Por Carlos Garrido Chalén, premio Mundial de Poesía y Presidente de la UHE
En el libro de Henoc, se asegura que al comienzo de los siglos existían Egrégores, los genios jefes de multitudes que no duermen jamás; y que veinte de ellos se separaron de su principio para dejarse caer y ocurrió el oscurecimiento de la verdad en el mundo. Los números se separaron de la unidad original y final y las letras de luz se convirtieron en letras de sombra.
Uno de ellos se hizo rey del mundo. Negó a Dios e inventó la guerra. Enseñó a los hombres el uso del oro, las pedrerías y el hierro. Fabricó joyas para las mujeres y armas para el género opuesto. El que debía ser ángel del reino se trocó en ángel de la anarquía. Otro, le enseñó a éstos el arte de las fascinaciones y de los prestigios, que son la mentira de la fuerza; un tercero les enseñó a hacer caer las estrellas del cielo, es decir a desplazar las más luminosas verdades y a arrastrarlas en la corriente del error.
Los hombres aprendieron a adivinar por el aire, por la tierra y por los demás elementos, en vez de fiarse en la luz del sol. Se consultó los oráculos a los pálidos rayos de la luna y un séptimo ángel, el de la luz de los siete colores, se hizo apóstata de sí mismo. Las mujeres fueron iniciadas en los grandes misterios y los hombres, habiendo roto todos los lazos de la sociedad y de la jerarquía, fueron impelidos por la rivalidad y por el deseo sin freno a devorarse los unos a los otros.
Entonces los más débiles lanzaron gritos de angustia hacia el cielo, y los cuatro ángeles de la armonía, conmovidos por el grito quejumbroso de los mortales, acudieron al pie del trono de Dios para pedirle que cese los espantosos desórdenes de la tierra. Fue cuando, Dios, les anunció su designio de purificar el mundo por el diluvio, a fin de suprimir la raza maldita de los gigantes; y le ordenó al ángel de la verdadera ciencia apoderarse de Azazel y arrojarlo atado de pies y manos, a las tinieblas. Después, golpeando la tierra con el pie – le dijo - abrirás una sima en el desierto de Dodoel, y allí lo precipitarás en las abruptas rocas y en los picos de la piedra en donde se quedará para siempre jamás.
Pero antes, como lo consigna con sus maneras de poeta Ernesto Kahan, “Después que la luz separada fue de las tinieblas / y que las aguas lo fueran de las aguas / y que verde fuera la tierra hierba,/semilla-hierba para la hierba,/ semilla-árbol para el árbol,/ y estaciones para años,/ llegaron los frutos / la evolución / y Adán” y entonces ya no hubo silencio en la luz vespertina de todas las renuencias. Y Dios se hizo camino en todos los caminos jamás imaginados. La edad tuvo un nuevo tiempo y el tiempo la demarcación de una eternidad creada por el Altísimo para contrariar a los biógrafos de la Gloria.
Adán hierba varón y hembra
Adán hierba hembra y Eva
vida multiplicación y vida
y Abel y Caín
y la muerte en la hierba (coro de adultos)
En esas concomitancias discurre la poesía de “Ante réquiem y en camino” que viene a nuestra definición de tiempo, con una nueva manera de ofrecerse a la palabra. Como si ella fuera un manantial de agua transparente hecha de historia y de locura, a la que hay que llegar con las mejores galas.
Pero también como un homenaje a la misma plenitud de una historia que se escribe amando, amasando panes y ejerciendo de ceramista sobre el barro hecho a soplos por un Creador que todo lo discierne y adivina, al que hay que llegar con las luces encendidas del delirio.
Ernesto Kahan, sabe por eso lo que quiere y va a su poesía antes que ella le llegue, sabiendo que la vida se escribe sumando historias que la naturaleza amasija en sus entrañas y luego las echó a andar con vida propia para que retraten los sueños más inimaginables. Como esos que llevaron a Eva Madre a sentir pormenores en su entraña fecundada en el galope de su hombre primigenio:
Eva madre hierba,
te entregaste al amor…
¡Bendita seas!
¡Ah!
En los prados
arqueada de pasión
apuntando a las estrellas
y cayendo en el barro
aguijonada de placer
gimiendo
¡Ah!
¡Bendita seas!
como yegua en tropel,
en la madre hierba
¡Bendita seas! (III)
Ernesto Kahan ha encontrado en esa reminiscencia, una manera de bendecir a esa madre Eva sin cuya existencia no existirían las generaciones que vinieron. La bendice y la sabe bendecida. La acaricia y la intuye acariciada. La sabe árbol inundada de fuegos y de dardos y cuando quiere, también de ese frenesí que producen las caricias que el sexo consagra para el viento. Por eso que cuando la bendice está bendiciéndose a si mismo y a una humanidad que lo merece todo.
¡Bendita seas!
De
manos
inundada,
fuego y dardos
de caricias bisexuales
de eróticos cuerpos penetrantes…
¡Bendita seas!
Húmeda madre Eva
por los siglos de los siglos
Vía Láctea, carne fresca y frutas tropicales
¡Bendita seas!
Madre hierba
arqueada en pasión
apuntalando la tierra
por los siglos
de los siglos
en éxtasis
en lechos
de Frutas
tropicales,
Vía Láctea,
fresca carne (IV El árbol)
Ernesto Kahan se convierte en este libro en canal de bendición, para poblar de aleluyas inmarcesibles la madrugada y todas esas estancias en donde se perpetuó la edad de la raza primera: esa que conoció la virginidad de todo lo creado e hizo alianza con la inmortalidad para cuadricular el paraíso.
Por eso que sabe llegar con su aplauso incluido, como arqueo de orquídeas ofrecidas a un Dios que todo lo calculó para fundar sobre la libertad sus reinos sucesivos.
Es en ese afán de bendecirlo todo, que declara como consustancial a la vida la libertad que simboliza a la propia felicidad y se nutre de ella. Y al final termina por arquetipar a la propia naturaleza para ofrecérsela al futuro que no viene solo y que tampoco se auxilia de la nada, sino que trae sus propios símbolos y se alimenta de los sueños en paz, de una humanidad pletórica de conquistas.
Libre sea
el hombre de su violencia
el pueblo de la esclavitud
en Egipto y en la Tierra
Libre sea
el pueblo y el hombre
de su violencia en la Tierra
de la esclavitud en América
de su violencia
Libre sea
en la Tierra
Separada de las aguas,
separada del cielo
Libre sea
el hombre del lazo del cazador
de la inequidad por su oro
de la muerte de la intoxicada hierba
Libre sea
De la miseria de los hombres - de su guerra (VII)
Y es que Ernesto Kahan sabe que “en la hierba seca lloran los semejantes, arde la violencia en Egipto y en la toda Tierra..” y que en “el lazo del cazador hombre, su oro, su inequidad, lloran por la muerte desaguada de la dañada hierba/ por el mito de la autorregulación de los mercados/ por el mito de la autoprotección de la naturaleza..” “la pertinaz herida a los derechos humanos”
Después que la luz, separada fue de las tinieblas
y que las aguas se hicieran dulcemente dulces,
regresaron las tinieblas que andan secando
las aguas y llora el verdor de la hierba.
Pena la semilla-hierba abandonada,
pena abandonado el viejo árbol
y aguarda la muerte, la vida.
¡Ay los contaminantes!
¡Ay por la ecología!
¡Ay el porvenir!
¡Ay hombre!
¡Caín! (IX)
Ernesto es hábil para variar su mirada en lontananza. Y pasar del frío al calor más fulgurante. Del principio de ese pasado que tiene mucho que decir, al futuro impredecible. Y en ese afán, va creando un mundo prodigioso que se afianza con la vida; que es al mismo tiempo un reto para todas las propuestas y un ofertorio de fe para todas las preguntas.
Por eso que en él, el poeta se sorprende ante todo lo vivido y nos ofrece, a través de coros increíbles, el panorama de sus propios incendios desatados. Pero también de esa paz que pregona desde sus avatares de faro luminoso y de esa justicia que reclama para sembrar equidad sobre un planeta ganado por el dolor, las lágrimas, la inequidad y la desesperanza. Y en medio de todo “las fiestas del amor/ David y Penélope, notas de sol/AMEN a las cuerdas flamencas” y un coro de ancianos confirmando la vida.
Libre sea
del fuego de la guerra
de los tóxicos nubarrones
de las tinieblas que van secando
las aguas y el llanto cruel de la hierba.
Libre sea
De la lánguida agonía de los árboles viejos.
De la desaparición de los peces del mar.
De la precoz muerte de las especies.
Libre sea
Jugo vital, de la sentencia,
e hijos de Abraham
de la oblación, (XI)
Es ese mismo Ernesto Kahan que ora por una tierra “sin bordes ni fronteras” el que se presenta ahora mimetizado por coros ansiosos de luciérnagas para aspirar “el aroma de azul claro” de ese Edén inventado por sus sueños/ con hembras y machos / y millones de creencias” y ese coro de adultos que declara a Adán “hierba varón y hembra” y a “Eva multiplicación y vida y amor en hierba fresca”, mientras las doncellas de Jerusalén conjuradas y untadas con la vid/ entre lirios y rosas del Cantar/ de los Cantares y enfermas de amor / buscan en el campo y las calles../ al que las ama desde los pies / por los frutos y a los cabellos; pero son sobre todo, libres “de elegir a los amados/ que aman a sus almas / de cuidar las viñas y el vino / de beberlo entre las manzanas../ de encender el incienso/hasta que se anuncie el alba y las gotas de rocío brillen entre los pezones”; y de “cuidar el rebaño en la hierba../ hasta que encuentren/ sus propias amadas doncellas / sin perderse en la guerra”.
En ese sentido, no sorprende cuando En Camino, el poeta - que quiere esculpir en la piedra oraciones por la paz - recrea otra performance y de aglutinador de historias que incitan a coros portentosos, pasa a beber de aguas nutrientes que emanan desde sus otras fuentes de aeda para recrear otros estadios y paisajes, pero esta vez desde el pregón de la ternura, y desde el análisis histórico de tiempos diferentes a los que se describen en la primera parte de un libro que dará mucho que hablar por el trato deferente que da a la palabra cierta y esa originalidad que supera el mensaje, para proponer como un desafío – a veces irónico, a veces consensual, pero siempre crítico (“Y para los torturados/ A los que en Chile/ les robaron las manos / mientras Víctor Jara. Cantaba / - no quisieron que tocara la guitarra”) –, un nuevo aporte a una literatura que ha dejado de ser oficio incomprendido, para convertirse en ejemplo luminoso de fe inacabable.
Cayó el rey ante la piedra
-¡Oh vida no correspondida,
modernidad en pasos insultantes
aire, aire y todo se termina…
-¡Oh ángel de la droga,
Pon la daga en mi mano hazme sangre,
debo terminar…
-¡Oh necio desgraciado,
¡Déjame besarte antes del suicidio!
Ser Otelo y Desdémona a un solo tiempo,
ser mis víctimas sangrantes…
- Demasiado esperé para dar parte,
tomar conciencia de la opción errada,
mi camino despreciable.
¡Qué existencia angustiante!
-Pon la daga en mi cuello, no hay perdón…(La piedra y el rey).
Interesante propuesta la que contiene este libro, en el que Ernesto Kahan logra afianzarse en deslindes que no le conocíamos, y que permiten avizorar a un poeta renovado, que no le huye a la experimentación lingüística, y ha puesto su talento al servicio de una literatura que no es una simple acumulación de palabras que se las lleva el viento del otoño, sino una oportunidad para el valor y la consecuencia: pero más que eso, para el amor, la verdad y la vida.