Me llueve y me sale el sol.
Aquí sentado nuevamente, me abraza la rutina de lo cotidiano. No pienso, sólo hago lo indispensable para sobrevivir a diario. Mi camino se ha trazado a golpe y golpe de mis pies, que uno tras otro, incansables caminan por los caminos retorcidos por los que va la vida. Apacible pasan las horas que se convierten en largos días y cortas noches.
En esta calma, de pronto y sin aviso, el dolor de tu ausencia me reclama. ¿Dónde estás que no estás conmigo? Mi mente se regresa, como rebobinando el tiempo, lentamente, lentamente…
Te ví casualmente una noche de bohemia. Tú tan bella y tan bonita, rodeada de sonrisas galantes y atenciones infinitas. Con tu hermoso pelo enredado y sus curvas exquisitas. Tus ojos hechiceros eran dagas afiladas que se enterraban en el alma de quién los osaba mirar. Tu sonrisa… tu sonrisa la noche engalanaba y de fiesta la vestía.
Yo que inmune fui al embrujo de los bellos ojos de mujeres muy hermosas. De pronto me di cuenta de que algo había cambiado. Tu mirada penetrante se incrustó hasta en mis entrañas, tu sonrisa fascinante me animó a brincar las vallas.
Me acerqué muy lentamente, observando el panorama, esquivando con cautela a los hombres que miraban. Les escuchaba suavecito decirte cosas cual poemas, que escuchabas indiferente pues ninguno te llegaba.
Y llegué a tu puerto, mi barca quedó varada en la playa de suave arena que es tu corazón. Convertimos ese puerto en una isla donde solitarios nos tomamos de la mano. Donde nos fundimos en un cuerpo, donde hicimos el amor.
Un amor de mil sabores y de besos conjugados. Un amor de fuertes vientos al sentirse enamorado.
Amor que sin amarras cabalgaba por el tiempo. Amor que por amor nos brotaba en sentimientos.
Aprendimos a volar sobre el mar embravecido, sin importarnos las olas de ese mar enfurecido.
El amor que nos brindamos fue un amor enaltecido, que bebimos en las copas de cuerpos enardecidos.
Nuestro día se ensombreció al recuerdo de un pasado, de aquel hombre que un día fuí y que hoy se encuentra desterrado. Me llueve tu indiferencia y tus dudas sin sentido. Tus reproches son tormenta que a mi cuerpo sin defensa llena de temor y frío. El pasado me atormenta y fustiga sin motivo, pues lo de ayer es del ayer y se ha perdido en el olvido.
Nuestro día se iluminaba por un sol de mucho brillo. Porque sabes perdonar los errores cometidos. Porque sabes que el amor que te entrego es un delirio. Es un grito a cuatro vientos. Es verdad, es el camino.
Entre soles nos amamos y entre lluvias nos perdimos. Hoy que estamos tan distantes ¡Cómo extraño tu cariño!
La esperanza nunca muere, me mantiene a mi muy vivo, esperando por tu amor… o esperando por tu olvido.
Carlos Eduardo Lamas Cardoso.
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