AUSENCIA
Toda la tarde leyendo le había provocado a Andrés el crónico dolor de cabeza que si bien no era tan frecuente, pues aparecía por ahí cada uno o dos meses, dependiendo de la fruición con que se dedicara a leer y a escribir, resultaba no solo molesto sino exasperante.
Misántropo empedernido, Andrés se refugiaba en su soledad con la compañía de un diario personal que le obsesionaba desde hacía cuatro años. Buen lector, por lo menos constante y vicioso de los clásicos griegos, fatigaba sus angustias entre la una y la otra actividades. Horas y en veces días completos encerrado en su estudio, únicamente bajando a recoger los diarios para darles una mala ojeada -y una extensa deshojada- y para ingerir frugales dietas, le iban alejando de sus hábitos sociales.
Amigos, siempre tuvo pocos. Pero ahora prácticamente habían desaparecido de su panorama personal. Esas costumbres de Andrés promovían entre sus vecinos, ex-compañeros de oficina y poco frecuentadas amistades de antaño, el cuchicheo an torno a su persona. No faltaba en ese sentido quien se preocupara por el énfasis de este cuarentón, siempre libre de ataduras políticas o religiosas, puesto en haberse ausentado por un acto de voluntad del mundo cotidiano.
Ahora bajaba del estudio por esa chirriante escalinata de madera que tanto le gustaba desde niño y que le provocaba ramajes de recuerdos. Desde que decidió vivir con Laura, rescató la vieja casona familiar en donde dos generaciones de sus antecesores habían vivido. Ahí sus progenitores vivieron siempre, desde sus abuelos paternos; fue ese, en tiempos en que no se estilaban los sanatorios de maternidad, el lugar de nacimiento de él mismo y de dos de sus hermanos, y el de desarrollo para los cinco hijos que procrearan sus padres.
Pero todos, por causas diversas conectadas con la necesidad de huir de la asfixiante provincia, desde su párvula adultez habían emprendido el vuelo y, aún más, perdido todo contacto con los viejos y con aquella casona.
Luego vendrían el fracaso matrimonial de una de sus hermanas, los problemas legales con un banco del que fue gerente el que seguía de Andrés y el accidente que provocó la muerte de sus padres, lo que reunió a su familia inmediata otra vez en la tierra natal, con excepción de él, prácticamente perdido en Italia, especialmente en Florencia, en donde se dedicó con cierto éxito que le había permitido encarnar en Europa, a realizar trabajos de traducción, aprovechando el boom de la novelística latinoamericana. Allá conoció a Laura, chilena y traductora como él. En Florencia se enamoraron y se hicieron amantes. Pero fue hasta que regresó a la tierra nativa que tomaron la decisión de comprometerse a vivir juntos. Ella no conocía México, y él era prácticamente un fantasma, un desconocido con ciertas raíces sanguíneas, pese a lo cual decidieron correr el riesgo y vivir la aventura del retorno de Andrés, juntos.
Fueron largos dieciséis años sin el menor contacto con los suyos, ni parientes ni amigos. Por un lado se encontró con la sorpresa de la muerte de sus padres, la vieja casona cerrada y abandonada desde el trágico fallecimiento de ellos, a sus hermanos ya nuevamente prendados a su ciudad natal pero sin interés por remover los recuerdos, ni siquiera por pelear lo que hubiera sido magra fortuna, pero herencia al fin, de haberse decido a vender la finca con más de dos mil metros cuadrados de extensión, de los cuales por lo menos setecientos eran de laberíntica construcción, modestamente modestamente neoclásica, con extensos cuartos e infinidad de escaleras; el desinterés de los hermanos por la casa, cuatro años antes, había facilitado que él tomara la decisión, entre por la gana de reconquistar un espacio infantil que le agradaba e impelido por la necesidad de vivir con Laura en la casona. Ninguna dificultad para realizar ese proyecto. Es más, sus hermanas fueron las primeras que le indujeron a hacerlo y ellas mismas, gustosas por ver al hermano pródigo, tomaron algo de sus ahorros para reacondicionarle el vetusto edificio.
Fueron años agradables los dos primeros que pasó ahí con ella. Consiguió para ambos, por vía de los contactos de otro de sus hermanos metido en la política local, sendos trabajos de corrección de estilo y pruebas en la editorial del ayuntamiento. No era mucho lo que pagaban. Pero como la misma Laura decía: con esa tranquilidad, un poco de queso y pan y de cuando en vez un buen vino, las cosas se acercan al paraíso terrenal, habiendo amor.
Y lo había. Andrés y Laura habían conseguido con la intensidad del trato y muchas cosas en común, a adivinar la manera para mantener al otro a gusto. Esto lo observaban los cuatro hermanos de Andrés y, aunque no dejaban de reconocer que luego de tantos años de ausencia les había llegado del cielo un hermano que muy poco reconocían, se solazaban en el hecho, procurando no interferir en las evidentes manías poco sociables que -decían ellos- había adquirido su hermano en Europa.
Pero al paso del tiempo, y con estrecho círculo de amistades conseguido en el lugar de trabajo, la pareja fue alejándose de la familia y más tarde incluso de ese pequeño círculo que quedó interrumpido justo en ocasión de una intempestiva decisión de los dos: dejar la tarea de correctores de estilo y pruebas en una inexplicable, tajante e irrevocable renuncia puesta en manos del jefe mutuo en un documento conjunto.
No hubo más. De ahí, casi enseguida, cuando llegaron a encontrarse ocasionalmente con Andrés, los antiguos compañeros de labores notaron el trato huraño, hosco, las desganadas explicaciones que eran inconclusas evasivas sin rsspuesta y sobre todo la reiterada actitud de nunca abrir la puerta cuando iban a tocar para visitarles, intentando reanudar lo que llegaron a hacer en ese breve periodo entre su llegada al trabajo y la renuncia. A Laura nunca nadie más la vio. Aunque él aseguraba que se encontraban en casa, realizando trabajos personales.
Muchas cosas se dijeron. Pero todo eran rumores, chistes de factura negra, especulaciones.
Ese día, luego de leer intensamente y bajar del estudio para cenar un poco, pensando en que acaso eso le podría quitar el dolor de cabeza, Andrés cavilaba sobre su relación con Laura, y pensaba en ella, nostálgico. La verdad es que la ausencia de ella le dolía.
Después de cenar poco de pan de centeno con dos delgadas capas de jamón y un poco de queso, Andrés confirmó su idea, inaplazable: el diario le exigía contarlo todo: anotaría en detalle lo sucedido y con el cuaderno de notas iría a entregarse a la policía.
_____
Meses después, ya en la celda, más solo que nunca y desdeñado por todos, Andrés se arrepentía con amargura por haber dejado ir a Laura. Su amor cambió fácilmente a odio. A fin de cuentas, pensaba, ella no va cargar con el asesinato de mis padres, ni va a tener los remordimientos que me acechan, pese a ser tan culpable como yo.
DEL LIBRO: Patíbulo de banqueta, 1994. ISBN 968-6729. Coedición Gobierno del Estado de México, Secretaría de Finanzas-Editorual La Tinta del Alcatraz.
Comentario
Excelente relato con sus dosis de misterio y de un extraño amor. Felicitaciones .
Un cordial saludo. Deberías escribir una novela.
Excelente relato amigo con tu tan maravilloso estilo narrativo y esas descripciones llenas de detalles e instantes que nos enganchan con la trama para llevarnos a un desenlace inesperado.
Andrés más solo que nunca llevando la carga de sus pecados y los remordimientos que le acechan.
Asombroso como siempre.
Como siempre gracias por tu participación tan destacada.
Te saludo y te admiro.
Es un gusto acompañar tus letras estimados amigo.
Excelente trabajo que merece toda mi admiración.
Saludos y excelentes días para ti.
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