Se creó en el cielo teñido de azul
un amor sin igual, rodeado de tul.
El cielo gimió un poema en do mayor,
la cigüeña atinó, y el fruto engendró.

Praxis de colores, violines alados,
cantaron amores ya emancipados.
Querubines vistieron la tierra de blanco,
ángeles tocaron trompetas y cantos.

El Rey de los cielos está decretando:
“Buscad un amor, de todos, el más santo”.
Querubines y serafines al frente,
esperaban el veredicto del Rey resplandeciente.

“Buscad en la tierra, buscad en el cielo,
buscad en el mar, buscad en el fuego.
Buscad en el viento, y el vacío eterno
ese amor tan grande del que les hablo”.

Pero no… no confundan el que es verdadero:
fue un ángel al principio de todo lo creado,
entre el bien y el mal fue refrendado,
entre Dios y Lucifer, el amor relatado.

Mas valió la avaricia que lo que es amado;
Lucifer deseaba ser igual al Dios que lo había formado.
Y entre sus palabras este había pecado:
“Subiré al monte más alto, allí seré adorado”.

Por eso este amor fue descartado.
Aunque fue un amor también prodigado.

Cuando Dios creó al Adán amado,
tomó una costilla para acompañarlo.
Y creó a Eva, idónea compañera,
quien le ayudaría en toda tarea:

“Comed de todo lo que he creado,
menos del árbol, el bien encantado”.
Pero vino Lucifer, diablo enredado,
y engañó a Eva… y vino el pecado.

Por eso este amor también fue descartado.
Y un querubín fue entonces enviado
a estudiar el amor entre hermanos.
Se mostró Caín, y Abel, el amado:

Abel lo mejor a Dios había entregado,
y Caín, de celos y envidia inflamado,
asesinó a su hermano, el amor profanado.
Así, el Señor dijo sin cinismo:
“Debes amar al prójimo como a ti mismo”.

Un ángel en el cielo fue testimoniado:
de hombres gigantes y ángeles engendrados.
Siguieron al malo, en amor equivocado;
se les llamó demonios, por el oprobio mostrado.
Por eso ese amor fue también descartado.

Un ángel de rosa también fue mandado
a la ciudad de Sodoma, con encargo enredado,
a estudiar un amor distorsionado
de hombres con hombres —un lazo aberrado—.
También ese amor fue descalificado.

Un serafín bajó en este preludio
para estudiar el amor después del diluvio.
No quedaban hombres, solo el padre adorado;
las hijas se unieron a él, por amor mal usado.
Y así, ese amor también fue descartado.

El ángel azul, con sus alas plegadas,
estudió el amor entre almas elevadas:
José, el siervo del faraón respetado,
tentado por la mujer que deseaba su abrazo.
Y por resistirse fue encarcelado…
Por eso ese amor también fue bloqueado.

Otro ángel de cabellera estrellada
estudió el amor con traición marcada:
Sansón y Dalila —la plata comprada—,
vendieron su amor por monedas manchadas.
La palabra “amor” por ella fue olvidada.

Buscaron en el cielo, también en la tierra,
en los siete mares, en la guerra y la sierra.
Fue grande su labor, en misión elevada,
por encontrar el amor que no pide nada.

Ni siquiera sé lo que pasará,
ni lo que el destino traerá,
pero de algo estoy convencido:
ese amor será sagrado… y escabroso.

Vino un ángel verde de la naturaleza,
que habló del amor hacia flores y selvas.
Pero, aunque todo eso es tan bonito,
no es el amor que es infinito.
Por eso, fue también descartado.

Un ángel con aletas y agallas brillantes
dijo: “Amar al pez es de lo más grande”.
Pero respondió el divino, con tono elevado:
“Eso no es amor, es lo alimentado.
¿Acaso amas al venado hasta morir por su bocado?
No ames al alimento, pues su fin es ser digerido
y luego… expulsado.
El amor a los animales es bello,
pero no es el que ha sido revelado”.

Un ángel de blanco tiró una moneda
tapiada en oro y piedras eternas.
Cayó en el mar que es de cristal
y un portal se abrió como un umbral.

Como una gran pantalla se mostró el pasado:
un hombre blanco, llorando desconsolado.
Tenía que enviar a su Hijo amado,
quitarle su trono, dejarlo humillado,
quitarle el ropaje de inmortalidad,
y enviarlo a la Tierra… transformado.

Se veía un pesebre, caballos y mulas,
un Herodes furioso, matando criaturas.
Tres reyes de oriente en camellos dorados,
con incienso y mirra en cofres tallados.

Iban a Belén, según lo profetizado,
por Elías y otros, siglos atrás hablados.
Un hombre creyó lo nunca creído:
que un ángel embarazó a su esposa, sin marido.
Esto sí fue amor nunca antes concebido.

Aquel niño creció, fue luz y redención,
y un Padre lloraba desde su mansión.
El Rey de los cielos, desde la lejanía,
miraba a su Hijo: Jesús —vida y poesía—.

Trompetas sonaron anunciando su muerte.
Un Cristo moría por todo viviente.
Y una madre, a su lado, inconsolable…

Se dictó el decreto en bandeja de plata:
el capítulo se cerró, la lección fue aprendida.
El amor más grande de toda la vida
fue el de Dios,
Jesús
y María.

 

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Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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