Lenta la luz demora su caída.
Lenta la huida insistente.
Y algún gemido en la espera.
En el instante previo a encontrar refugio.
Montones de paja acumulados
en el pesebre. La luz es leche en el crepúsculo.
No hay límite entre el silencio y la luz del día.
Y ella la elegida la ungida la novia
será la Madre Eterna para siempre.
Ha nacido el Esperado, el Prometido el Mesías.
Dios derrama agua de azahar en sus cabellos.
Y en el ardor del día lo visitan pastores y vecinos.
La gente aparece por todos los rincones.
Se pierden y se encuentran en el camino.
Y van a adorarlo al Hacedor de los perdones.
Al Hijo de Dios que ha nacido
en ese blanco, ocre, crudo habitáculo donde la vida
desde un instante suspendido se habrá instalado
para quedarse entre nosotros ¡para salvarnos!
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