Madre ruiseñora primeriza

Jamás pensé, nunca, jamás, que una mañana de primavera tardía me convertiría en una madre ruiseñora. Llevo ocho horas alimentando a un polluelito que se cayó de su nido en mi jardín. El nido está muy alto, no puedo devolverlo a su madre. Me acerqué para ver si tiene alguna alita o patita herida y abrió su pico tan, tan grande, que comprendí muy rápido que tenía hambre.

Como soy una madre pájaro inexperta, totalmente inexperta y primeriza, no tenía ni la más remota idea de qué alimentarle. Corrí a la cocina buscando alguna fruta. Encontré una banana, una manzana y un pedazo de pan integral. La lógica me dicta que algo de trigo integral le podría alimentar sin mayores consecuencias. La criaturita de cinco centímetros de rabito a pico abre la boca de alrededor de un centímetro de diámetro.
Temo ahogarlo, le pongo el primer pedacito de pan, lo traga sin ninguna dificultad, le doy oro y otro y otro, no cesa de abrir el pico grande, bien grande. Bueno, ya debe ser suficiente, pienso.

Y ahora, ¿qué hago con él? Lo coloco con mucho cuidado en la grama dónde lo encontré, con la esperanza de que la madre biológica venga en su rescate. La veo mirarme desde el nido donde aún tiene otro polluelo. Misión difícil. No creo que tenga la habilidad del canguro de cargar las crías en el vientre, ni tampoco creo que tenga la fuerza de volar con el pichón en su pico.
Debo marcharme, un trabajo muy diferente, y otras reuniones me esperan. Ruego, suplico mentalmente que al regresar en la tarde lo encuentre rescatado por la madre ruiseñora, me preocupa que algún depredador se lo trague. Es tan pequeñito.

He regresado nueve horas más tarde, entro a la casa, ha llovido torrencialmente. Recuerdo al polluelo, pienso que si lo busco lo encontraré muerto. Para mi sorpresa lo encuentro exactamente en el mismo lugar del jardín donde lo dejé esta mañana. Está mojado, pero aún vivo. Lo cojo en mis manos y vuelve a abrir el pico con más hambre que en la mañana. Esta vez le cambio la dieta, le doy manzana cortada en pedacitos bien pequeños. No le gusta la manzana, la vomita. Recurro nuevamente al pan integral. Lo entro a la casa, y le fabrico un nidito en mi cuarto con un pañuelo del duende. Acomodo el pañuelo rellenando una cajita de cosméticos Loreal.

No quiero ver la cara enojada del duende cuando descubra lo que he hecho con su pañuelo bordado con su inicial. El pichoncito le acaba de soltar una caca color violeta oscuro. Respiro aliviada, por lo menos el animalito tiene sus funciones vitales normales. ¿Y agua, cómo le doy agua, necesitará agua?, se me ocurre darle agua con una cucharita. No se me hace fácil, temo ahogarlo.

Estoy devastada, ser madre primeriza es agotador. Lo único que ruego a Dios es que duerma tranquilo toda la noche y en la mañana vuelva a tener hambre, y haya desarrollado algunas plumitas con las que pueda muy pronto volar.

Me pregunto: ¿Le dejaré ir, o lo aprisionaré en una jaulita? La respuesta se las dejo al destino. Por ahora duerme tranquilo con la panza llena.

Carmen Amaralis Vega Olivencia
(parte de la historia de mi vida)

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Comentario

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PLUMA ÁUREA
Comentario de Benjamín Adolfo Araujo Mondragón el mayo 8, 2022 a las 6:43pm

¡Impresionante relato, Carmen, de la vida real!

Estaremos pendientes de tu crío...

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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