Al fin las campanas de mi alma repicaron,

en  el campanario más elevado

de mi esencia embelesada,

en un hermoso salón,

decorado con alhajas de oro y plata,

pintado con marfil,

y con dos lámparas que iluminan,

el sombrío desierto de mis mañanas.

Fue tan fuerte el teñir de mis campanadas,

que de a poco se rasga mi pecho,

ante tan inusitada comparecencia,

que llenó mi universo de  festividad

e ilusiones renovadas.

Pero el artístico salón,

bellamente ataviado

en donde repicaron emocionadas,

mis campanas largamente calladas,

tenía el alma seca

y desiertas las alboradas

mientras los colores de las mías,

siguen frescas en cada mañana,

pintando en un pañuelo de amor,

la misma frase,

desde que en mi rompió la razón,

no importa,

 que me cierran las ventanas,

si hay mil puertas,

por donde puede entrar esta alma,

aunque sedienta de amor,

no romperá mis alegres futuros,

porque tengo guardado en mi esencia

el amor más puro,

que adorna mi vida con guirnaldas

me da de beber de su dulce amor

y mi abre las puertas de su casa,

cada vez que le invoco

y recibo de el unas palmadas,

que me reitera todos los días,

Que él es mi padre,

 mi guía,

que me libra del mal,

en todos los caminos,

y si ¡EL! no quiso,

que morara en ese hermoso salón,

fue porque no era para mí,

y si Dios conmigo poeta amigo,

quien contra mí.

 

 

 

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