La muerte era un perro transparente
que comía de la mano
de la vieja loca de la plaza.
Y mis dedos sangraban
una lágrima de vidrio
de treinta píldoras engarzadas
en una lengua vencida.
Tan larga
como una caída por la ventana.
Tan corta
como un poema.
Elegí hablar con la muerte
y la muerte era un perro
y el perro era un océano
donde lavarme la mugre
de no ser amada.
Hablaba con la muerte
casi todo el día.
Cuando creí que la muerte
no me escuchaba más,
me arranqué las páginas del cuerpo
y las prendí fuego.
Para que nadie
pudiera leer cuánto me dolía.
Comentario
Roberto:
Muy desgarrador relato has realizado. Te felicito :)
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