Siempre fue un gran tesoro,
aquella linda mujer,
la que vio una tarde de oro,
y se volvió su querer,
y con la luna a coro,
la besó al amanecer,
y llenó de puro amor,
a esa tersa y bella flor.
En los tibios atardeceres,
veía las aves dormir,
y las ramas meciéndose,
tirando las hojas secas,
que lentas se balanceaban,
cuando su tiempo llegaba,
bajo las blancas estrellas,
que brillaban como luciérnagas.
Las nubes se desplazaban,
y clareaban el límpido cielo,
los grillitos alegres cantaban,
por haber tenido el la fortuna,
de que sus manos alcanzarán
una hermosa joya como ninguna.
J. Jesús Ibarra Rodríguez.
D. C . U H E .
Der. Reserv. México. 2016 .
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