Hubo una vez...
Hubo una vez un país que no existió donde los niños eran de arena y las mujeres hechas de flor.
Era un país tan hermoso que nunca nadie lo vio.
Sus calles eran de fino cristal de verde esmeralda, sus casas de dulce algodón y por techo tenían la claridad y pureza del cielo azul.
En este país solo existían tres hermosos y pequeños pueblos llamados Xbuzkchatrzas, Zsquimbralzím y Yaxithlitla.
No había reyes con coronas ni vasallos a sus pies. Ni princesas encantadas ni lacayos alabando a ningún ser. Había solo igualdad y bienestar en general.
Por sus coloridos jardines de eternas primaveras volaban colibríes de porcelana, extrayendo de las flores el néctar generoso de la vida. Eran muy cuidadosos al hacerlo, porque al gato más gato de todos los gatos le gustaba comerlos así, crudos y crujientes hasta la ultima astilla de su fina porcelana. Si los agarraba descuidados se comía uno o dos, por eso era tan gordo el canijo gato tragón.
Un solo río atravesaba el milimétrico territorio de este bello lugar.
Era un hilo de agua con alegres peces de colores y el aroma perfumado del jazmín.
Los hombres eran hechos de madera. Fuertes y con bondad en su corazón de semillas. Se dedicaban a mirar la vida sin ninguna prisa o preocupación.
Cada noche salían todos a la plaza central; Ahí los hombres de madera, las mujeres de flor y los niños de arena miraban al cielo, pues se vestía de gala y se adorna con diamantes y cientos de hermosos luceros.
A este país tan bello no cualquiera podía llegar, pues se requería ser muy pequeño para poder sus puertas cruzar. Éstas eran hechas de abundancia y se mantenían siempre abiertas porque vivían sin miedos y en confianza.
Sin embargo no era ajeno a lo externo de la vida, pues así lo dice una leyenda que les contaré enseguida.
"Dicen los que no hablan que en los tiempos que vendrán, llegó un caballero montando un negro corcel. Con su espada de palo en lo alto y gritando a todo pulmón: ¡A la conquista! intentando hacerse rey por la fuerza de su vanidad. Pero el mencionado caballero era muy grande, sin contar a su caballo, y pasó de largo sin ver siquiera la belleza de un país donde no cabe la maldad"
Y así hubo algunos otros que quisieron invadir el país que no ha existido, solo para poderlo presumir.
Les he de decir algo, a pesar de que sé que después me dirán loco. Pues bien, yo estuve en esos lares, ahí pasé dos primaveras y un largo invierno.
Sucedió hace muchos años, para más exactitud antes de que yo naciera, quizá cuando era un embrión, o un desnutrido esperma.
Pero me recuerdo bien caminando por sus delicadas calles, admirando tanta belleza que en mis palabras no cabe.
Me hice vagabundo en este lugar encantado. Ahí conocí la dicha al haberme enamorado. Si señor...
Ella era una mujer muy bella, tenía unos ojos bellos y una figura, ¿cómo decirlo?... muy bella. Así de bella era también su voz y sus maneras. En realidad y sin afán de presunción, nunca vi a esta mujer tan bella, pero yo sé bien que existió y se llamaba... Bella. El no verla no importó. Aun así ella me enamoró.
Tuvimos nuestro romance a las orillas del río, y nuestras noches secretas con besos de amor y caricias trasparentes y llenas de pasión. Pero se enamoró de otro que no sé ni por donde llegó. Solo sé que en sus brazos la cargó y por un viejo camino fermentado con ella se perdió.
Ya después fue que nací en esta vida y al pasar el tiempo crecí y me hice hombre. Pero por más años que han pasado y con ese lento correr del tiempo, y aun con todas las cosas que he vivido, de mi mente no se borra ese hermoso lugar de ensueño, al que nunca nadie ha ido, porque solo en mi mente está.
Carlos Eduardo Lamas Cardoso.
México.
Derechos reservados.
¡Tienes que ser miembro de ORGANIZACION MUNDIAL DE ESCRITORES. OME para agregar comentarios!
Únete a ORGANIZACION MUNDIAL DE ESCRITORES. OME