabemos
qué hacer.
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