LA SOMBRA DE HERMINIO.

Herminio llegó caminando desde su pueblo a la vieja estación del ferrocarril, y es que le quedaba cerca. Para llegar a ella solo tenía que andar por el polvoriento camino, de piedras, tierra y tepetate. Unos puntiagudos magueyes le servían de barrera natural. La antigua estación del tren situada en un campo semidesértico, era rustica y pequeña. Por ahí pasaba el ferrocarril solo dos veces por semana, rompiendo el silencio de esos lugares. El destino de Herminio estaba por decidirse. Su novia Enedina se preparaba para abordar un vagón, y partir hacia otro lugar después de vivir en el pueblo por dos años, el mismo en el que vivía Herminio.

Herminio era un joven de extracción rural, de estatura regular, fuerte  y de ojos soñadores. Trabajaba en unos viñedos en donde se embotellaba el jugo de las uvas para su venta. Vivía contento con sus padres y se llevaba muy bien con su hermano Pascual. Un día conoció a Enedina  y se enamoró perdidamente de ella. Don Pedro padre de la muchacha era un agente viajero, que tenía que trasladarse de un pueblo a otro, acompañado de su esposa Berta y de ella. El ya estaba acostumbrado a esa vida de traslados y cambios. Enedina le robo el corazón a Herminio con su dulce carácter, figura agradable, cara sonriente y su buen humor. Vivieron momentos muy felices.

Ahora estaban despidiéndose en el sencillo andén. Enedina después de darle un abrazo y un beso a Herminio, se subió al tren. Los dos habían prometido volver a verse, aun sabiendo que eso ya no seria posible. La poca gente que asistió a la estación comenzó a retirarse, cuando el tren iniciaba su marcha. Sólo el ruido de las ruedas de hierro al pasar sobre los rieles, no dejo escuchar los suspiros y gemidos de Herminio, que miraba una vez al cielo y otra vez al suelo, tratando de esta manera no sentir tanto la despedida. El ferrocarril  mientras tanto se perdía en la lejanía, hasta ser solo un punto oscuro. Herminio sollozante estaba  parado y ensimismado. Pronto toda la estación se quedo en silencio, y solo el fuerte graznido de un cuervo, de negro y metálico plumaje, lo sacó de sus pensamientos. Reaccionó e inició el regreso a su pequeño pueblo. Tomó el camino polvoriento y por sus pasos vacilantes por la pena, tropezó con una piedra semienterrada, del tamaño de su mano; fue tanta la fuerza de su pie que hizo que saliera de la tierra. Esa piedra que tenía sin moverse cincuenta años quedó con  la cara antes enterrada mirando al cielo, solo porque Herminio paso por ahí y sin querer la movió y la liberó. Pronto el viento y la lluvia la limpiarían. La piedra estaba feliz porque Herminio la libró de tan incomodo estado. Cerca de ahí había más piedras esperando a ser movidas de su casi eterna condición. Así sucede con muchos seres humanos, que están esperando a ser movidos, a ser guiados para cambiar su cara cubierta por la ignorancia, la incomprensión, el aislamiento y el olvido.

Herminio continuó su regreso y llego a un burbujeante venero, miró en el fondo unas  piedrecillas plateadas y grises. Se inclinó y puso la palma de la mano derecha en la superficie del agua, y sintió la humedad sobre sus dedos. Luego metió toda la mano y dejo que corriera por su piel la tibia y suave corriente. Pero evitó en todo momento ver su rostro en el espejo líquido, de aquel bendito manantial, para no mirar el reflejo de su tristeza por el amor perdido. Enseguida se retiro para no salar el agua dulce, con sus abundantes lagrimas.

 

Por fin llego a su casa y escuchó en el árbol del patio, a una tórtola con su canto melancólico, y recordó que la gente pensaba que  sus sonidos eran quejas, que decían –que triste estoy.-que triste estoy. Y en verdad sus tonos parecían decir esto, pero la realidad es que llamaba a su pareja a su lado o a su nido. El oírla le aumentó la resaca amorosa. Tomó agua y comió algo. La noche llego ligera y Herminio se fue a dormir cansado de caminar y de pensar. No bien cerró los ojos cuando comenzó a soñar, que veía el tren que se había llevado a su amada, que regresaba en reversa y ella descendía de él para abrazarlo y besarlo, diciéndole que siempre no se iría. Despertó sobresaltado y sudoroso. Un rato después se volvió a dormir y esta vez soñó el mismo tren que se alejaba rápidamente, y que él lo seguía corriendo sin poderlo alcanzar; solo veía a Enedina agitando las manos y despidiéndose. En el mismo sueño se veía caminando desconsolado bajo el sol, y de pronto notó que su cuerpo no proyectaba su sombra, y desesperado comenzó a buscarla, ya fuera caminando, parado, sentado y de otras formas sin encontrarla. De pronto escuchó en su sueño una voz que le decía-era tanto tu amor por Enedina que tu sombra también lo experimentó y se fue tras de ella para unirse con su sombra, por eso no la encuentras. Continuó la voz diciendo-las sombras son las parejas de los seres humanos, y comparten sus emociones y deciden, si se van o se quedan de acuerdo a las sensaciones que perciben. Si todo está bien se quedan o si está mal se van.-tú ahora estas solo sin tu inseparable sombra por lo que te paso. Ya no eres ni tu sombra. No vayas a ser como otros que cuando pierden su sombra, se la roban al que se deja, sin poder esperar o buscar otra que ensamble con su cuerpo y sus pensamientos.

Fue tanta la impresión del sueño para Herminio, que despertó angustiado, se levantó de la cama, y ansioso caminó  hacia la calle. Ya amanecía y presuroso se paró de espaldas al sol, esperando ver proyectada su sombra en el piso. Se fijó con mucha atención, y la sombra, su fiel compañera..........

 

J. JESÚS IBARRA RODRIGUEZ.

D.R.2011.MEXICO.

 

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Comentario

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Comentario de SENDA el diciembre 4, 2011 a las 3:02am

MUY HERMOSO JESÚS, UNA MUY BUENA NARRACIÓN CON UN GRAN MENSAJE

UN ABRAZO


Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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