Yerra callada una húmeda y sazonada perla por mi cansada alma en pena, vagando por doloridas soledades y amargas condenas. Ya al manantial de mis llantos se le agotaron las dolorosas perlas y sólo quedaron escondidas entre mi cano pecho, las piedras secas de mis infinitas condenas. Una adusta gota de dolor se escapo de mi desesperado aliento y rodó cual río blanco, por las laderas marchitas, de mis eternos sufrimientos. Un dolor secreto se ahoga entre montañas de ausencias, mientras mi experto corazón me explica, que no hay penas, sin dolor, ni condenas, sin recuerdos.
AUTOR: Marco González Almeida Venezuela 3 de agosto del 2012 Derechos reservados
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