Un encuentro casual.
Manuel se encontraba malhumorado. Viajar en el metro en la hora pico era una experiencia traumante y deprimente para él. Empujones, apretones, malos olores y en fin, era una total incomodidad y el martirio de todos los días. Su viaje tardaba casi dos horas, tomando el tren desde la estación Indios Verdes y haciendo alguna escala para llegar hasta Sta. Martha Acatitla, donde al bajar aun tenía que tomar un autobús para poder llegar a su destino laboral: La cárcel de mujeres de Sta. Martha, ahora conocido como Centro de Rehabilitación Santa Martha.
Cuando tenía 20 años se hizo a la idea de ser un excelente abogado y tener su despacho propio. Conducir un flamante y reluciente auto deportivo, y formar parte de la crema y nata de la sociedad. Estudió la carrera de leyes y al graduarse fue uno de los mejores alumnos de su clase, y sin embargo…
Esa mañana, repasaba en su mente los pendientes de su oficina entre las angustias de su viaje, que en esta ocasión, sería un poco diferente. En la estación de transborde se arremolinó una multitud de pasajeros deseosos de subir al vagón, y al abrir las puertas, una marea humana pareció echársele encima. En un momento Manuel pensó que moriría aplastado y se permitió la cobardía de cerrar fuertemente sus ojos. De pronto, sintió en su cuerpo la presión de otros cuerpos. Recordó absurdamente la portada del libro “Los hornos de Hitler” donde se podían ver cuerpos muertos y encimados. Así se lo imaginó en ese breve momento de silencioso terror. Sin embargo, al abrir lentamente sus ojos, se encontró con la imagen más bella y dulce que hubiese podido imaginar. A solo unos breves centímetros de su cara tenía el rostro más hermoso que él hubiese visto de una mujer. Manuel sonrió pícaramente en sus adentros, al sentir la hermosa silueta de la mujer pegándose a su cuerpo con mayor intensidad a cada segundo. Ella sonrío tímidamente, ¿qué otra cosa podía hacer? Sus brazos estaban atrapados dentro otros cuerpos inamovibles y ella también sentía en su cuerpo la presión de otros cuerpos y el único gesto de cortesía que podía brindar era ese justamente, una sonrisa, o tal vez, un intento de sonrisa. Ambos siguieron en esa incómoda posición para ella y placentera para él por al menos otros 20 minutos. Al ir bajando poco a poco algunos pasajeros y acercarse a su destino, ambos pudieron abrir una breve brecha y al fin, pudieron tomar una buena bocanada de viciado aire. Manuel comentó sin pensar, con el tono más alegre y desenfadado que pudo –Hola, que gusto haberte conocido, digo, bajo estas circunstancias- Ella al escucharlo, enrojeció al grado de jitomate maduro y contestó –Me llamo Lola, bueno, en realidad es Dolores- y en ese momento sonrieron abiertamente. A continuación vino una breve plática de rutina, ¿de dónde vienes? ¿A dónde vas? ¿Estudias? ¿Trabajas? y un largo etcétera. Por esas coincidencias de la vida, Manuel y Lola tomaron el mismo autobús; él hacia su oficina y ella hacia el instituto de belleza donde estudiaba como opción desesperada para forjarse un futuro. De pronto, de una manera extraña e inevitable, ambos se vieron con deseo de poseerse, de tenerse y de amarse. El venía de una relación catastrófica, donde entregó su corazón por completo solo para que lo hubiesen apuñalado una y mil veces. El dolor fue aplastante y le costó mucho tiempo encontrarse con él mismo para seguir adelante. Lola había sufrido una y varias decepciones amorosas. Siempre que se enamoraba salía severamente dañada. Los pocos novios que había tenido simplemente la utilizaban como objeto de placer, aprovechándose únicamente de ella y de su bien formado cuerpo. Porque si en algo Lola destacaba, era justamente en que tenía un cuerpo de concurso. Ambos olvidaron las obligaciones pendientes. ¡Al diablo el trabajo y al diablo el estudio! Esto no es de todos los días. Con miradas indiscretas acordaron bajar del autobús, solamente para abordar un taxi que los llevará a la mayor brevedad posible al motel más próximo. Ya en el taxi, no pudieron evitar el abrazarse y besarse con pasión y lujuria desatada. El chofer mirando por el espejo retrovisor no importaba nada. Se aflojaron las ropas y de no ser porque llegaron al motel “La gloria” ahí mismo se hubiesen entregado. Pagaron la cuota de promoción “El mañanero” y de inmediato subieron al cuarto que les fue asignado. No eran aun las 9 de la mañana y sus cuerpos ya se encontraban desnudos, dispuestos al placer y solo a eso, al placer máximo.
Manuel admiró boquiabierto la hermosa silueta de la hembra que enfrente tenía. De hermoso rostro y finas facciones. Cabello largo y sedoso que le cubría un poco sus grandes y bien formados pechos. Breve talle y caderoncita. Pierna firme y bien torneada. Era verdaderamente un cromo de mujer. Lola también se deleitaba viendo a “su” hombre; Manuel no era un tipo precisamente guapo, pero tenía un atractivo raro que enloquecía a cualquier mujer. Era un hombre pulcro y bien vestido. De peinado perfecto y mocasines siempre limpios y brillosos. A pesar de ser solo un fiscal de medio pelo, a veces parecía un verdadero magnate. Sin embargo, su gran atractivo era eso que lleva siempre oculto y que a las mujeres les gusta observar de reojo, discretamente según ellas.
Lola lo vio, y si hubiese tenido bigotes se los hubiese relamido solo al imaginar lo que le esperaba y que tanto estaba deseando.
Y así, llevando el pensamiento a la acción, se dieron a la tarea de entregarse de una y mil formas. Arriba o abajo, acostados o de pie. Pasaron por la cómoda y por el buro. Bajo el agua de la regadera y hasta sobre la taza del baño. Fue el sexo más intenso y maravilloso que ambos hubiesen conocido hasta el momento. Ella lo llevo por lugares y sitios que ni ella misma conocía, de placer profundo. El la llevo a galope por senderos de espesos bosques encantados por las hadas de la lujuria y del placer sexual.
Y así siguieron amándose sin control, desenfrenadamente, apasionadamente. Hasta que no pudieron más y cayeron tendidos por el agotamiento físico. Fue entonces que Manuel abrió los ojos y miró a un extraño hombre de ojos pintados y enchinadas pestañas. Sonriendo burdamente al sentir sus cuerpos tan apretados en aquél vagón del metro que reiniciaba su marcha hacia la estación de Santa Martha Acatitla.
Carlos Eduardo Lamas Cardoso.
Derechos reservados.
Comentario
Senda,
Muchas gracias por tu visita y tus palabras.
Saludos y bendiciones!
Mab.
Muchas gracias por tu amable comentario.
Saludos y bendiciones!
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