AMANTES
La infidelidad era su secreto. Guardado siempre, sin contarle a nadie detalle alguno. Sin confidentes, únicamente vivía para Sofía, con excepción desde luego de las escapadas que se daba para caer en otros brazos. Ella jamás sospechó nada. No por lo menos mientras mantuvo, por poco más de diez años esa estable relación que era la admiración de las amistades, los conocidos, los compañeros de trabajo y los vecinos. Era verdad que todo mundo se daba perfecta cuenta de que se trataba de una relación dispar en que Sofía llevaba siempre la peor parte, trabajando incansable como costurera en un taller que era de un judío, según lo decían de tal modo ella y sus compañeras de trabajo, aunque en realidad se trataba de un libanés, de esos que hay muchos en ese negocio. Un hombre sin escrúpulos que tenía fungiendo como capataz a un hombre de edad indefinida, con problemas de personalidad, casi mongoloide, que trataba a las trabajadoras con la punta del zapato para que cumplieran sus rigurosas diez horas de faena, casi sin oportunidad ni de ir a los sanitarios. Desde luego que Sofía cuidó muy bien, en toda esa etapa, que el amor de su vida no se enterara en ningún momento del grave estado de cosas en el taller. Ella sabía que podía molestarse, incomodarse en serio, y tal vez hasta pudiera tener una reacción furiosa, no tan difícil de provocar en él, aunque con ella jamás se hubiera atrevido ni siquiera a tocarla con las más mínima brusquedad.
Todo se desenlazó a raíz del terremoto del 19 de septiembre de 1985. La ciudad se convirtió en un caos. El horror habitaba en las caras de los transeúntes. La solidaridad ahí se desató, sin saber que otro temblor -éste político- la habría de encadenar años después a un programa gubernamental. Pero a Sofía en aquel momento, aunque el suceso no dejó de conmoverla en lo más hondo, como a todos, lo que le desgarró el alma fue la ausencia de él, a su regreso, aquella mañana en que salió de los escombros del edificio que albergara por años el taller, con la mirada interior puesta en la posibilidad, nada remota, de que la añosa vecindad donde vivían hubiera caído sobre él que seguramente por la hora -7:19, 7:19, siete diecinueve, siete-die-ci-nue-ve-, repetía un enloquecido reloj interior mientras corrió por las calles rumbo a su casa, sin poder tomar un autobús, viendo ambulancias y seres sacados de millones de pesadillas que se convirtieron en una sola-, repitió: seguramente por la hora estaba dormido. Pero llegó a su precario hogar y no pasaba nada, acaso una maceta en el piso y dos grietas en el muro. No había signos de la tragedia que su desesperación le hizo imaginarse. Pero tampoco estaba él. Durante tres días recorrió como una loca los tumultos en torno al edificio que se había colapsado. Quiso pensar que era probable que se hubiera unido a las brigadas de rescate. Pero, ¿sin comer?, ¿sin dormir?, ¿sin avisarle? Eso era precisamente lo que no entraba en su lógica; y es que no había explicación para entender esa prolongada ausencia. Mientras lo buscó fue a hospitales, a los albergues que crecieron como hongos en todas las colonias del centro, incluso a dos psiquiátricos: pero nada.
Hasta el 23 de septiembre supo en dónde se encontraba él. El reencuentro que más valía que no hubiera ocurrido fue accidental. Deprimida y angustiada como estaba, bajó del metro luego de haber estado en una reunión sindical con sus compañeras y, ya enfilando a su casa, entró por distracción en una callejuela equivocada: ahí estaba. Pasó de largo, pero regresó inmediato. Temblando de miedo y de celos, se paró frente al portón de la vivienda en donde, hasta el fondo, creyó verlo de reojo; y lo confirmó: era él. No le importó lo que fuera a suceder y penetró por el largo pasillo hasta pararse ante él que se dejaba acariciar, tirado al sol, en un asqueroso patio junto a un lavadero, por una robusta dama que molesta le inquirió: ¿Qué se le ofrece? ¿A quién busca?
Pero no, él no quiso volver con Sofía. Desde entonces ella vive sola. Ya no confía en nadie. Y ahora duda de todos, hasta de los perros, a quien ella creyó fieles amantes.
Del libro PATÍBULO DE BANQUETA, 1994. ISBN 968-6729 Coedición entre el Gobierno del Estado de México Secretaría de Finanzas
y Planeacion-Editorial La Tinta del Alcatraz.
Comentario
La infidelidad siempre dañando y dejando sus secuelas.
Como nos acostumbras tus narrativas nos mantienen bien inmersos en la trama y vivimos cada situación con la misma pasión que la protagonista, en este caso ha sido tan descriptiva la horrorosa panorámica del terremoto que nos hemos ajustado a la etapa que cuentas y vivido sus escenas con incertidumbre.
El final lamentable, pues siempre que se descubre la infidelidad es traumatizante, un golpe bajo e insidioso de traición y canallada.
Gracias por este regalo que impacta y nos hace vivir el episodio como nuestro.
Muy buena narrativa, la infidelidad destruye todo , el hombre se cuido de que nadie l supiera, ero su mal humor , su receloera indicios de que algo sucedia
Felicitaciones!
Gracias
mary
¡Qué buena narrativa, y a la vez qué triste, estimado Benjamín! así sucede infinidad de veces en este mundo....la infidelidad que destruye matrimonios. Te dejo mi saludo.
Agregado por Nilo 0 Comentarios 1 Me gusta
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