Tu voz fue de Nereo, de un arrullo
que durmió la marea más temida,
tus manos como espumas de un capullo
para verme en la arena florecida.
Mas ¡ay! se desató tu enhiesto orgullo
y le diste a mi barca una abatida;
si la chusma es feroz con su murmullo
más cruel es el adiós de tu partida.
De abismos y zozobras no me canso:
que no se acabe nunca el mar de leva
con brumas, vela loca y brujuleo.
Porque no hay tempestades sin remanso,
ni se esconde el halcón en una cueva
cuando la mar lo moja en balanceo.
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