Rostros de piedra que entre ellos se miran sin disimular la desconfianza.
Corazones vacíos que no retienen sentimientos de bondad o de nobleza
Puños cerrados a la espera de acertar el golpe o evitarlo.
Ojos que miran y fulminan por el odio que han guardado.
Palabras como dagas, como puñales que hieren el alma y la envenenan.
El indefenso sufre y agacha la cabeza.
El orgullo y vanidad se dan la mano inventando sus quimeras y sus sueños de grandeza.
Ropa de seda que cubre sus estilizados cuerpos, adornados con oro y brillantes,
pero que jamás podrá cubrir su gélida inhumanidad.
Carlos Eduardo Lamas Cardoso.
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