Mi abuelito Fernando no creía en Dios. Así me lo hacía entender cada vez que podía. Mi abuelito era muy inteligente, leía todos los periódicos diariamente sentado en su sillón en la terraza, y ahí teníamos que llevarle su café, encenderles sus pitillos en un estuche de plata largo y hermoso. Me encantaba encenderle sus pitillos, y darme una chupadita a escondidas para tirar el humo al aire.
Abuelito era muy refunfuñón. Todo lo encontraba mal, todo lo criticaba. Jamás sonreía o nos decía nada hermoso. Pero tenía algunos momentos extremos donde, especialmente en los domingos, escuchaba danzas en su radio y me invitaba a bailar. Ufff, era una academia, un, dos, tres, un dos, tres, vuelta, un dos tres. Me decía: - así mi niña, debes bailar bien si deseas conseguirte un buen marido.
Una tarde en que llegué a mi casa con Idamis, compañera de estudios universitarios, abuelo la miró de arriba-abajo, y se acomodó mejor sus espejuelos. Le pedí la bendición, como era mi costumbre, sabiendo que no me respondería. Siempre se molestaba y me decía: ¡Que bendición ni qué bendición, ustedes saben que no creo en Dios!
Pero tenía que pedírsela, mami nos obligaba, y ya era una costumbre oírle refunfuñar. No nos alterábamos, lo queríamos mucho así como era. Esa tarde no se molestó, y cuando Idames se fue y se despidió de nosotros con sendos beso a cada uno, uno a mí y otro a mi difícil abuelito en su enjuta mejilla, le brillaron sus opacos ojos verdes de una manera muy extraña. Una vez solos me llamó a la terraza para darme las gracias.
Abuelito, ¿por qué me das las gracias? – le pregunté curiosa. Y con una mirada muy picara me contestó: - Por traerme esa belleza de muchacha para endulzarme la vida.
Extraño a mi abuelito, me hacen falta sus comentarios sarcásticos, sus quejas, sus murmullos maldicientes, me hacen falta sus clases de bailes y sobre todo su manera de entender la vida y el universo. Es que aunque decía que no creía en Dios, cuando ya se le acercaba su día, pidió un sacerdote para confesarse. Y a sus 97 años de edad murió con una extraña dulzura en el rostro. Estoy segura que abuelito se fue al cielo de los cascarrabias.
Foto: Fernando Olivencia Valladares ( 1923)
Carmen Amaralis Vega Olivencia
Comentario
Magnolia, que nombre hermoso tienes, amiga, muchas gracias por tan hermosas palabras, bendiciones luminosas, Amaralis
Mi muy estimado amigo Críspulo, valoro inmensamente tus palabras junto a tu valioso post, bendiciones luminosas, Amaralis
María Beatriz, querida amiga, gracia mil por tulectura y tus sabias palabras, y por gustarte de mi abuelito Fernando, lo adorábamos, Amaralos
Jajaj qué buen remate. Sin duda, ser bueno o no, no depende de alguna creencia religiosa. Hay ateos nobles y bien portados y hay religiosos criminales y dañinos. Me encantó tu genialidad para narrar algo tan simple. Tu relato me atrapo de principio a fin.
Saludos desde Colombia, Carmen.
"al cielo de los cascarrabias" jaja
Ah Amaralis, eres grandiosa contándonos tus anécdotas, escribiendo en general!
Tu abuelito tenía su forma de ser y eso se tenía que respetar. Muchos dicen no creer en Dios, es que el Señor no es cuestión de CREER, sino de SENTIRLO; partiendo del SENTIR el Espíritu del Señor en nosotros , ES QUE CREEMOS EN EL!
Y ya ves? El lo SINTIO al final de sus días.
Maravilloso relato amiga mía! Me gustó tu abuelito!
Felicitaciones!
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