Lucía Alfaro, autora de este ensayo.Matrimonio de Ronald Campos en el 2020

ALMAS QUE IMPORTAN

Escrito para un curso de Literatura en la U.C.R. por  Lucía Alfaro.

 

 

Porque en mitad de la luz…

solo sé de ti y de mi lengua,

creándote hombre

Ronald Campos

 

 

 

  1. JUSTIFICACIÓN

Se justifica este trabajo porque hay muy poca crítica en el campo de la lírica en general y en comparación con los abordes a otros géneros,  y menos en nuestro país respecto al tema homoerótico presente en la poesía.

La presencia de mucha textualidad sobre este tema en la narrativa costarricense, me alertaba de un vacío en la lírica, así que con poco hurgar, encontramos la joven voz de Ronald Campos con seis libros de poesía publicados,  dos de ellos claramente enfocados a la poesía homoerótica y a la proposición identitaria propia del homosexualismo.

El enfoque lírico sugerente y basado en la tendencia o perspectiva de la poesía trascendentalista o de carácter revelativo, auguraba, desde la propia perspectiva del autor, (ver prólogo a Navaja de Luciérnagas) un encuentro con la polisemia que no significase el ocultamiento de la identidad asumida al menos desde el yo lírico, como novedad ante tantos discursos de poetas reconocidos por el ambiente pequeño de nuestra ciudad josefina o por ellos mismos, como gay, cuya poesía amorosa evadía la posible catalogación de homoerótica, o producto de hombres homosexuales, o que tenían sexo con otros hombres, al decir de la categoría estudiada por William Foster.(pág. 925, El estudio de los temas Gay en América Latina desde 1980): todo según advierte campos como subterfugios ante la posible admonición que, antes más que ahora, propiciaba la sociedad patriarcalista y su sesgado constructo sobre la masculinidad, totalmente estereotipado y marginante de las denominaciones diferentes, que sufrían una discriminación mayor que la “hembra humana”.

 

 

  1. (hasta esa fecha, ahora tiene diez publicados) 2019

 

Para efectos de esta publicación  se omiten los objetivos, por ser elementos muy académicos)

  1. INTRODUCCIÓN

El trabajo que se pretende, en el análisis del homoerotismo de Ronald Campos, está signado además por un interés, el ver como a través de los cuerpos  que se encuentran en la relación, (ya sea por el deseo y la pasión como por la consumación de esta búsqueda de identidad en el otro, en el “igual” -solo un supuesto, pues el mismo sexo no indica igualdad, más que en un mínimo aspecto fisiológico- tratándose también de un encuentro con la otredad, y el afán identitario del yo lírico, en el reconocimiento de su ser homosexual), se llega a develar el principio del alma, al que se accede en Campos a través del encuentro amoroso.

Del sentido de ánima, que involucraba a todos los seres animados, dotados de movimiento propio, según los latinos, se pasó a concepciones filosóficas y religiosas que tienen su antecedente en Platón que consideraba el alma como la dimensión humana más importante. Es decir el alma consustancial solo al ser humano, así la tradición judeocristiana señalaría el alma como el componente principal del ser humano, aún cuando al principio se partió  del principio aristotélico que implicaba el alma en todo ser animado, como aquello que desligado o en independencia del cuerpo, permitía el movimiento como identidad esencial de cada ser, o sea, no explicable a partir de la realidad material de cada ser, y eso involucraba a las bestias y al mundo vegetal también.

En el devenir histórico, el concepto “alma” pasa por diversos intentos de explicación, uno de ellos es el dualismo propio del idealismo filosófico y de la gnosis, otro posterior es la interpretación existencialista de un todo con dos aspectos específicos: lo material y lo inmaterial. Lógicamente que existe la expresión o significación popular metonímica, donde el alma designa al ser humano como un todo, obviando todo sentido religioso y filosófico. “Aquí no hay un alma”. E s el proceso metonímico, que quizá privilegia lo inmaterial en las personas.

En el centro de ese binarismo, la unión material o inmaterial de estas dos partes, el principio de que todo es vibración, y la relatividad con que el posmodernismo entra a posesionarse del uso de conceptos, hace que más fácilmente podamos identificar el cuerpo con el alma, las partes del cuerpo como metonimia del ser, la metaforización de los símbolos del cuerpo como manera de expresar la identidad profunda del ser. En esta acepción es que quizá cuaja mucho de la poesía homoerótica, y quizás de todo el erotismo explícito e implícito en la textualidad de índole literaria, como veremos y comprobaremos en la muestra que me propongo observar analíticamente: el libro Navaja de luciérnagas, que es quizá la primera manifestación clara y abierta,  en la lírica costarricense del tema homoerótico escrita por hombres, por supuesto, que no conlleve tendencias condenatorias, irónicas o burlescas, que han sido más propias de versificaciones de índole más popular. (Por ejemplo el libro Moralejas de Gabriel Ramos).

 

  1. ESTADO DE LA CUESTIÓN

En torno al tema de las masculinidades todavía no tenemos suficientes propuestas de crítica literaria, ya que es un tema que apenas tiene unas tres décadas de desarrollo y que parte o se apoya en la crítica que se ha realizado en relación con las feminidades, como contemplación de lo otro; por lo tanto, al ser una temática poco trabajada, existen más estudios de la masculinidad desde las ciencias sociales en general (la sociología, la antropología, la psicología).

Este tipo de investigaciones con aristas de tanto interés en este Siglo XXI, en el que el patriarcalismo per se ha perdido legitimación respecto a cómo se concebía en el pasado, y se vienen  develando una serie de posicionamientos en relación con la masculinidad, son necesarias para darle lugar a todas las expresiones literarias en una forma amplia e inclusiva. Esto nos induce a hablar en plural para vincular la relación de las nuevas teorías en la representación de las masculinidades en el arte y en otros campos, que no tienen nada que ver con la supremacía del macho dominante, visión esencialista de siglos anteriores. En consecuencia, encontraremos más vacíos en cuanto a la crítica puntual sobre la escritura homoerótica u otros aspectos que se deslindan de la generalidad de las “masculinidades”.

De ahí la necesidad de abarcar el tema con documentos extraídos de estudiosos que se han abocado a revisar la elaboración del homoerotismo en la literatura, que data de mucho tiempo atrás. Es necesario hacer un breve recorrido por la historia para darnos cuenta que el homoerotismo es un subgénero dentro de la poesía erótica del cual hay testimonios en la cultura occidental desde el clasicismo helénico, en la poesía latina y en la Edad Media, en Al Andaluz, donde se recogen un sinfín de poemas en los que el deseo de los poetas está orientado hacia mancebos, niños y otras personas del mismo sexo, fijándose el Siglo XI como la Edad de Oro de la poesía cultivada por hispanohebreos o sefardís y por musulmanes.

El homoerotismo en la poesía andalusí, se dice, sigue el patrón de la antigua Grecia, donde el poeta adulto asume un papel activo frente a un efebo que asume el rol pasivo,[]  tópico literario aparejado a la aparición del «bozo», []que permite, tanto en las imágenes como en los usos gramaticales, identificar el sexo del amante descrito.

De ahí, saltamos a los finales del Siglo XIX e inicios del Siglo XX, para retomar el tema homoerótico con el modernismo en España e Hispanoamérica.  El constructo patriarcal de la masculinidad, poco cuestionado durante esa época, inhibía a muchos escritores homosexuales a expresarse sobre el tema, debiendo a veces representarlo de forma negativa. Otros autores no gay caracterizaban a sus personajes bajo presupuestos decimonónicos naturalistas, como patológicos, culpables, que debían expiar su pecado en los mismos relatos y sus corolarios, y en quienes la patología familiar o genética explicaba esas inclinaciones.

Hay también la postura de escritores progresistas y republicanos que juzgan la masculinidad con el prejuicio de endilgar “el vicio” a la decadente alta burguesía, entregada al lujo y a los placeres. (referencias históricas tomadas de…)

Los temas homosexuales fueron tratados por escritores hispanoamericanos, muchos de los cuales publicaron en España, signados por una forma de exilio voluntario, además de novelas, se incluye el primer tratado que ve el homosexualismo, alejándose de los prejuicios epocales;

“el chileno Augusto d'Halmar editó en 1924 Pasión y muerte del cura Deusto (una novela muy audaz para la época, que narra la atracción de un sacerdote por un muchacho que canta en el coro de la iglesia sevillana donde está destinado; a lo largo de la historia -que tiene un final trágico pero no moralista- se produce la aceptación de la sexualidad de los personajes);[12] el cubano Alfonso Hernández Catá publicó El ángel de Sodoma y el uruguayo Alberto Nin Frías publicó La novela del Renacimiento. La fuente envenenada, Marcos, amador de la belleza, Alexis o el significado del temperamento Urano y, en 1933, Homosexualismo creador, el primer tratado que veía de forma positiva la homosexualidad”. (/cita de…internet)

En el caso de la poesía es de mencionar a los pertenecientes a la Generación del 27, muchos de los cuales son homosexuales o bisexuales, y en cuanto a su lírica y posturas ideológicas respecto a las prácticas homosexuales, estaban influidos por europeos de otras latitudes como Oscar Wilde y André Gide (recordar Corydon) y por Marcel Proust. En 1930 se publicó Poemas arabigoandaluces, recopilación de Emilio García Gómez, que incluía poemas “pederastas” y homoeróticos de poetas de Al-Ándalus, que también ejerció su influencia. Pero la presencia del deseo homoerótico en estos poetas reconocidos biográficamente como homosexuales o con prácticas sexuales con hombres, en sus textos, no es tan clara, acaso mencionar de Lorca las casidas del Diván de Tamarit, y Poemas del amor oscuro y la publicación póstuma de tres poemas de hondo contenido homosexual y homoerótico, entre ellos el poema Oda a Walt Whitman, que sin embargo, parece hacer una especie de condenatoria al vicio de los llamados “maricones” y/o prostitutos, como en una categoría de gay devaluada, en contra de la reivindicación de la masculinidad homosexual y gay militante. El hecho de que García Lorca no publicara en vida estos textos posiblemente habla de la autocensura propia de la época, pero también puede explicarse por la prematura muerte, producto de la homofóbica postura de la inicial dictadura franquista.  Por otro lado, Vicente Alexandre parece refugiar y esconder su homosexualismo, sobre todo durante esta dictadura, en una poesía oscura, con influencia del surrealismo, y luego, más tarde,  conceptual, que busca provocar más instancias revelativas y filosóficas. (Pasa de Espadas como labios, cuyo simbolismo parece evidenciar metafóricamente la postura homosexual a Poemas de la Consumación, que se inclina más al tema de la vida y la muerte, donde el amor sublimado juega un papel importante en la dicotomía). De Luis Cernuda hay antologías de poesía homosexual u homoerótica que incluyen poemas de su autoría. Otros como Juan Gil-Alver, cuya poesía es de abierto homoerotismo, tuvieron menos difusión. Hay también en los inicios de los años 30 un tímido despertar en el tratamiento de la poesía homoerótica lésbica, (Lucía Sánchez Saornil es un ejemplo), pero todo eso que despuntaba fue violentamente truncado por la dictadura.

Pero no he de seguir en esta zaga, que es importante desde el punto de vista de la tradición lírica hispana, sobre todo por la influencia de las generaciones del 98 y del 27, advertida en Campos, (Ver en Deshabitado Augurio el poema Opresión que habla de los Campos de Castilla, pág. 42, 2004), pues podría hablarse de una continuidad en las nuevas vanguardias expresadas en América Latina, y en parte de la poesía joven costarricense, sobre todo en la producida en torno al Círculo de Poetas Costarricenses, versión de los noventa y primera década del nuevo siglo, donde aparece la tempranera voz de Ronald Campos.

Estado de la cuestión sobre el alma

Conocemos aquí de la existencia de varios poemas de Alfonso Chase que ha dado a conocer oralmente en recitales, textos que sin embargo, no conozco en impresos, de marcado énfasis temático narrativo homoerótico. (Nota: hoy se sabe fueron incluidos en recientes poemarios) Y también la existencia de poesía homoerótica de mujeres en Carmen Naranjo, y en la joven Lorena Vásquez, a veces con tonos de mayor sublimación metafórica. (libro: Ritual giratorio). Lo que sí es cierto es que la crítica literaria difícilmente se ha detenido en el caso de la lírica, en el tema del deseo y la relación homoerótica y homosexual. Muchos de los poetas de generaciones precedentes, que aceptaron su condición homosexual, cuando escribieron de alguna manera usaron una retórica de subterfugio, y los poemas amorosos implicaban a un tú femenino, o casi neutro, no identificado, como en los casos de Jorge Charpantier, Ricardo Ulloa Barrenechea, entre otros. También es interesante la producción de poesía escrita por varones desde la perspectiva de un yo lírico mujer, casos recientes encontramos en Gerardo Madrigal, poeta con una definición heterosexual, que puede jugar en ambos sentidos con la creación del texto lírico, lo cual se hace también desde la poesía escrita por mujeres.

Se sabe de mucha existencia de textualidad homoerótica en la narrativa del país: libros como El más violento paraíso de Alexander Obando, Tumbas pintadas de rosa, de Luis Ricardo Chaves, María la noche, de Ana Cristina Rossi;  (aquí una autora mujer relata una relación homosexual masculina), entre otras novelas recuerdo una de Uriel Quesada, y algunos de sus cuentos en Lejos tan lejos y en otras de sus colecciones de cuentos, así como en la novela de Carmen Naranjo Parismina; hay  tanto que damos cuenta de la existencia de una recopilación hecha por el mismo Obando de relatos homoeróticos  y de temática homosexual, publicada por la Editorial Costa Rica, recientemente,  pero esa es otra historia, y al tratarse de la elaboración de personajes, la relación cuerpo-alma, no necesariamente se imbrica en esos textos, como si se puede apreciar en el texto elegido para este trabajo.

Sobre la lírica de Ronald Campos, y específicamente de su poemario Navaja de luciérnagas, texto publicado por la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia en 2010, quizá por ser un escritor enmarcado geográficamente en un país pequeño, sin mucho acceso a una visualización en el mundo externo, y con fuertes carencias en cuanto a crítica literaria nacional, no se encontró más comentarios y reseñas que los mismos textos que sirven de prólogo al libro. Ronald Campos nace en San José en el año 1984. Licenciado en la enseñanza del Castellano y de la Literatura, y magister en literatura latinoamericana por  la Universidad de Costa Rica, universidad. Forma parte activa de la Perspectiva Literaria Trascendentalista y del Círculo de Poetas Costarricenses, desde 2002, habiendo trabajado en la docencia en institutos de secundario y en universidades privadas, actualmente se encuentra en Madrid realizando estudios de doctorado en literatura hispánica. (nota: actualmente Prof. De la Escuela de Filología, Lingüïstica y Literatura de la U.C.R)

 []Aunque, los prólogos de los libros abundan en reseñar los elementos positivos, acudimos a Ars Amandi, ars vivendi, prefacio que hace José Pablo Rojas González sobre el texto poético de Campos, para reconocer su asombro y su gusto ante un texto homoerótico, como lo suele llamar, que a su vez es una reivindicación del alma en cuanto identitario reconocimiento de lo que se es, y del canto amoroso como extrapolación contra la muerte, contra el no ser, que sería la negación de lo que se es. Dice Rojas siguiendo -  según menciona - el pensamiento de Pierre Bourdieu:

“Mirarse con unos ojos resignificados no sólo en la organización de los “ámbitos del ser”, sino también en las múltiples posibilidades de reinvención de sí mismo, es un proyecto fundamental en pro de la celebración de la diversidad humana, en busca de la neutralización de cualquier violencia simbólica” (cita. Pág. XI, 2010.)

La relevancia que cobran estas palabras para el acercamiento al poemario Navaja de Luciérnagas, “a partir de que existe un tipo específico de violencia simbólica ejercido sobre quienes aman al mismo sexo”, advierte el prologuista que este texto homoerótico, expone una travesía vincular, en el sentido psicoanalítico, performada por lo corporal, inevitablemente. El cuerpo se percibe como un espacio teatral donde se realiza lo amoroso, o se representa, adquiriendo en la retórica carnal su sentido humanizante, pues además dicha entrega entraña la desnudez del alma.

En De la poética a la transparencia, el propio prefacio que preparó su autor, habla de las transgresiones del poeta en tres sentidos, en la primera hace hincapié en el esfuerzo por superar las cárceles del lenguaje, acudiendo a la metaforización como medio de trascender la “indefectible fenomenología” y revelar, como ineludible necesidad, aquello que “no posee equivalente en el lenguaje directo y conceptual”. La segunda transgresión se comprende en la trascendentalidad que se logra gracias a la actitud que se da a partir de la experiencia vital del ser humano, “una resignificación del mundo, un cambio íntimo a partir de una experiencia estética, donde el lenguaje, en tanto mostración revelativa, provoca en el lector el Thauma, el sentido de nulidad, éxtasis o descubrimiento frente a la revelación de lo hierático, lo metafísico y vivencial permanente en el ser humano” (pag).

La tercera implica la inserción en el género de la poesía gay-homoerótica, la cual considera se ha asumido de dos formas: una enmascarándose, “hablando desde la impersonalidad, o con temor frente a la violenta exclusión”. Y la otra posición que logra un desnudamiento.  Lo trascendente en todo ser humano se reafirma en un acto solidario, “irrevocablemente amoroso, de búsqueda, donde se alcanza una confesión, ya sea en el cuerpo del otro, y más allá del otro, siempre como uno más….  En ambos casos, la poesía gay-homoerótica - nos dice Campos – debe subvertir la experiencia del lenguaje, aún si esta se recluye u organiza desde los preceptos identitarios patriarcales”. Así concluye preconizando la búsqueda, en medio de la inconformidad, como la mayor y verdadera constante de todo poeta.

Importante esta alocución del autor, porque nos ayuda a significar que en la poesía del cuerpo que se desea, también se abraza la poesía del ser, de la esencia, del descubrimiento del alma y el amor, como necesidades de comunicación que no pueden ser vedadas socialmente, como lo ha sido por tanto tiempo, en el caso de la homosexualidad y otras posibles transgresiones.

(Se omite el marco teórico para efectos de esta publicación)

 

  1. ANÁLISIS DE LOS POEMAS Hombre con lluvia igual que esta ventana

El libro Navaja de luciérnagas está conformado por 26 poemas en los que se devela una ruptura contundente del discurso patriarcal y se festeja la diversidad e identidad del sujeto gay en busca de neutralizar cualquier violencia simbólica, ejercida sobre quienes aman al mismo sexo. La trascendencia de estos poemas es que en ellos el alma y el cuerpo se constituyen en unidad indisoluble, logrando en el acto amoroso y la sublimación del deseo, la cancelación de la soledad y de la muerte.

El poema Nocturno de mi boca parte del desnudo del tú, en contraposición al arrodillarse “arañando, /abrevando el subrepticio lamento de tu torso!”, que ejecuta el yo lírico. Pero al final el vocativo “hombre”, deja más explícito la alta carga de contenido homoerótico de todo el texto. Sobre la confesionalidad amorosa, ésta se logra a partir de elementos físicos: “tus yemas se aferran al amor sudado en mi camisa”, “se escucha el raudo sudor de tu abdomen, / desistiendo, acariciando!”, en ambos sentidos la experiencia del sudor es recíproca.

Este texto implica los niveles del coloquio: “Extiéndeme tu abrazo, amor / ¡porque tal vez en él todavía me quieras encontrar!”, pero también en los simbolismos, esta vez signados por el insecto, que le continúa: ¡Escarabajo inefable en tus rodillas!, la imagen, un tanto surrealista, implica esa búsqueda del yo lírico en el cuerpo del otro. La metáfora luego se aclara: “Escarabajo inefable tu vello atormentando”.

Es interesante que a la acción del yo, siempre se sucede la del tú, en una simbiosis amorosa donde no hay sujeción ni dominio.

Se recurre a un poema que hace hincapié en el encuentro de los cuerpos, pero que siempre alude a un encuentro espiritual, “en mitad de la luz” ese erotismo crea la otredad consustancializada.

 

Hacernos al amor

En este poema que Campos indica en epígrafe que es una perífrasis incompleta de un poema de Ronald Bonilla (XX, Aspiro tu olor de mujer…, del libro Después de soñarte, 2008, EUNED, pág. 33), vuelve a aparecer el tema de la desnudez, señala al tú tocándose como un muchacho, lo que nos remite a uno de los temas fundamentales del homoerotismo en la poesía hispanohebrea, la del adolescente o mancebo, casi niño: tema que se retomará en este poemario de Campos más adelante en forma más explícita, pues aquí es tan solo “tocándote como se tocaría un muchacho”.

Vemos los símbolos de las flores que remiten al olor de la mujer amada en Bonilla, se trastocan para ser apropiados por el ente masculino, objeto del deseo y la consumación del gozo: ¡Si con rosas, con sándalo! / ¡Con violetas maceradas y azucenas, tulipanes! / Todo yace en equilibro / bajo tu bóxer encendido”. La bata de la mujer es sustituida por la ropa íntima del varón, se hace hincapié en el cuerpo; tu espalda, tus nalgas…/ tus caderas de arcángel vestidas ya de mundo!”, así como el pelo, el cuello y los vellos púbicos, hasta mencionar el pene “como un río que viniera / desde extintas manos a morir sobre mi espalda”. Y se atreve a hablar de la posición del acto amoroso: Acuclillada tu entrepierna…/ acuclillada como un cáliz,  una hostia, / adonde llevas, ay, lentamente mi cabeza”. La remisión a los elementos sagrados tiende entonces a sublimar el acto carnal, elevándose al rango de lo espiritual-religioso. La incompletud de la perífrasis subyace en el hecho de que las últimas estrofas, se deslindan totalmente del poema de Bonilla, para hacer otra propuesta, donde se alude al intertexto borgiano: “No cometas en mí / el peor de tus silencios”; y culmina el poema contraponiéndose al sentido de la muerte en el amor: referencia clara al orgasmo, Le petit morte, al decir de los franceses, elemento que también revela lo trascendente de la unión-unción.

En Rutina para tu lápiz labial, Campos elige también un elemento del mundo femenino, para cantar esta petición de amor gay, como si se emprendiese un juego, “la verdad exhausta de la noche”, de ahí deviene el simbolismo bestial: la gata para metaforizar la noche, y el rojo, emparentado con el lápiz labial, asignado al tú lírico: “manchándolo todo! / manchándolo de rojos / cuchillazos calientes / desabrochan tu torso”.  Este simbolismo está aparejado al tema de la pasión violenta: mancha, rojo, cuchillazos. Así el poema, alimentado por los elementos carnales: el torso, mordisquear, gemidos y el símil de tus manos: “como anchos torpes dardos contra el viento”, remiten al encuentro del eros, los cuerpos se debaten en la pasión. “Mis nalgas enfebrecidas” y ahora el símbolo sagrado de la hostia se imbrica con el pene o el prepucio: “manchando tu bermeja hostia entregada / a ras del suelo”. Y en eso la revelación de lo trascendente: “aunque la mirada traigamos / bulliciosa de luz desde otras muertes!”, así se recibe la carne complementaria. Por eso la petición, el llamado: “Ven y ensúciate, amor!” Y luego de la exhortación, se canta la consumación: “Con rojas cuchilladas / se hirió tu cintura / de madrugadas!”

Esta remisión a una especie de violencia amorosa, va más allá de la piel, pues si se alude a otras muertes, y no solo a la del orgasmo, (como sucedía en poema antes comentado) puede revelarse la presencia del pasado, o de una concepción metafísica de la existencia, dentro de las interpretaciones polisémicas que permite el texto.

En La nana del niño herido, dedicado a Federico García Lorca, se acude al tema del deseo o amor carnal erigido sobre el niño, el muchacho o mancebo, como sucedía en la poesía hispanohebrea y andalusí de Al Andaluz, y nos remite a intertextos lorquianos, y por supuesto, a muchos de sus símbolos.

“No, que no voy a herirte”  E inmediatamente la descripción física: “Lleva las ingles como espuma, ¡Y un brazo cabrío ciñendo su cintura”. El adjetivo es del mundo animal, los espacios del cuerpo van de las ingles al brazo y a la cintura… La luna y las naranjas hacen el paisaje, la masculinidad aflora: “¡No mientras el macho mira / despojarse la capa”. Todos los símbolos son lorquianos, y aparece el símbolo fálico representado por el cuerno que “cimbra ya su danza”. Y luego, otra alusión emotiva al pene: “el rayo que le ondeaba, ¡el niñito coqueto entre las piernas”. Y el diálogo, la exhortación de una voz que sucede a la muerte de la mañana: -Niño, rásgate /el camisón que quiero verte. Ábrete – con mis dedos limpios - ¡el rezumado clavel / de tu pene”. Esta petición erótica tiene elementos de violencia en el rasgarse, aunque en otro verso aluda a la ropa que ha de desprenderse, de ahí que el poema entra en el rumbo pederasta señalado por la tradición de la edad Media, aunque luego se diga que “no voy a herirte, cierra los ojos”, el acto se consuma y alguien pasa herido, secreto entre sus trajes de azucena, que nos revierte al elemento femenino con que se juega para la consecución del gusto literario. Homenaje al fin que con ludismo se despliega, en un poema que va más al regusto por Eros que a otras imbricaciones espirituales, de mayor presencia en otros poemas.

En  Tríptico de la piel, (Campos, 25) un poema dividido en tres partes Él, Tú y Yo: se configura una relación tripartita: la imaginación poética juega a descubrir ese juego de los cuerpos que se enlazan y retroalimentan sexualmente, rompiendo paradigmas desde la homosexualidad, como se lo impone el poeta, en este y en otros poemas.

En el tercer poema del tríptico, vuelve a aparecer el “lunar” del tú, que ya en el poemario en varias ocasiones se repite como leiv motiv que acompaña al tú lírico, posiblemente un homenaje real a la pareja que se representa, y es en este circunloquio que vuelven a aparecer los tres personajes, al igual que en el primer tránsito poético del tríptico: luego de relatar la experiencia erótica con la tercera persona, designada por el “su”, nos dice: “como cuando sobre él te inclinas inagotable / violín sumergiéndote entre sus lunas”. Los referentes erógenos están simbolizados: violín para el pene, luna para las cavidades del cuerpo. Este relato poético de amor de tres, se reinventa de nuevo en la tercera parte que canta el Yo, con las partes del cuerpo erotizadas:”… “Quiero / tu lengua que me arrebata imborrable / la invención de mi cuerpo entre sus ojos!”, lo que sugiere un ámbito de la imaginación, de la fantasía sexual que se relata. Por eso el decirse en el cuerpo, con un énfasis en los valores masculinos, con un poco de violencia: “¡Hunde en mis yemas tus dientes!.../mientras me apresas /por entero así con tu cadera!” Y con un final que alude al secreto de la experiencia tripartita: “Nadie sabrá que martirizaba / su colibrí de amor entre mis dientes! Versos que se grafican en cursiva, posiblemente intertextos de Kavafis del que ha tomado el epígrafe, también resignificante de los cuerpos como dadores de placer. Esta es la necesidad requerida para decirse: el deslumbramiento del cuerpo en la entrega, de los cuerpos, en este caso, tres, como parte de una ruptura donde el amor al tú comprende una otredad mayor, para descubrirse. En el medio de Él y el Yo, oscilaba el Tú, que  participa del principio orgiástico, en el medio de una realización que va más allá del cuerpo: “¡Nada se acaba en ti!, “y es que nada puede acabar en ti”, (reiterando) y así los cuerpos del otro, de los otros, nos alargan, nos completan.

Como hemos visto en poemas de Campos, primero se ejecuta el cuerpo, por eso en Háblame con tus manos, se narra el concepto del tacto, hasta con la sinestésica forma: “tus ojos me tocan, / y con tus manos me lastimas”. Así, nos dice, que la ausencia solo sería buena en la medida en que condene a otro cuerpo y no al propio, con lo cual parece seguir reseñando lo que se desprende del anterior poema comentado, lo que prefigura un sentimiento desleído de celos o posesión exclusiva. Por eso, la presencia de un niño, podría configurar parte del coloquio, de lo anecdótico, o ser simbólico, no importa “que tan solo arribar / ante ese niño junto a la puerta es un milagro”. Sí, ese niño, luego se devela, representa al mismo tú lírico: “otros se ganaron las sonrisas de tu niño”. El sentido de fracaso, como tópico del poeta, es propio de una visión existencialista, cuando no se encuentra asidero: “¿dónde llamaste por mi nombre, / y tan solo escuché / mis nombres derrotados?”. El poema va de lo táctil, de lo visual a lo auditivo, para festejar el encuentro: “Si venías venciendo / tu soledad en disparos de semen dichoso / contra mi pecho!” En fin, la realización del contacto amoroso vence el sentimiento de la soledad, y en ambos sentidos, por eso con solo “Nómbrame”, la exhortación sume al yo lírico en el silencio (despójame de esta voz irremediable) y es con las manos que se llega y “nómbrame”. Este juego de sinestesias pone a todos los sentidos en el acto del entrecruzamiento amoroso desde la convocatoria, que es posible con solo ese nombramiento, ese hablar que sale de las manos, de la caricia.

En el poema Intentos del Alba (Campos, 43) el lenguaje va a pasar del relato pretérito del amor erótico a lo místico, a lo epifánico, a la revelación trascendental que piensa en Dios como consustancial del ser: “llegaste, con tu aliento arrastrando desatentas / dunas sobre mis nalgas!” Y el tú se le revela al poeta como “nombre de olivo ardiendo al centro de este poema”, en un claro intertexto bíblico que se imbrica con el metalenguaje.

Y de nuevo el cuerpo, tus piernas, y algo más atrevido: “tu bulto empapado de clamor” para llegar luego a la casi pregunta retórica sin marca, “…dime, / qué invisible tarea tiene Dios. / ¡Caberle imposible en el desconsuelo al hombre!” – de nuevo el afán existencial, que fluye entre la fe que lanza la pregunta y el descreimiento ante el dolor del hombre. Pero, ahora no la pregunta retórica, sino el admirativo se alitera: “¡Qué tarea invisible tiene Dios!”, y su tarea de combatir  la expresión amorosa es inútil, “acá en donde el cielo inclusive / aún nos teme”, y las instancias de encuentro aún en el ciberespacio (e-mail) o en el espacio físico del café que se comparte, fueron inventos en la tarde de este Dios, que invoca. Este recuerdo entonces está signado por la revelación metafísica, representada por la imagen liberada: “intento de alba”, y por el final del texto donde “recordar tan sólo es un poder / atado, que nos entrega la muerte”. Y esta muerte ya no es un símbolo de derrota sino de trascendencia. Así, se prefigura el sentido que se da este análisis, donde el decir el cuerpo y  cantar el abrazo homoerótico, resignifica un encuentro de almas, que vence soledades e instaura la posibilidad del ser, aún cuando se remita a los recuerdos.

Trasvestir de tu inocencia Con epígrafe de W. Shakespiare, Campos crea este poema de un tiempo presente hacia su prolongación futura, y canta la relación con un hombre trasvesti, en esa búsqueda de indagar en otras identidades que se circunscriben en el concepto de lo queer.  El primer símbolo de lo femenino está en “la mancha de tu olor / regado en tus encajes”.

Así las pestañas son “alborotadas lunas de cielos corrosivos”. “Los anchos hombros rubios” lo denotan, “¡junto a la puerta se ensuciaban de chaqueta / y terciopelo frío!”  (enumeración relacionada con el vestir). Y se vuelve explícito: “En tu voz, / jugaba en los espejos / una niña escondida”. Y el tú lírico se vuelve activo: “Mordiste mi saliva! Socorriste con tacitas de té / mi corbata”. Se une el símbolo de lo masculino adherido al yo lírico en contraposición con el diminutivo ternurista de la otredad. Y así, advirtiendo la omisión de maquillar de “náufrago carmesí las barcazas de tus labios”, (metáfora que signa el tamaño para labios, para resignificar la esencia masculina que intenta esconderse) “para que yo también / besara hasta tu muerte!”. Ahora sí, en este periplo del ser masculino homosexual, hay un signo de cierta exclusión,  o quizá de apropiación del término peyorativo para resignificarlo, tiñéndolo tiernamente  para esta otredad diferenciada; “desprendiste en mí un mordisquito maricón”. La falda y el rubor en la noche, y los tacones de flamenca herida (de nuevo connotación femenina) no ocultan “tu cuchilla tibia”, como símbolo fálico, lastimador, que es un tópico inherente a todo el poemario.

Y así, en mi cama, se preserva el abrazo de los dos hombres, y entonces, para el siguiente invierno, que da la permanencia en el tiempo, al menos del recuerdo, “¡trasvestirás tu muerte / frente al espejo, amor, cada mañana!”. De nuevo la dicotomía muerte como frontera del amor, como traspaso vital de la temporalidad, para culminar el poema con el “jugar con Dios y conmigo y con toda esta soledad!” Y en esta enumeración tripartita se hacen mostrable tres preocupaciones fundamentales del poeta: Dios, el yo como identidad buscada y la soledad como retribución existencial, aún en la compañía solidaria y sexual.

Son después de todo estas singularidades las que el poeta desgrana a partir de la búsqueda de la otredad para la completud: el arribo a un Dios que no juzgue, que comprenda, la soledad que no puede vencerse y la construcción del yo lírico, a partir de una masculinidad que debe saltarse el precepto de la normativa, por eso, un poema de amor al trasvesti, es un ejercicio que va más allá de la experiencia recogida  en una ensoñación fantástica, o en una realización textual. No importa pues no se trata de inmiscuirse en los elementos biográficos.

El poemario cierra con Siluetas contra la noche, cuyo título de alguna manera remite a muchos instantes del libro. Este poema que nos envía a las sombras, a las siluetas, al “escabullirse sinuoso” del tú lírico que aún en medio de esa especie de difusidad y fugacidad “me desviste / y me recorre interminable”. El símbolo violento del verbo golpear y el hecho de nombrarse, en la imposibilidad del abandono: “dejarte y sentir que en todo me traiciono / con mi andar de hombre, con tu vestir de hombre”. La traición sería a la propia esencia que significa la identidad gay, por eso se hace hincapié en el ser hombre de los dos elementos de la pareja. Y el tú lírico, “indefensamente desnudo, / niño invadiendo aún sin temores, / hombre con lluvia igual que esta ventana…” La enumeración requiere del tópico del niño, de la inocencia advertida en el tú lírico, pero inmediatamente remite al hombre, al adulto, capaz de llover, en una simple metáfora in ausencia de la descarga seminal. Y la reafirmación del ser al final del poema se vuelve dubitativa, nunca categórica en esa idea de permanencia del ser amado: “descubrir que frente al espejo pasa y pasa inútil / solo esta desnudez inextinguible / que seremos quizá! / Quizá…” y el poeta enfrenta el temor, “que siempre es la inocencia”, quizá con la certeza de que el cuerpo es el alma, y esa desnudez su referencia, por eso su calificativo de inextinguible, como vocación trascendental en el poeta.

Poema a poema, escogiendo solo algunos, se dilucida el sentido de la “poética de la transparencia”, al decir del autor, en sus tres transgresiones, respecto al lenguaje, respecto a la pretensión metafísica revelativa, y respecto a la identidad homosexual en el canto homoerótico, no solo del deseo, sino de la consumación que el texto implica. Y de esta manera, la aportación del texto se vuelve militancia en el contexto de una sociedad conservadora que se sigue debatiendo entre las posturas patriarcalistas y la necesidad de prohijar, dentro de la aceptación general, todo lo referente a las designaciones de lo queer, como medida quizá provisional en el avance por un mundo inclusivo y solidario, sin marginaciones ni dominación basada en preceptos prejuiciados respecto a género, condición o clase social, raza, represión y exilio. Es de considerar que, posterior a este texto de carga nítidamente homoerótica, Campos ha publicado dos nuevos libros de poesía: Varonaria, que continúa esta temática, y Mendigo entre la tarde (EUNED, 2013) que presenta su visión solidaria respecto a personajes urbanos discriminados, marginados, mostrando las experiencias cotidianas, trágicas que impactan la sensibilidad del autor, y que se vuelven confesionalidad amorosa para todos estos personajes que la calle agolpa contra el frío en las orillas de la injusticia y la descomposición social.

Y sobre el mensaje revelativo que en toda su poesía está presente, nos dice el autor del prólogo de su libro anterior Hormigas en el pecho, “el amor y la muerte no establecen el correlato tradicional, sino una fusión en que ambos desaparecen en una perspectiva mayor” (Albán pág. 4), lo que perfectamente aplica para enfrentar también su poesía homoerótica, donde las almas importan, más allá de sus identidades, quizá temporales, pues lo místico al decirse muchas veces tiene el sabor del erotismo, y allí se comulga: “Porque no existe la muerte,/sólo el extraño dolor de Tu cuerpo sobre / mi cuerpo, cuando callan…”. (Hormigas en el pecho, Campos, Pág. 15).

 

CONCLUSIÓN

 

A pesar de la corta edad de Campos,  ya ha publicado unos cinco poemarios, y hace poco editó en la Colección Líneas Vivas de Perspectiva Trascendentalista otro libro de corte homoerótico llamado Varonaria, siendo que otros títulos tienen temáticas diferentes, como lo social en el arribo amoroso y solidario a los indigentes, lo místico revelativo en su primer poemario Deshabitado augurio y otros tránsitos; es esta fuerte definición gay la que lo compulsa hacia una definición en las orillas de la marginalidad, que en el sistema patriarcal implica la desviación homosexual, pero que se hace para ubicar esta alternativa en las fases, ya no de una tolerancia, sino de una aceptación amplia de normalidad, que a todos los sujetos debe cobijar, en esta amplia esfera de la escogencia y gustos sexuales.

  1. BIBLIOGRAFÍA (omitida)
  2. fOTO: RONALD CAMPOS Y RONALD BONILLA EN LA FERIA DEL LIBRO MUESTRAN SUS LIBROS.

 

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Comentario

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PLUMA DIAMANTINA
Comentario de Ronald Bonilla Carvajal el octubre 25, 2021 a las 10:03am

Gracias, Benjamín, por tu amble paso por esta letras, abrazos


PLUMA ÁUREA
Comentario de Benjamín Adolfo Araujo Mondragón el octubre 25, 2021 a las 9:22am

¡Excelente ensayo de Lucía Alfaro sobre la poesía del costarricense Ronald Campos; muy grata presentación de un género pocas veces abordado en el ensayo latinoamericano, Ronald Bonilla!

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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