Éramos muy pobres. Nunca teníamos suficiente para comer, pero de alguna manera saciábamos nuestra hambre con algo, poco, pero suficiente para sobrevivir. Éramos supervivientes de lo que mi abuelo llamaba, "el capitalismo salvaje", pero éramos tantos, realmente multitud, que no sentíamos tan gris el panorama.
Solo alcanzábamos a recordar las palabras del abuelo cuando al pueblo llegaban los turistas que, con sus automóviles, sus dineros y sus estipendios nos colocaban en la extrema pobreza en que vivíamos...solo por comparación imposible de eludir.
Así pasaron los años. Pero un día la Peste Negra, convertida en una epidemia extrema, nos hizo recordar que la única instancia democrática que vivíamos era la Muerte. Puesto que sin distingo, alguno ella pues sin preferencia de ninguna especie lo mismo se llevaba a ricos que a pobres, a mujeres y hombres con títulos académicos o a desarrapados analfabetas.
Era extraño pero nos llegamos a sentir, por vez primera, seres humanos con los mismos derechos a todo lo que nos rodeaba.
Sobrevino un cambio de mentalidad en la sociedad, y de ella se filtró a los partidos políticos que, a su vez, generaron movimientos instigadores de justicia social.
Todo fue muy rápido. Ocurrió como una ráfaga de aire fresco en el ambiente.
Así inició lo que iba a ser la gran revolución social de nuestra época. Dejo de haber acumuladores de riqueza sí, pero también hubo menos, mucho menos pobres; y por lo menos ya no veíamos, como antes a gente pidiendo limosna o solicitando, en la calle, algo para comer.
Y una cosa más: todos trabajaban en algo. Se acabaron los desempleados.
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