ROGELIO Y MALENA
Aquella soleada mañana en un pequeño poblado rural, Malena, maestra de educación primaria, de figura esbelta, piel blanca y cabellos castaños, miraba con sus ojos verde oscuros, desde la ventana de el salón, en donde impartía sus clases, un pajarillo que cantaba en una palmera, lo que le pareció extraño, por que estas avecitas solo se paran y trinan en los árboles frondosos. Malena enseguida pensó al ver un pájaro negro, de pico amarillo que estaba en la cumbre de un árbol, y que miraba atento al pequeño volador, que era la causa de que el pajarillo se pararara en una palmera, era su depredador, y esta ave oscura no se atrevía a incursionar por las palmeras, por el temor a herirse con las espinas de sus tallos, y a sentír el filo de sus hojas palmeadas. Luego de ver esto, pensó que así se sentía ella, desprotegida y alejada de Rogelio su novio, un maestro como ella y que lo habian asignado para trabajar en un lugar muy distante. Habían estudiado los dos en la misma escuela, y planeaban casarse en cierto tiempo, sin embargo al seleccionar el lugar para trabajar juntos, tuvieron la desilusión de ser enviados a lugares separados. Al suceder esto, Malena lloró mucho, y Rogelio un hombre sensible, de constitución delgada, ojos negros, pelo lacio y piel tostada, se entristeció también. Alejados y en esa época en que no se contaba con celulares, y menos en esos sitios desolados, solo les quedaba comunicarse con el pensamiento. Por las noches salían de las casas donde vivían, para ver la estrella que cuando estaban juntos, la observaban abrazados; y cuando había luna llena, se enviaban mensajes con la mente, bañados con los rayos plateados. Malena lo sentía más y llegó a pensar en ese recondito lugar, en donde impartía a los niños la noble enseñanza, que estaba en una isla, sola, mirando el horizonte, esperando que llegara un barco, y en él su querido Rogelio. Dios hizo que corriera pronto el tiempo y Malena y Rogelio se volvieron a unir, al ser ubicados los dos en otro lugar, ahora si para siempre. Solo en situaciones muy especiales, cuando su trabajo de docencia se los permitía, recordaban aquellos momentos de soledad que pasaron. Meses después se casaron y formaron una familia. Luego llegaron los hijos, que fueron una bendición en sus vidas.
J. Jesús Ibarra Rodríguez
DCUHE.México.D.R.2018.
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