MI PRIMERA VERGÜENZA DE AMOR

Era solamente una niña despuntando la adolescencia, y creo que ya estaba enamorada. Para ese tiempo los Tres Santos Reyes Magos me trajeron unos patines de cuatro ruedas, de esos que se ajustan en los zapatos. Estaba de moda correr patines por las aceras de la cuadra de casas del vecindario.
Recuerdo que yo tendría como 12 años de edad y comenzaba a sentir lo que se dice amor. Me gustaba mucho un vecinito, se llamaba Cutito, era bello de verdad, con ojos verdes como los de mami. Cuando lo veía jugar con nosotras me temblaba el suelo y se me nublaba la vista.
Eso que se llama amor a los doce años de edad, cuando las hormonas comienzan a florecer, hace que al ver al amado se revuelquen los sentidos, suden las manos, tiemble el estómago y crees desfallecer si el amado se acerca a ti.
Esa tarde del día de Reyes me alegré mucho con mi regalo, pues ahora podría correr veloz y llegar a su calle dos cuadras más delante de la mía en poco tiempo. No siempre lo veía. A veces estaba en el balcón de su casa, pero muchas veces no aparecía y mi corazón se entristecía hasta creer que moriría de tristeza.
Pero la vida no siempre es justa, yo diría que muy injusta, y una tarde cuando aún no dominaba el deslizarme con fluidez con mis patines, llegué a la acera frente a la casa de Cutito. Me puse tan nerviosa al verlo en su balcón que al tratar de alzar el brazo para saludarle, perdí el equilibrio y fui a parar al piso, lo que se dice una reventada de película, caí sentada frente a él.
¡Que tristeza! ¡Que vergüenza desmedida! Yo ahí sentada con las rodillas sangrando, y el muy poco caballero se echó a reír y no tuvo la delicadeza de salir en mi ayuda y levantarme del suelo.
Con el corazón roto me levanté con mucha dificultad, no sin antes quitar los patines de mis zapatos.
Creo que se me fracturó el coxis, caminar me costaba mucho, sentía un fuerte dolor en todo el cuerpo, pero el peor dolor era el que sentí en mi corazón por muchos días al recordar la burla de Cutito. Se quebró mi amor para siempre, y nunca más he vuelto amar así. A lo largo de mi vida asocio el amor a sentir vergüenza e indignación de la buena.
Si la vida me hubiera dado hijos nunca le habría regalado patines, eso para evitarle aquella gran vergüenza que me causaron los patines ante mi primer amor.

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