El algodón en rama sigue sin murmurar a la abeja que atraviesa el puente.
Las grandes contradicciones del mañana:
esa camisa de mujer evaporada a tres dedos del alba,
y la gaviota posada en la tortuga.
Abeja que hueles la chimenea para reconocer las cenizas de las flores que se arrojaron ellas mismas al fuego,
después de haber dudado si valía la pena bruñir la panoplia de la sala de billar,
segundos antes de ver saltar a la mujer de sueño en sueño.
Colilla de cigarro aplastada con furia segundos antes de la pasada del tren.
El tren ha pasado y la abeja ha reído.
Viejo algodón en rama más eterno que la esclavitud.
Amor maravilloso más eterno que la juventud,
y que dirás, un día, las palabras del viajero
segundos antes de la catástrofe ferroviaria.
El mundo rompe su cielo detenido.
El mar rompe sus olas, su parte más querida.
La luz del faro todavía le atrae.
Y la abeja sigue sin murmurar al algodón en rama que atraviesa el puente.
Mañana,
que no es hoy, ni ayer,
son compromisos postergados
por uno o por las circunstancias;
las risas de las abejas y de las aves
que observan con atención
la falta de inmediatez,
es como la blusa de una dama
fuera de su peso y muy,
muy apretado hasta aflojar
todo compromiso.
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