Anécdotario. Día de campo.

Sucedió un domingo muy temprano. Al estar mirando los diarios en el puesto de la avenida Flores Magón, justo frente al Teatro Ferrocarrilero. Vi pasar el auto Renault de mi amigo Ernesto "El gato" y con él a Héctor, otro gran amigo. Al verme, detuvieron la marcha y ambos bajaron del auto para saludarme y a la vez invitarme a ir con ellos. Se dirigían a ver a unas amigas y a pasar un sabroso y tranquilo día de campo en las cercanías del Lago de Guadalupe, en el Estado de México. Su argumento me convenció; irían tres amigas de ellos y haciendo matemáticas, para cuadrar los pares hacía falta uno... o sea yo.
Ya en el auto nos enfilamos hacía el rumbo de Satélite, y por ahí en camino, nos detuvimos en un Aurrera (Ahora Wal Mart) para cargar las provisiones necesarias, pan Bimbo, jamón, chilitos en vinagre y en fin, todo lo necesario para no pasar hambre y disfrutar la naturaleza. Obviamente no podía faltar cerveza, mucha cerveza y hielo para mantenerlas al tiro. Pasamos por las muchachas, de las cuales no diré sus nombres, no para protegerlas, sino porque la realidad no me acuerdo.
Mis amigos ya habían seleccionado su cada cual y me tuve que quedar con la "huerfanita", a quién desde un inicio sentí muy indiferente.
Una vez todos en el pequeño Renault azul, reiniciamos el camino hacia la tierra prometida de la miel y las colmenas. Ernesto iba muy contento escuchando y presumiendo su nuevo cassette de María Conchita Alonso y su Noche de copas. Lo hemos de haber escuchado mínimo dos veces en el trayecto.
Debo decir que esos lugares tan alejados como Lago de Guadalupe nunca fueron mis rumbos (yo Tlatelolca 100%), por lo que en realidad no tenía ni idea de por donde andábamos. Después de Satélite, Ernesto se metió por una veredita y entre subidas y bajadas, curvas y rectas de terracería, finalmente llegamos. El lugar era muy agradable y apacible. Un pequeño terreno empastado rodeado de grandes y frondosos árboles; Flores por aquí y flores por allá. Un poco hacía abajo, se encontraba un río no muy grande ni muy profundo, pero con espacios breves donde uno se podía dar un buen chapuzón.
No tardando, bajamos las provisiones del auto y tendimos nuestro sarape a nivel de pasto. Las muchachas, a quienes ya habíamos bautizado como la Unifante, Broncodoble y Dinotriple (Haciendo alusión a unas famosas hamburguesas que vendían en el Burguer Boy, y considerando que una era delgada, otra regular y una más gordita), se pusieron a preparar los benditos alimentos. Nosotros mientras tanto, hacíamos nuestro plan de "ataque".
Ya comidos, el Gato fue el primero (y el único) en "perderse" entre los grandes árboles que nos rodeaban. Héctor y yo platicábamos con nuestras respectivas parejas, pero todos los intentos y las tácticas de conquista 25 y 26 fueron inútiles. Las dos muchachas dijeron no y de ahí no las pudimos sacar. Ellas decidieron ir a caminar juntas y nosotros nos dedicamos a besar las botellas de las cervezas. Así, con un poco de tiempo, Héctor y yo nos pusimos una buena y tremenda borrachera.
Pasamos el rato y la tarde comenzó a perder su brillo. Ernesto aun no regresaba pero seguros estábamos que no tardaría. Para despabilarnos un poco, decidimos mojarnos los rostros en el río. No sé quién inicio a salpicar a quién, pero la cuestión es que pronto ya estábamos totalmente mojados y con el agua del rio hasta las rodillas. Así pasamos un buen rato hasta que regresó Ernesto, muy contento y listo para emprender el regreso. 
Las muchachas se subieron en la parte de atrás, y Héctor y yo, por ir mojados, nos fuimos juntos en el asiento del copiloto.
Iniciamos la marcha, pero no paso mucho rato para que la cerveza hiciera su efecto, y le pedimos a Ernesto que se detuviera un momento para poder ir a regar las bellas plantitas del bosque. El auto se detuvo y salimos para hacer lo qué había que hacer. Y en ese placer estábamos detrás de un arbolito, cuando escuchamos el motor del auto acelerar. Al retornar al camino, solo alcanzamos a ver el auto alejarse dejando tras de si una nube de polvo.
El "Gato" siempre ha sido bromista y una vez más nos jugaba una buena broma. Pensamos que se detendría más adelante, pero para nuestra sorpresa despareció de nuestra vista. Ante esta situación, iniciamos a correr a toda la velocidad que nuestras piernas y nuestro estado nos lo permitía. De pronto, de reojo, a mano izquierda y hacia abajo, alcance a ver las llantas del auto girando. Me detuve en seco. Héctor siguió unos metros más antes de que mis gritos lo hicieran detenerse. Ahí, desde el borde de la terracería y unos seis o siete metros abajo, se encontraba el pequeño Renault de Ernesto con las llantas para arriba y aun girando y girando.
Inicie a bajar cuidadosamente y poco a poco, cuando de pronto vi a Héctor pasar volando a mi lado, ¿Volando? ¡Si! Volando al más puro estilo de Superman Héctor se aventó sin medir las posibles consecuencias de su valentía. Cuando finalmente llegué al rio, abrí de inmediato la puerta trasera y me sorprendí al ver flotando el asiento trasero. Vi que Héctor ya había sacado al Gato y yo saqué a las muchachas. Ellas se encontraban un poco golpeadas y mareadas. Más que nada, en ese momento se encontraban muy asustadas. El único realmente lastimado era Ernesto, que sufrió una cortada en la frente, de entre 6 y 8 centímetros, y sangraba abundantemente.
Sin importar el auto, intentamos reiniciar a pie el camino, siguiendo la vereda, pero Ernesto insistía en regresar por su famoso cassette de María Conchita Alonso y prácticamente buceó hasta encontrarlo y llevarlo con él. Las muchachas lloraban y nos ponían de nervios. Una de ellas, la más escandalosa, estaba al punto del desmayo, por lo que me vi forzado a hacerla reaccionar con una tremenda bofetada. Héctor dice que fue en desquite por haber dicho que no cuando pudo haber dicho que si, pero la realidad es que en palabras de Héctor "fue una cachetada muy manchada". La cuestión es que el efecto fue que se calmó y así pudimos continuar la marcha.
En el camino encontramos a algunas familias y les solicitamos ayuda, pero se negaron y tuvimos que seguir andando. Después de caminar otro poco, Héctor decidió adelantarse para buscar ayuda y al rato regresó informando que el chofer de un camión de redilas nos llevaría a Satélite.
Henos ahí, encaramados como ganado en el camión, mojados, medios briagos y lastimados.
De pronto, note en la espalda de una de ellas (mi "pareja Dinotriple") una mancha roja que se percibía bajo su blusa mojada y le grite que la quitara, sorprendida volteo y me dijo que no, pero nuevamente le grité, con mayor fuerza, y procedió a quitarse la blusa. Yo revisé su espalda de una manera estrictamente profesional (bueno, eso creo). Tenía solamente un gran golpe que seguramente se convertiría en un moretón, no sangraba y eso ya era ventaja.
Ernesto, que continuaba derramando sangre, le dijo a su chava que su ultima voluntad era que le diera un besito en la boca... deseo cumplido...   El chofer del camión, muy amablemente nos llevó a casa de unos tíos de Ernesto, quienes de inmediato nos recibieron y nos dieron ropa seca. Además, llevaron a Ernesto al hospital. Mientras, nosotros tomábamos un poco de brandy que nos sirvieron, para el susto (y para la cruda, que ya a esas horas se hacía presente) y Héctor les platicaba lo sucedido.
De pronto y a media plática, Héctor se mareó y se fue de bruces. Afortunadamente se encontraba sentado y el golpe no fue muy fuerte, pero fue un nuevo susto para todos.
Cuando Ernesto regreso, tenía en la frente varias puntadas, ya que la herida fue bastante grande. Se veía muy al estilo Frankestain. En ese momento nos confesó, que efectivamente quería hacernos la broma y detenerse un poco más adelante, pero al acelerar, no vio una curva y se siguió de frente, levantando el auto en una lomita que lo hizo girar hacía la izquierda, justo hacía el río, donde fue a caer después de algunas vueltas. Más tarde, todos calmados y serenos, nos llevaron a Tlatelolco, pasando previamente a dejar a las muchachas a sus respectivos hogares. Finalmente, al otro día, cuando Héctor, Ernesto y su papá fueron a de sacar el auto con la ayuda de una grúa y cables, la impresión fue sorprendente e impactante. El toldo del auto cayó justamente en un claro de agua, rodeado de grandes rocas. Si hubiese caído medio metro más adelante o atrás, la historia hubiera sido funesta. Ah, y el auto se encontraba ya casi desvalijado.
Así fue como vivimos nuestro tranquilo día de campo.
 
Carlos Eduardo Lamas Cardoso.
Derechos reservados.

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Comentario

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PLUMA MARFIL
Comentario de Carlos Eduardo LAmas Cardoso el enero 9, 2014 a las 9:27pm

Rosemarie,

Muchas gracias por tan linda distinción. Aprecio tu lectura.

Saludos y bendiciones!


PLUMA MARFIL
Comentario de Carlos Eduardo LAmas Cardoso el enero 9, 2014 a las 5:58pm

María Beatriz,

Antes que nada muchas gracias por tan regias palabras. Son verdaderamente motivantes.

Por otro lado, Ernesto, Héctor, Jaime (que no aparece en esta historia) y yo, somos amigos desde la infancia, y hemos vivido aventuras maravillosas. Está historia, efectivamente, es de las tranquilas... Espero pronto poder compartir algunas otras vivencias.

Nuevamente muchas gracias.

Saludos y bendiciones!


PLUMA MARFIL
Comentario de Carlos Eduardo LAmas Cardoso el enero 9, 2014 a las 5:48pm

Muchas gracias Elías.

Saludos y bendiciones!

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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