Ciudadela. Uno de los famosos cien barrios porteños, que conforman el gran Buenos Aires.
Allí vivían mis abuelos maternos; justito frente a la estación del tren. En el sub-suelo de la misma, estaba el puesto de diarios y revistas de mi tío Simón, hermano de mi abuela, quien se merece narrar su cuento en particular.
Casa vieja, con muchas habitaciones; en el medio un patio grande lleno de macetas de plantas y flores, varios árboles, sillas, una mesa amplia, el piso de ladrillo, parte de cemento.
Mi abuela, sólo recuerdo su cara, bonachona, pero no siempre sonriente, quizás por los ataques de dolores de cabeza muy frecuentes; mi abuelo, otro bonachón, siempre pensando y con preocupaciones. Tenía un pequeño kiosco del otro lado de las vías, a unos doscientos metros de la casa.
La casona era la última de la cuadra, antes de llegar al baldío que estaba en la esquina, el cual siempre estaba ocupado por una calesita. ¡Que recuerdos gratos de las vivencias allí pasadas!
En aquel entonces aparte de los consabidos caballitos de madera, estaban los autitos de chapa dura, los patos y las gallinas, todos de colores brillantes.
Algunos chicos iban parados pues existía una muy especial atracción.
El dueño de la calesita, colocaba un disco, la música se escuchaba a varias cuadras a la redonda, para atraer así a los chicos del barrio.
Se paraba al lado de un poste, clavado en el piso a un lado de la calesita, en cuyo borde superior estaba sujeto un gancho del cual pendía una sortija: pequeña arandela que sostenía una bola de madera, la cual este pillo señor la bamboleaba, tratando de evitar que alguno de los purretes la saque de su sitio.
El que lo conseguía, era premiado con una ¡vuelta gratis! Los gritos, las risas y los desesperados chicos haciendo lo imposible para lograr arrancar la anhelada sortija, hacían de todo esto un espectáculo muy especial.
Como mi abuela era la vecina, el dueño de la calesita ya nos conocía a nosotros, los nietos, y cada tanto, o sea cada dos o tres vueltas, nos dejaba el gancho fijo, para que nos sea más fácil arrebatarla de su soporte.
El asunto del no pagar no era exactamente nuestra finalidad, éramos chicos y no entendíamos la cuestión del dinero; lo importante y valedero era arrancar la sortija, y recibir los gritos de admiración y de envidia de los demás chicos.
¡¡¡Eso era lo lindo!!!
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*Registrado/Safecreative N°1106089409402
*Imagen ilustrativa de la Web
Comentario
Lindo verte por aquí, Ma GLORIA, agradezco tus huellas.
Van abrazotes, amigaza
PD: un pequeño pedido, no me trates de usted, me hace sentir más pesados los escasos 79 que llevo sobre los hombros, ¿ok?
Un gusto disfrutar de la lectura de su bello y nostálgico relato escritor. Un cordial saludo.
Beto Brom, estimado escritor, gracias por compartir tu texto tan lleno de alegre nostalgia.
Felicitaciones. Un fraternal abrazo.
El niño recuerda siempre esos momentos gratos de inocencia eternamente como la calesita, las sillas voladoras, la montaña rusa... tan igual como tú guardas maravillosamente este recuerdo sublime en tu vida mi querido Beto.
Es grandiosa la forma cómo nos la cuentas lo que nos permite conocerte a fondo y ver tu lado candoroso y puro de tu vida, no obstante que debes haber pasado por otros senderos como todo el mundo, que no son tan jubilosos y santos como el que has relatado!
Muchas gracias mi querido Beto por darnos este relato tan maravilloso que nos permite saber más de ti, querido amigo!
¡Lindísimo relato!
Dios bendiga tu excelsa pluma grandioso escritor!
Besos a montones
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