UNA MUJER DESNUDA

 

Viernes, noche difícil... tráfico lento, pesado y fastidioso;  tormenta inclemente; rayos y centellas. La música de rock a todo volumen en el estéreo no calma mi creciente desesperación y urgencia por llegar a casa, donde me espera el bendito silencio y mi arraigada soledad. Más de una hora sin avanzar y el nivel del agua en la calle parece subir rápidamente hasta ahogar las pantorrillas del auto.

Finalmente la lluvia me regala un suspiro, si bien el agua sigue cayendo pesadamente, los limpiadores se relajan un poco de su monótono e hipnotizante vaivén.

En casa al fin, los zapatos salen por los aires, buscando llegar a la estratósfera, pero no llegan ni al metro en su fallido despegue. Saco y corbata se abrazan a cualquier sofá, y la camisa, más cansada que yo, suavemente se desliza hasta descansar en el frío indiferente del azulejo.

El refrigerador amablemente me ofrece una cerveza y le acepto dos, no por otra cosa sino por educación. Su amargura es el sabor de la gloria, su espuma en mi paladar intenta reanimar mi decaído ánimo de viernes nocturnal.

El televisor se burla de mí, como lo hace siempre, nada interesante, cambio de canal, y cambio, y cambio, y cambio... y nada que cautive mi visión; novelas más cómicas que dramáticas, comerciales, y absurdos programas de banalidades. Quizá debí contratar TV de paga en el súper la semana pasada que estaba en promoción, en fin, en otra ocasión será.

La pesadez de mi día se acomoda plácida sobre mi espalda. Mis ojos comienzan a bostezar y mi cabeza implora almohada, tersa y acolchonada.

Después de terminar mi “Six” cervezas (je, je), y de mucho debate interno, me decido a subir a mi habitación. ¡Caray! Debí instalar un elevador, o mínimo un montacargas... pero ahí voy, decidido a enfrentar en combate los doce escalones que me separan del primer nivel. Ya en el décimo escalón, siento que estoy perdiendo la pelea por Nock out, pero la suavidad de mi cama me impulsa con sus porras para no dejarme vencer, así que respiro profundo y me dispongo a enfrentar los últimos dos rouns cual Julio César Chávez, Mike Tyson, o Rocky Balboa. Finalmente lo logré, llegué al primer nivel, tambaleante pero llegué.

Mi cama me llama con desesperación, conoce perfectamente mis necesidades y está dispuesta a complacerme en todo, me necesita y eso me hace sentir bien, saber que al menos a ella le soy indispensable me hace desplegar un intento de sonrisa. Ahí está, con sus brazos abiertos, diciendo suavecito: ven a la quietud de mi regazo... y yo, simplemente me dejo ir. Su calor pronto me abraza y reconforta; ahí, tumbado de espaldas y mirando la estrecha infinidad del techo, con los brazos en cruz, dejo que me lleve al mundo desconocido de los sueños. Mis párpados inician gradualmente su descenso al ritmo del tic tac de un imaginario reloj, y mi corazón quiere detener sus latidos hasta que parece quedar en pausa.

Parado en el delgado filo del abismo, listo para lanzarme en picada al mundo imaginario de los sueños, aún con los ojos cerrados distingo el pasar de una sombra, Abro mis ojos y ante mi sorpresa, me encuentro solo, solo en mi habitación, sin embargo, algo extraño me ha inquietado... de inmediato busco con desesperación mi fatiga, mi aburrimiento y mi cansancio; los encuentro casi moribundos y desfallecidos, y me aferro a ellos de inmediato con todas las fuerzas de mi ser, evitando se diluyan en el tiempo. Una vez más me dirijo a la oscuridad de los sueños, y ahí, llegando a la frontera de la irrealidad, mi mente se nubla y siento como voy cayendo en un placentero vacío... antes de tocar fondo, siento una mano acariciar suavemente mi pierna, la sensación es inconfundible.

De inmediato regreso a la otra oscuridad, la de la absurda realidad, ahí, entre brumas, mi mente trata de clarear el mundo para que mis adormilados ojos puedan distinguir algo entre la negrura nocturnal. En dos o tres torpes movimientos logro sentarme al borde de la cama, que celosa me reclama por el abandono repentino. En mi habitación, estoy únicamente con el reflejo del espejo que con asombro me mira.
Mi espalda siente nuevamente una caricia, hay dedos vagabundos caminando sobre ella. Se me eriza la piel, desde la nuca hasta los pies, y siento otra mano recorrer despacio el terreno agreste de mi pecho. Varias sensaciones me invaden, y mi cuerpo reacciona a las provocativas caricias, desnudándome del sueño, el cansancio, y la apatía.

Giro mi cabeza, lento, lento, hasta que logro descubrir a la causante de mis inquietas inquietudes; hay una mujer desnuda en mi cama. Ahí está, frente a mí, la mujer de estos benditos sueños y perversas fantasías; las húmedas, las secas, las tranquilas y las inquietas. Ahí está, diáfana, sin dar importancia a su desnudez, mirando fijamente el fuego y la lujuria que en dos segundos despertó en mi incrédula mirada. Toma mi rostro y se acerca con calma hasta besar dulcemente mis labios, beso que se torna apasionado y que en un segundo pierde el control, dejando que las lenguas se posean una a otra en un coito desesperado.

Me despojo rápidamente de mi camiseta y de mis boxers, ¡qué se vayan al carajo! En mi piel siento el filo ansioso de sus uñas transitar, y encajarse hasta sangrar, el placer me lleva al estremecimiento al sentir el vaho de su aliento de menta, y su boca susurrar a mi oído palabras de fuego y gemidos del amor, ¿Será amor? Porque en mis sueños la llamo, y en mis días de locura su nombre grito al viento.

Sus manos vagabundas ansiosas me exploran, buscando refrendar mi virilidad convertida en fuego sólido. Mis manos húmedas son náufragos en la perversa isla de su cuerpo, buscando con desespero el tesoro que esconde en lo profundo e inexplorado de su selva virgen.

El sudor escurre como lava, quemando la piel que agitada respira el aroma inconfundible de la pasión que explota kilotones en los seis metros cuadrados de mi habitación. Las paredes murmuran indiscretas sin creer lo que acontece, y mi cama no para de quejarse con sus molestos rechinidos.

Navegamos en un agitado mar, con olas furiosas que nos humedecen el alma y nos inunda los sexos, que nos sala la piel, y que al frote incesante saca chispas que se dispersan en el aire y se confunden con estrellas, y que el mismo mar, violento, no puede apagar.

Después, cabalgamos a pelo por extensos valles y llanuras, sobre potros salvajes, montados en un tiovivo que nos hace girar y girar interminablemente sobre el eje gravitacional de su cuerpo dulzura.

Su famélica entrepierna muerde mi hombría con avidez, con saña y con gula. Con fogosidad desmedida le otorgo lo que ella desea en un ataque no planeado pero prolongado, sin piedad, sin tregua, y sin descanso; sin importar las banderas blancas que piden paz, o las declaraciones inocuas de la Organización de las Naciones Unidas, o incluso, los llamados del Vaticano. La lucha cuerpo a cuerpo continua.

No sé si el tiempo pasa o se detiene, pero en el cálido interior de su cuerpo, el paraíso parece ser un cuadro, una pintura, una obra de arte, tan cercana, tan llena de ella y de sus infinitas locuras manifiestas. Me exige demasiado y yo le otorgo lo que me pide… y le doy mucho más; me enloquece su enigmática locura y sus labios ansiosos paladeando mis sabores de mar y de arena. Sus caricias son de fuego, queman, ¡queman! y su voz en desesperación me incita a morder el dulce capullo de sus carnes para elevarla al décimo cielo del placer, donde pernoctamos al plácido arrullo de las estrellas fugaces que acarician a su paso nuestra deliciosa desnudez.

Llueve, sigue lloviendo diluvio de pasión dentro de mi habitación. Giros y piruetas aparecen y desaparecen entre las sombras misteriosas que proyectan nuestros cuerpos. Las almas se desprenden apenadas ante la extravagancia infernal que une nuestros cuerpos, y al amanecer llega la calma cuando los segundos derretidos recuperan el aliento.

Un rayo de sol se filtra curioso por la orilla de la ventana, Dice radiante y con una gran sonrisa: ¡Buenos Días! Sin embargo, no hago caso, sigo tan cansado, aún más, que la noche anterior, y prefiero seguir en la amorosa suavidad de mi cama, a levantarme y llevar a cuestas nuevamente una pesada carga que se va acumulando durante el pasar de las horas del día, así que simplemente cubro mi rostro con la sabana, y me regreso al misterioso mundo de los sueños. Alguna nueva sorpresa me ha de encontrar.

Carlos Eduardo Lamas Cardoso.

México.

Derechos reservados.

 

 

 

 

 

 

 

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Comentario

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PLUMA MARFIL
Comentario de Carlos Eduardo LAmas Cardoso el septiembre 22, 2024 a las 4:51pm

María Beatriz,

Eres muy amable y generosa con tus palabras para mi trabajo, lo cual, agradezco mucho.

Saludos y bendiciones!


PLUMA ÁUREA
Comentario de Maria Beatriz Vicentelo Cayo el septiembre 20, 2024 a las 10:07am

Un relato atrapante, excelentemente narrado, con muy buena gramática, con un lenguaje sencillo, entendible y coherente, ágil y entretenido!!

Felicitaciones Carlos Eduardo!

Desde que empecé a leer tu escrito, me iba sintiendo curiosa por saber qué seguía; me has mantenido atenta a cada imagen que dabas; y eso fue desde el inicio hasta el final!!

¡Estupendas letras!  Me ha encantado leerlo, en ningún momento te has extendido con palabras escritas demás y has cuidado los signos gramaticales, porque hasta la coma ha estado bien puesta,  las oraciones seguidas como las de punto aparte;  y lo principal amigo,  en todo momento te has manifestado con respeto y consideración a tus lectores, sobre todo a las damas de esta Página;  con esto quiero decir que no caíste en lo grotesco ni en la vulgaridad, menos en la  banalidad literaria!!

Mis aplausos grandioso ESCRITOR!!


PLUMA MARFIL
Comentario de Carlos Eduardo LAmas Cardoso el septiembre 19, 2024 a las 6:52pm

Carmen Amaralis,

Gracias por tu lectura, y desde luego, por tu amable comentario.

Saludos y bendiciones!

Comentario de Carmen Amaralis Vega Olivencia el septiembre 19, 2024 a las 6:43pm

Carlos Eduardo, waoooooo, que sensual y mágico, que belleza, te felicito, amigo, es genial, bendiciones, Amaralis

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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