El bombardino mágico
Desde mi esquina lo puedo observar a mi antojo. Me ubiqué allí intencionalmente. De vez en cuando escojo regalarme un cofrecito de esperanzas, y le coloco dentro las más bellas señales de amor, las sonrisas más tiernas, el brillo intenso de unos ojos.
Comienza el concierto, llevo media hora de esperas. Los sonidos de afinaciones, trompetas, violines, tubas, todos dan ese preámbulo deseado que nos hace esperar con paciencia el sabroso sonido armónico perfecto.
Y desde mi esquinita lo observo mojarse sus labios para ajustarlos a la boquilla del bombardino. ¡Tan pequeño para ese instrumento tan grande! Lo observo cerrar los ojos en una expresión de placer, estirar el cuello, y comenzar con las primeras notas.
Ya una vez le dije que lo que se hace en la vida con el tiempo tiene que hacerse por placer, que hacer buena música es uno de los mayores placeres, y que algún día será el mejor de los bombardinistas del mundo.
¿Cómo no decirle todo eso si le tocó ver a su madre muerta trágicamente a los cuatro añitos de edad? Ahora, a los catorce, cuando toca en la sinfónica, cierra los ojos, inclina la cabeza hacia el cielo, se humedece sus labios, y notas mágicas fluyen de su bombardino. Puedo sentir su trance y el mío subiendo en espiral hasta el lugar místico donde se encuentra la madre. Sus notas musicales la hacen feliz. Eso le digo al terminar el concierto.
La noche del último ensayo el director felicitó a los padres por el sacrificio que hacen cada lunes y miércoles al llevar a sus hijos, y esperarlos por las largas horas en que practican. Una mueca de tristeza se dibujó en su rostro aún de niño. Pero en ese instante me miró, y yo me dibujé con el dedo índice un corazón en el pecho, lo arranqué, y se lo lancé en el aire soplándolo con un beso desde mi esquina hasta su rostro.
Esta noche, estoy en un lugar muy especial de la plaza, puedo verle feliz tocar su instrumento. Sé que ahora su más grande amor es la música, y su dolor va quedando atrás.
El sonido dulce de ese bombardino ha hecho la diferencia.
Carmen Amaralis Vega Olivencia
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