GRITOS DE UN PERGAMINO HUMANO
Abstraído en el escritorio etílico, de los recuerdos.
Asciendo con vehemencia frenética, desde mi tímido sótano
en torno a la bóveda celeste de tu sui géneris, que se divisa
por los cristales castaños de la ventana lunática de tu alma.
Es vida, respirar el romanticismo de tu ciudad colmada de luz
porque es aquello el purgante y la aureola de este espíritu.
Pues sí, tú y tu poética “Torre Eiffel” pueden aflorar
y habitar con su magia, en mis bulevares bohémicos y desiertos.
¡Oh mi cielo!
Tus mejillas… son tal cual un par de lámparas de ensueño
porque perpetúan y arcoirisan cuando posan en delirio
a mi fotografía sumergida en el etcétera del océano.
Tus cabellos… son ese lugar donde nacen los sueños,
son las cuerdas de ese violín extraviado por los dioses
y encontrado por este escribidor en la tertulia de la soledad.
Tus tímpanos… son como el místico ave fénix sobre el arte
porque resucitan a cada trova, verbos, susurros y ecos sensibles
de los repertorios auditivos que manifiesta esta vida.
¡Oh mi libertad!
El elixir del nirvana de tu voz… es tal cual los suspiros
que recitan líricamente los megáfonos de los poetas y ruiseñores
al verte avecinar de ese bello cuento de hadas.
Y tu perfume… es la máxima expresión de mis cinco noches.
Es poesía, es la idílica perfecta de este sueño.
¡Ay mi Érato!
No pidas ser quien eres
porque eres ese universo de mi existencia.
Eres esa utopía revolucionaria de mi vanguardia.
Eres ese lienzo que anhelan inmortalizar los pintores.
Y eres esa, si, esa quimera personificada
que grita este pergamino humano.
¡Te amo!
¡Y quedará el resto, en el hálito rojizo de tus labios!
Autor: J. Jhocer Gonzáles Cóndor.
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