Era densa la noche, la oscuridad reinaba por todos los lugares del valle y los débiles rayos de luna iluminaban el horizonte pleno de soledades. En las peañas que había al rededor del camino, un murmullo de ultratumba quebraba el silencio   sepulcral de media noche en el instante de penumbra con las ánimas en concierto. Al costado del sendero, justo al voltear a la izquierda había tres palmeras coposas de hojas oscuras rodeadas de cañaverales añejos que daban una tétrica e infernal vista al transeúnte ocasional. De pronto en el horizonte se iba elevando lentamente una mano arrugada y tenebrosa de gigantes dimensiones que tenía la estatura de un ser humano. Un ruido ensordecedor reinaba en el ambiente como si se estuviera destapándose un ataúd enterrado desde hace años. El polvo se elevaba dejando una nube negra de fatídica visión. Un fuerte olor a azufre reinaba en el ambiente y las sombras nocturnales hacían tétrico el espacio de terror. Me detuve temblando de pies a cabeza y la imagen se me iba acercando lentamente y yo empecé a retroceder sigilosamente. Iba llegando hacia mí, Se escuchaba un sonido como que arrastraba una pesada cadena y que le causaba dolor. Su gemido triste delataba padecimiento y hacia estremecer mi heredad que estaba sumida en la desesperación.  No sabía si gritar, llorar ante horrible visión de una extremidad endemoniaba que intentaba llegar a mí. Ante el abandono inaudito a merced del infernal y desconocido atacante del averno. Estando a punto de agarrarme del cuello y atentar contra mi vida.  Mecánicamente cogí con mi mano temblorosa un puñado de tierra del camino desolado y empecé arrojárselo a la figura en forma de cruz, saque de mi bolsillo una caja de fósforo y encendí un cerillo y al iluminar el ambiente. Oh, la figura de   escalofriante estructura, se empieza a desintegrar y caían al piso partículas de cenizas que brillaban como candela y botaban humo de un olor nauseabundo e insoportable. Más no pude ver completo dedos deformes y secos que avanzaban hacia mí tratando de atacarme. Al dirigir la luz hacia el suelo, había una huella fresca de una cola gruesa y tosca que como un surco había dejado en la senda.   Reanudé rápidamente mi travesía sin el fuego oportuno por el aciago lugar, y el terror seguía en mí. Caminaba mirando hacia atrás y a los costados por si aparecía de nuevo tan espeluznante revelación, pero felizmente no se veía nada. Cuando de pronto de un momento a otro siento el ruido del ocasional enviado del infierno. Volteo mi cuerpo para ver lo que sucedía y la mano se elevaba hacia la copa de los árboles y una risa fantasmal copaba el ambiente Era tan desgarrador su eco que los pájaros que dormían en la floresta, se caían de sus nidos y ramas como desmayados y el agua de la acequia fluía velozmente como si estuviera hirviendo. Más poco a poco el ámbito fue recobrando la paz y la noche se tornó en espacio de frescura dando espiritualidad al ser invitando al descanso.

Lo que ha ocurrido en realidad es que la tierra y fuego por ser luz divina habían destruido el maleficio de la zona en conflicto y dejaba como lección que ante el peligro inminente, ambas joyas de la naturaleza pueden salvar nuestra existencia por ser creación del Dios del cielo.  Amén.

Por: Fidel Alcántara Lévano

Moquegua-Perú

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Respuestas a esta discusión

Es un gusto su participación, genial cuento! cariños. 

Un abrazo

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Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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