LA ISLA AL OTRO LADO DEL CIELO
Finalmente sucedió. Lo que durante décadas mantuvo amenazada a la humanidad, hoy se hizo una triste realidad.
Esta mañana mientras tomaba mi desayuno, quedé paralizado y horrorizado ante la noticia que escuché por la radio.
Durante las pasadas tres horas, las dos súper potencias mundiales habían intercambiado ataques con misiles nucleares de alcance intercontinental.
De acuerdo al reporte radial, las ciudades más importantes de los Estados Unidos de Norteamérica habían sido reducidas a escombros como resultado de los intensos bombardeos.
Por otro lado, Moscú, St. Petersburgo, Novosibirsk, Yekatemburgo, Kazán y Samara, habían tenido el mismo y trágico destino.
Los ataques habían alcanzado también a algunos países aliados de ambas potencias.
La noticia también estalló en mi cabeza como una bomba. No podía dar crédito a semejante estupidez.
La radio seguía sonando con más información de esta tercera guerra mundial, pero ya no escuchaba.
No sé por qué cantidad de tiempo permanecí en ese estado catatónico, pero cuando reaccioné escuché gritos provenientes de todos lados. A lo lejos se escuchaban sirenas ir y venir y me pregunté si acaso ya nos había tocado el impacto de una ojiva nuclear rusa o "Made in China".
Correr y esconderme se me figuro absurdo, ¿Dónde podría estar cualquiera a salvo de semejante explosión?
Salí del departamento como autómata y con una idea en la cabeza, si llegaba el fin del mundo, yo quería ser testigo del apocalipsis.
Me senté en una banca del jardín. Vi a una gran cantidad de personas corriendo y llorando, algunos otros hincados y clamando el perdón de Dios. Unos más buscando un sitio seguro para evitar ser víctimas del holocausto.
Mi confusión le dio a mi pensamiento un breve momento de claridad.
¿Cómo llegamos a esto? ¿Qué motivó a cualquiera de esas naciones a oprimir el botón rojo de la destrucción masiva?
A ciencia cierta nunca lo sabré. Pero algo era verdad. La ambición desmedida del hombre fue una razón de esta aniquilación masiva del ser humano.
Nunca nadie se conformó con ser lo que era ni con tener lo que poseía. Siempre buscando más, siempre la ambición.
Mi pensamiento se vio interrumpido cuando de pronto el cielo se estremeció. Al mirarlo me di cuenta que las nubes tenían una extraña combinación de colores, entre un gris profundo y un rojo encendido.
Comenzó una ligera lluvia, pero el agua que caía era negra y espesa. Al contacto con la piel se sentía un fuerte ardor seguramente debido a la radiación.
Y comencé a llorar al sentir que mi carne se quemaba y que mi visión se distorsionaba.
En un momento se escuchó un silbido, constante y lejano. Poco a poco fue aumentando su intensidad hasta lastimar los oídos, y de pronto… nada.
Abrí mis ojos y vi luz, una inmensa y maravillosa luz blanca.
En mi mente tenía el recuerdo de lo que había pasado y sobre todo, sabía también que me encontraba muerto, muerto y a las puertas del cielo o del infierno.
Pude ver mi cuerpo desnudo flotar entre espesa neblina. Me podía ver y sin embargo mi piel era trasparente y luminosa.
Sin darme cuenta, me encontré junto a miles y miles de seres etéreos como yo, todos a la espera.
Finalmente y después de un tiempo indeterminado, la luz se disipó al igual que la neblina. Mi cuerpo de carne y hueso era igual a lo que en otra vida fue.
Me encontré en una isla con suaves y cálidas arenas blancas. El mar tenía un hermoso color azul turquesa y a través de sus aguas se podían ver peces de infinitos y hermosos colores. El cielo era un azul perfecto que me llenaba de paz y tranquilidad.
Sin embargo estaba completamente solo.
A mis espaldas se encontraba una verde y tupida selva virgen. Me interné en ella para buscar algo de comer. Encontré frutas tropicales y comí en abundancia.
Regresé a la playa cuando iniciaba a caer la noche. Me tendí en la arena, y bajo un cielo bordado de brillosas estrellas cerré los ojos y dormí.
Al despertar me sorprendí al ver a un anciano sentado junto a mí. Su cuerpo lo cubría una túnica de lino completamente blanco. Sus ojos estaban llenos de bondad y sus facciones reflejaban una profunda paz. Me miró detenidamente y con mucho amor me dijo:
-Bienvenido seas hijo mío, ahora todo este lugar te pertenece. Cuídalo y no caigas en antiguos errores-
Diciendo esto, tomó mi mano y me ayudó a levantarme. Sin decir una palabra me invitó a acompañarle y así lo hice, sin que me soltara por un segundo la mano.
Después de caminar por un largo rato por la playa y escuchar sus sabios consejos, finalmente se detuvo. En ese momento sentí que alguien se encontraba a mis espaldas y al voltear, vi a una hermosa mujer de dulce mirada y cabellos largos.
El anciano de nobles facciones tomó su mano y la puso junto a la mía. Yo la tomé con delicadeza.
Él habló nuevamente y dijo:
-En sus manos entrego este pedazo de paraíso, es su responsabilidad poblarlo y cuidar de él. Ahora yo los llamo Hombre y Mujer, y al unirse serán una sola carne, y serán un solo ser-
Sin permitirnos decir una sola palabra, aquél anciano con bondad en su corazón desapareció.
Ella fue mi Eva, yo fui su Adán, y juntos reiniciamos una nueva humanidad.
Carlos Eduardo Lamas Cardoso
México.
Derechos reservados.
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