Ser poeta no es una ambición mía,
es mi manera de estar solo.
FERNANDO PESSOA
UNO
Cierren la puerta, corran los pestillos,
que no se transparenten los recuerdos;
apenas llegó arrastrándose la melancolía
traía cascabeles en las patas inválidas
y roncos atardeceres en el pecho.
Cierren la puerta, corran las cortinas,
que no asome el lucero de la dicha pasada;
alguien olvidó un sobre sin destinatario
por la rendija de mi pecho
y ahora gotean mis manos saludos cancelados.
No olviden cerrar las puertas,
pónganle seguro a los suspiros:
no tiene caso recomenzar cenas nunca iniciadas,
ni querer beber de las copas infértiles:
aunque llegue la cama con la luna.
Es mejor no asomarse a los espejos,
rematar las puertas de sol,
vender amaneceres al mejor postor
y recomenzar este camino de cencerro sin reses,
de trovador sin canto,
de plañir sin sollozos
que es la vida.
DOS
Tomo un poco de cristalina, límpida voz,
del viento tardeado de los árboles
para, educado, dar gracias al destino;
cuevas son mirador,
lápidas tribuna sempiterna,
árboles sombra sol
viento pausa certidumbre
duda ensoñación
oscurece:
para antes de dormir:
mirar al Oriente:
maldecirlo todo
antes de entrar a lo impredecible
para siempre.
TRES
Un océano interior se vuelve buche de agua;
el oleaje es sonrojo por la inercia perdida;
un alma que nos sueña se embriaga y nos olvida;
pasa el tren de la noche...
¿acaso descarrila?
Escucha bien,
pelele ser:
trágate, apasionado olvídate;
un poco de humildad
te volverá al regazo
del paraíso inencontrado.
CUATRO
Acostúmbrate a mirar la noche
porque el olvido es eterno;
serena tu alma en la soledad
porque Dios puede estar en ningún lado
y entonces, gota a gota,
la mentira y el orgullo de la humanidad
van a chorrear
a crear un ídolo feroz
como una estalactita
que hará volcanes en el corazón
e interiores cascadas
hasta anegar la esperanza
y petrificar
todo posible recuerdo.
Acostúmbrate a mirar la noche,
a carecer de horizonte
y a confundir vértigos
con amores.
Petrifícalo todo,
desde cada rincón de la tarde
para asir la noche
desde el hondo placer
del fango inodoro
de la tristeza.
CINCO
Hace frío en lo que dices.
Ya no hay eco en tu pecho.
La nada está asomándose por nuestras azoteas.
Nos ronronea la muerte.
Candados, seguros, botones,
anillos, valen como ceniza
para este humo interior
que es desierto y clamor,
holganza de la compañía,
temblor por la prisa
e infantil sorpresa,
verde letanía
por estar cansado
de tanto nacer,
noche y día,
como si crecer
fuera lejanía.
SEIS
La dicha no habla, es muda.
La edad del sol resulta individual;
indivisible es una afirmación,
multiplicables son las negativas:
cuando quieres aprehender al pez
y describirlo:
en tus manos está la red vacía.
Si cantas por cantar, no tiene caso.
Si te obligas a orar por los amaneceres,
te enseñarás a vibrar al mediodía.
Las tardes apenas inician la lección,
cuando improviso: anochece.
Mejor duerme y calla:
la dicha es muda y canta.
La muerte coro y florece.
OCHO
Son silentes los sueños y las pesadillas;
carecen de olor y sabor los buenos recuerdos
y gritas para que te escuchen:
pero aquí no hay nada,
sino desierto.
El cuento ya empezó.
La historia se termina.
La esperanza está flaca,
enferma, en agonía;
y antes de que te cubras de gloria
exprésate,
no olvides:
el silencio al final
es la mejor lección
de honor,
color
y hasta sabiduría.
(DEL LIBRO "VAIVÉN", 1998)
(Cuadernos de Malinalco, No. 35; IMC).
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